Pedro C. Magalhães
¿Por qué los socialistas lograron una victoria tan arrasadora en Portugal? Quizás porque nadie lo esperaba. Ahora tienen el desafío de gobernar en solitario un país que reclama una mayor cercanía de la política y que posee una fuerte desigualdad en términos de ingresos y riqueza.
En general, son dos las preguntas que los corresponsales extranjeros les plantearon a los politólogos portugueses en vísperas de elecciones: ¿por qué Portugal no tiene un fuerte partido populista radical de extrema derecha? ¿Y por qué el Partido Socialista (PS) ha sobrevivido indemne a la erosión sufrida por los partidos socialdemócratas en casi cualquier otro lugar de Europa?
Después de la elección del domingo 30 de enero, la primera pregunta perdió sentido. Chega! (¡Basta!) incrementó su apoyo de 1,3% a 7,2% de los votantes y pasó de uno a 12 representantes, lo que lo convierte en la tercera fuerza en el Parlamento después del PS, de centroizquierda, y del Partido Popular Democrático/Partido Social Demócrata (PSD), de centroderecha. Fundado en 2019 por un ex-militante del PSD, André Ventura, Chega! ya había dado señales claras de su potencial fortaleza en las elecciones presidenciales del año pasado, cuando su candidato obtuvo casi 12% de los votos.
La «demanda» social por un partido de estas características ha crecido en Portugal desde hace un tiempo. Las encuestas que captan «actitudes populistas» –la convicción de que existe una división profunda entre «elites» y «pueblo», concebidas como entidades homogéneas, y la percepción de que las primeras son esencialmente corruptas– han encontrado que tales actitudes son bastante frecuentes en Portugal, incluso en comparación con países donde partidos que satisfacen esa demanda llevan algún tiempo establecidos.
Por otra parte, Chega! logró atraer a esos votantes al tiempo que en alguna medida evitó evadir el estigma asociado a los «viejos» partidos de extrema derecha, quizás debido a que surgió como una escisión del PSD en lugar de ser una rama directa de organizaciones extremistas. Contrariamente, el mismo Chega! y su líder se beneficiaron de los estigmas asociados no solo a la clase política sino también a la población gitana, contra la cual existen en Portugal prejuicios muy extendidos. Ventura obtuvo resultados excepcionalmente buenos en 2021 en aquellos municipios donde las minorías gitanas son más numerosas, así como en contextos donde la proporción de beneficiarios de asistencia social –ligado al tamaño de la población gitana– es más alta, lo que sugiere que el mensaje del partido sobre una «dependencia asistencial» tenía al menos un blanco que sus votantes identificaron.
La visibilidad previa de Ventura como comentarista televisivo de fútbol y la irresistible atracción de los medios portugueses por lo «rimbombante» hicieron el resto. Las encuestas poselectorales dirán más sobre los seguidores de Chega!, pero lo que se sabe no habla de un partido con un apoyo desproporcionado por parte de quienes sufren necesidades económicas, ni más en general de clase trabajadora: motivos culturales, más que económicos, parecen haber sido los más relevantes.
Un triunfo inesperado
En cambio, la segunda pregunta –sobre el éxito sostenido del PS– todavía requiere respuestas. El domingo, los socialistas ganaron cerca de 42% de los votos, cinco puntos más que en 2019. Esto fue bastante inesperado.
En los dos últimos meses, la brecha entre el PS y el PSD venía achicándose en los sondeos, al punto de mostrar un empate técnico una semana antes de la elección. En la noche de los comicios, sin embargo, los socialistas aumentaron su ventaja sobre el PSD de nueve a más de 12 puntos porcentuales y obtuvieron la mayoría absoluta en el Parlamento por segunda vez en su historia. Si completa este mandato, un gobierno socialista habrá regido los destinos del país durante cerca de dos tercios de este siglo.
Como siempre, hay explicaciones potenciales de corto y largo plazo para este resultado. Las de corto plazo conducirán a un considerable examen de conciencia. ¿Estaban genuinamente tan reñidas las elecciones como lo mostraban las encuestas hasta la semana anterior al 30 de enero, o esto era algo fabricado por métodos potencialmente defectuosos y/o su amplificación por los medios? Quizás nunca lo sepamos.
Pero las consecuencias previsibles de esa aparente cercanía han dado sus frutos. En primer lugar, aumentó la movilización: en un país donde la afluencia electoral viene experimentando un descenso secular, llegando a menos del promedio europeo, las elecciones de 2022 mostraron un repunte, el primero desde 2005, cuando quizás no casualmente los socialistas obtuvieron su mayoría absoluta previa.
En segundo lugar, hubo un voto estratégico: desde 2002, en promedio casi uno de cinco votantes tomó su decisión durante la semana anterior a la elección, y esta vez quienes se decidieron a último momento pueden haber optado por el PS para impedir un triunfo de la derecha. Como era de esperar, esto daña a los dos partidos principales a su izquierda: el Bloque de Izquierda (que cayó de 9,7% en 2019 a 4,5%) y el Partido Comunista (que pasó de 6,5% a 4,4%). Una vez más, solo los estudios poselectorales podrán confirmar las causas de este declive.
Portugal semiaislado
Las explicaciones estructurales y de largo plazo son quizás de mayor interés. En muchos países europeos, los partidos socialdemócratas experimentaron un desgaste dramático en las últimas dos décadas, impulsado por la reducción de su núcleo de votantes de clase obrera industrial, el incremento de una clase media educada y el aumento de la importancia de un eje autoritario-libertario de conflicto político. Como esbozó en forma profética Herbert Kitschelt en su clásico de 1994, The Transformation of European Social Democracy [La transformación de la socialdemocracia europea], esto creó complejos dilemas para los partidos socialdemócratas acerca respecto de cómo posicionarse, así como oportunidades para los partidos verdes, de nueva izquierda y de derecha radical.
Portugal, no obstante, permanece semiaislado de ese mundo. Los votantes de clase trabajadora todavía constituyen una enorme porción del electorado, aun para los estándares de por sí altos del sur de Europa. Solo cerca de 55% de la fuerza laboral portuguesa ha completado al menos su educación secundaria, el nivel más bajo de los 31 países europeos relevados. La dimensión socioeconómica de la competencia política –la redistribución y el papel del Estado– continúa siendo la más importante, algo que la Gran Recesión, la crisis de la eurozona, el salvataje de 2011-2013 y las políticas de austeridad asociadas pueden haber reforzado.
Los dilemas más significativos se han experimentado en cambio en el flanco derecho del sistema partidario. Durante la etapa anterior de la centroderecha en el gobierno (2011-2015), el liderazgo neoliberal de Pedro Passos Coelho y las medidas de austeridad impuestas por la troika (el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y la Comisión Europea) parecen haber llevado a los votantes a percibir cada vez más al PSD como ubicado demasiado a la derecha. El partido perdió parte de su habilidad para atraer a votantes mayores, menos educados y más pobres.
En consecuencia, el sucesor de Coelho, Rui Rio, pasó los últimos años tratando de reposicionar al PSD en un eje moderado y de centro, incluso como «socialdemócrata» (su nombre oficial refleja el clima en el momento de su formación, a comienzos de la revolución de 1974). Frente a la actual circunstancia, pareció una perspectiva sabia. Como suele suceder con los verdaderos dilemas, sin embargo, esto fue casi permanentemente resistido dentro del partido por el ala más neoliberal, al tiempo que hacia afuera se creaban oportunidades de competencia para la derecha.
El nuevo partido Iniciativa Liberal incrementó su presencia en el Parlamento en estas elecciones de uno a ocho parlamentarios con una plataforma de impuestos más bajos y menor intervención estatal. Esto, junto con el crecimiento de Chega!, resultó en una fragmentación de la derecha fragmentada, y de ahí la imposibilidad del PSD de avanzar electoralmente en 2022.
La cuadratura del círculo
El futuro presenta otros tipos de dilemas, pero esta vez para los socialistas en el gobierno (o para cualquier otro partido en el poder en un futuro cercano). Portugal continúa siendo un país con una desigualdad comparativamente alta en términos de ingresos y (en particular) de riqueza, que todavía sufre las consecuencias –socialmente asimétricas– de la pandemia. Su fuerza laboral muestra un desfase en la calificación laboral, la productividad está 25% por debajo del promedio de los 27 Estados de la Unión Europea (y continúa cayendo), y la inversión en educación, investigación y desarrollo y cuidado infantil y educación temprana se han estancado, en el mejor de los casos, durante la última década.
Si un gobierno socialista agobiado por la deuda (más de 130% del PIB) y la baja capacidad tributaria será capaz de cuadrar el círculo satisfaciendo las necesidades sociales inmediatas de su electorado y, al mismo tiempo, de invertir en el futuro, es algo que sigue siendo, en el mejor de los casos, incierto, y en el peor escenario, algo improbable.
Fuente: Social Europe
Traducción: María Alejandra Cucchi para nuso.org