Jorge Urbina
Aturdidos, nos mantienen aturdidos. Las noticias cotidianas nos han robado la capacidad de sorprendernos. Aturdidos, casi atontados nos enteramos un día sí y otro también de las tremendas paradojas que viven hoy, aquí y en todo lado, sin que podamos defendernos.
El periódico me ha contado esta mañana que seis parejas de costarricenses nos han demandado a todos los demás, porque no han podido recurrir a la fecundación in vitro en el país. No tan curiosamente, las seis parejas están representadas por un mismo bufete de abogados. Uno podría pensar, porque así sucede, que los profesionales del derecho han buscado a sus clientes y les han ofrecido repartir entre ellos parte de los mil doscientos millones de colones que nos reclaman a todos, a cambio de un porcentaje de la suma que obtengan. Dividiendo el dinero entre las seis parejas y los abogados, a partes iguales, cada uno se embolsaría más de ciento cincuenta millones de colones. El que viene atrás, paga.
Aclaro que han demandado al Estado, que somos todos. Porque si el Estado costarricense es condenado a pagar esos millones, cada céntimo saldrá de nuestros bolsillos, del dinero que por concepto de impuestos desembolsamos los habitantes de este extraño país, donde un sindicalista también se ha embolsado una platica que sale de nuestros bolsillos, todo porque lo espiaron para verificar que no hacía su trabajo sino que se dedicaba, a tiempo completo, a sus labores sindicales.
Por otra parte, también me cuenta el periódico que otras cuatro parejas, con mucho mayor razón, nos piden ayuda ante la perspectiva de cuatro parejas de siameses que vienen en camino. Solidario como es nuestro pueblo, ninguno negaría su contribución a aliviar tan desventurada situación. Claro está, todos pensamos que la plata que nos quieren sacar los de la FIV y sus abogados, mal no nos sentaría para ayudar a quienes de verdad tienen razones para pedir nuestro apoyo.
Aterrorizados ante esas chocantes realidades nuestras, pasamos la página del periódico para enterarnos que en Chile, los dos mayores fabricantes de papel higiénico se pusieron de acuerdo, durante diez años, sí, diez años, para repartirse un mercado de cuatrocientos millones de dólares y controlar los precios. Ello les generó jugosas ganancias gracias a sus negociaciones, similares a las que realizan gángsters y narcotraficantes, para repartirse los territorios y las ganancias.
Dice la Fiscalía, que los industriales chilenos eran concientes de que lo que hacían no era legal, y que crearon todo un mundo oculto para blindar sus comunicaciones, incluyendo correos electrónicos secretos, teléfonos prepago y otras triquiñuelas. Añade que se deshicieron de algunas evidencias lanzando computadores a los rios, Tras de ladrones, resultaron contaminadores y profesionales en ambas actividades.
Ya antes se habían descubierto, también en Chile, alzas concertadas de los medicamentos. Y uno se pregunta, ¿pasará esto aquí también? Allá, la colusión de mercado, como se llama técnicamente esta estafa al público, no es penada. Creo que aquí tampoco.
Uno se acostumbra a creer, después de que se lo repiten tantas veces, que el mercado funciona gracias a la competencia y que nosotros, los consumidores, nos beneficiamos de ese juego tan limpio, que premia a los mejores y castiga a los ineficientes, aunque en el fondo sabemos que no es así. Seguiremos aturdidos, casi atontados, sin darnos cuenta que en mercados tan pequeños como el nuestro, las maravillas de la competencia y el mercado pueden no ser tan ciertas, que el que más galillo tiene, traga más pinol y que la cobija no puede alcanzar para cubrir a los que se aprovechan y a los que de verdad necesitan.
Paradojas y más paradojas…