Pagodas desiertas en Bagan: Myanmar y el fin del sueño del turismo

Por Athens Zaw Zaw y Carola Frentzen (dpa)

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La antigua ciudad real de Bagan, llamada la “Ciudad de las Mil Pagodas”. Foto: Brian Han/dpa

Bagan es conocida como “la ciudad de las mil pagodas” por ser uno de los complejos de templos más importantes de todo el sudeste asiático. Para muchos en Myanmar, el turismo era la principal fuente de ingresos, pero desde el golpe militar, ya no viaja nadie.

El nombre de Bagan evoca inmediatamente imágenes mágicas en la mente de los trotamundos. Hasta donde alcanza la vista, pagodas rojizas con sus icónicas cúpulas se elevan sobre la llanura verde.

El escenario parece salido de un cuento, de ensueño, casi irrealmente
bello.

”Un lugar místico”, dice una alemana que viajó hace unos 20 a la antigua ciudad real en la actual Myanmar. Los recuerdos están muy presentes, aún después de tanto tiempo. “Bagan es uno de los pocos lugares a los que siempre vuelvo a viajar con mis pensamientos”, asegura. 

La ciudad, con su paisaje de estupas, fue declarada en 2019 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. 

Sin embargo, los que aún no hayan visitado Bagan tendrán que guardar por ahora su sueño en un cajón. Desde el golpe militar del año pasado se redujo al mínimo el turismo en la antigua Birmania que, tras décadas de aislamiento, bajo el gobierno de la Premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi había introducido por fin reformas democráticas.

El caos, el miedo y la violencia han reinado desde entonces en el país budista, que los viajeros han descrito repetidamente como pacífico y casi idílico en tiempos mejores. 

Suu Kyi, de 77 años y derrocada del Gobierno en febrero de 2021, se encuentra en prisión incomunicada y es acusada por el régimen militar en forma reiterada de nuevos supuestos delitos. 

Miles de personas fueron asesinadas, y recientemente los generales han hecho ejecutar bárbaramente a varios conocidos críticos del régimen.

Solo los que desafían a la muerte se van de vacaciones en un país como este, aunque la junta militar lleva unos meses intentando reactivar el sector, que es importante para la economía, y aparentar estabilidad.

El aeropuerto de Yangón, antes conocida como Rangún, ya fue reabierto para los vuelos comerciales, pero pocas aerolíneas operan en este país en crisis, la mayoría vía Bangkok o Kuala Lumpur.

Además, los interesados de 100 países pueden volver a solicitar en línea un visado de turista. Pero, ¿quién quiere hacer eso, en esas condiciones? Lo que viene de Myanmar es puro horror.

”La mayoría de los jóvenes de Bagan han migrado a las grandes ciudades, como Yangón y Mandalay”, dice el empresario Ko Min, quien creció en la antigua ciudad real y de niño, como muchos otros, ganaba dinero vendiendo postales y flores a los turistas.

”Ahora tienen que buscar otro trabajo, como obreros de la construcción o en bares y restaurantes”, explica, porque muchas familias de la ciudad de los templos se encontraron de repente en ruinas, primero por la pandemia de coronavirus y luego por el golpe de Estado.

Kyaw Kyaw, de Bagan y quien desde hace diez años trabaja en la industria editorial de Yangón, se llevó recientemente a sus hermanos más jóvenes a vivir con él en la gran ciudad. 

”El resto de mi familia está en Bagan, pero ya no tienen trabajo”, dice. Con una parte de su salario apoya a la Fuerza de Defensa del Pueblo (PDF), hombres jóvenes de la resistencia civil que ahora luchan armados por la libertad de su país y que entrenan en la selva para combatir al Ejército. 

Kyaw Kyaw relata que muchos habitantes de Bagan también se sumaron a la PDF. 

Mientras tanto, las pagodas de Bagan yacen olvidadas en el recodo del río Irrawaddy. “El sitio declarado Patrimonio de la Humanidad comprende ocho subáreas con más de 3.500 monumentos, que junto con el paisaje de ríos, lagos, cuevas, colinas y tierras de cultivo crean una atmósfera impresionante”, afirma la Unesco en su página web.

Desde el siglo XI hasta el XIII, precisa la entidad, la ciudad de los templos en las llanuras centrales fue el corazón del mayor imperio budista de la Edad Media. ”La ciudad real desempeñó un destacado papel económico, político y religioso y fue el centro de la civilización de Bagan”.

Junto con los templos de Angkor, en Camboya, y la maravilla mundial de Borobodur, en Java, Bagan es uno de los yacimientos arqueológicos más importantes de todo el sudeste asiático.

En 2019 arribaron a Myanmar unos 4,3 millones de turistas internacionales, según las cifras oficiales. La mayoría de ellos también viajó a Bagan. 

Siempre hubo buenos y malos tiempos, estos últimos por ejemplo durante la época de lluvias entre julio y septiembre, cuando se reducía el flujo de visitantes. 

“Por lo general, nos las arreglamos y sabemos cómo superar esos momentos de poca actividad”, dice el empresario Ko Min. “Pero primero por la covid-19 y luego por el golpe, han transcurrido casi tres años y no sabemos qué pasará”, expresa.

Muchos pusieron en venta sus tierras para sobrevivir. Otros convirtieron los que alguna vez fueron restaurantes para turistas en tiendas de té para los locales, con enormes pérdidas económicas. “Me preocupa no saber si Bagan podrá alguna vez recuperarse de esto”, lamenta. 

Los gobiernos de la mayoría de los países desaconsejan abiertamente viajar a Myanmar. “Actualmente rige una advertencia de viajar a Myanmar. Se recomienda a los ciudadanos alemanes que abandonen el país”, dice por ejemplo el sitio web del Ministerio de Relaciones Exteriores alemán.

Según los datos de la junta militar, más de 42.000 extranjeros entraron en el país entre abril y junio, principalmente desde China, India y Tailandia. Sin embargo, no estaban allí por diversión, sino casi sin excepción en viajes de negocios.

”¿Quién viene a Myanmar para divertirse?”, se pregunta Paing Paing Thaw, que dirigía una exitosa empresa de viajes para huéspedes europeos y estadounidenses hasta el golpe de Estado. Casi todos sus clientes han viajado también a Bagan, dice.

Ahora, sin embargo, los hoteles y restaurantes de la zona están cerrados, y ella también tuvo que cerrar su empresa. Desde entonces, Paing Paing apenas tiene ingresos. Pero la seguridad es lo primero, afirma. “Aunque vinieran turistas, no me atrevería a organizarles el viaje”, reconoce.

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