Otra perspectiva desde la izquierda: Paz para Ucrania

Manuel D. Arias Monge

El fundamento ético de la izquierda democrática socialista, para reivindicarse como alternativa viable al capitalismo en crisis, es subrayar siempre su compromiso insoslayable con la paz y la no violencia. Por ende, resulta incomprensible, por decir lo menos, el entusiasmo con el que algunos trasnochados defienden la intervención de la Federación de Rusia en Ucrania.

Es absolutamente cierto que la expansión y la existencia de la Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN), podría representar una amenaza a la paz mundial, ya que pone bajo el paraguas imperial de los Estados Unidos de América a naciones de Europa que, en ninguna circunstancia, deberían de secundar las agresiones que, al amparo de esa alianza militarista, ha llevado a cabo Washington en el mundo entero, desde la época de la Guerra Fría.

También es verdad que Ucrania, como Nación soberana, ha estado sometida a muchas presiones, por parte de una clase política corrupta y oligárquica, plegada a los intereses geopolíticos de los capitalistas. La clase gobernante, instalada en Kiev, está permeada, peligrosamente, por mafiosos y fascistas.

Sin embargo, parece que algunos olvidan que Rusia ya no es la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y que, además, el régimen de Moscú también puede ser calificado como una plutocracia de oligarcas y corruptos, que se beneficiaron de la caída del comunismo, y que se mantienen en el poder merced a una peligrosa mezcla de nacionalismo exacerbado, una religiosidad reaccionaria, un populismo demagógico y una interpretación mezquina de un capitalismo de Estado, que beneficia sólo a los amigos del presidente Vladimir Putin, en detrimento de las grandes mayorías del pueblo ruso.

¿Qué hay nazis en Ucrania? ¡Por supuesto! Ahí está el detestable Batallón de Azov y otros grupos paramilitares, herederos de los traidores que colaboraron con la Alemania Nacional Socialista durante la II Guerra Mundial. Sin embargo, ¿no es cierto, también, que Rusia, con toda esa deriva autoritaria y con las restricciones a las libertades individuales de minorías como musulmanes, población LGTBIQ+ o disidentes políticos, no se ha convertido, poco a poco, y de la mano de Putin, en un régimen corporativista de Estado, cada vez más parecido al fascismo¿

No voy a traer a colación las criticas, muy bien fundamentadas, que muchos marxistas le hicieron al imperialismo soviético, desde Trotsky hasta Gramsci; pero, lo más grave, es que, en el caso de la “operación especial” lanzada por el Kremlin en Ucrania, no hablamos del legado de un país que ya ni siquiera existe, sino que, de forma absolutamente arbitraria, algunos comunistas jurásicos intentan justificar lo injustificable, olvidando que Rusia ya no es la URSS y que, por ende, el imperialismo ruso, no tiene más justificación que la de incrementar la zona de influencia geopolítica de un ex agente de la KGB, con anhelos megalómanos, y sin compromiso alguno con la construcción de la utopía socialista que pregonaba el marxismo-leninismo internacionalista.

¿Será que nadie se ha fijado en que el escudo de Rusia ya no es la hoz y el martillo, sino el águila imperial bicéfala del extinto Imperio Romano de Oriente? ¿Será que cuestionar la barbarie de un mundo unipolar, en el que Estados Unidos ejerce el poder global sin contrapesos y de forma salvaje, es justificación suficiente para aplaudir una agresión injustificada en contra de un país libre y soberano?

Existe una profunda disonancia cognoscitiva entre apoyar el derecho a la autodeterminación de naciones como el País Vasco o el Sahara Occidental, mientras se aplaude a la maquinaria bélica de Moscú en una invasión cuyas víctimas no son los fascistas o los oligarcas ucranianos, sino el mismo pueblo que, en la Gran Guerra Patria, mayoritariamente luchó, mano a mano y hombro a hombro, con los rusos, para extinguir la acometida de Hitler y sus secuaces.

Al volver la vista atrás, es evidente que no existió explicación racional, que no pasara por defender sus propios intereses, para lo que hizo la Unión Soviética en Hungría, en 1956, o en la extinta Checoslovaquia, en 1968. Estas intervenciones militares del Kremlin, fueron condenadas, en su momento, por muchos partidos comunistas de todo el mundo.

Pero, es que, de nuevo, hacer esta analogía es imposible. ¡ No se trata de comparaciones válidas! La Federación de Rusia, como lo olvidan los nostálgicos, no es la URSS. Entonces, ¿qué le debe la izquierda latinoamericana al régimen de Putin? Si aquellas intervenciones no eran justificables, incluso cuando se hicieron en nombre del marxismo-leninismo soviético, mucho menos hay excusa para apoyar, en el siglo XXI, una agresión como la que desencadenó Rusia en contra de su vecino, sentando un gravísimo precedente en los anales de la lucha en contra de las armas nucleares, porque es imprescindible destacar, y es algo que muchas personas y analistas políticos olvidan, que Ucrania es el único país del mundo que en la historia renunció voluntariamente a su arsenal atómico en 1994, gracias a un acuerdo en el que Moscú se comprometía a reconocer a esa Nación y a respetar su integridad territorial. Algo que no hizo, lo que dificultará que, en el futuro,cualquier otro país nuclearmente armado, decida prescindir de sus ingenios de destrucción masiva (léase Corea del Norte o Israel).

Ya Rusia había recuperado, como supuestamente le correspondía para revertir la división antojadiza que hizo Lenin del territorio soviético, la península de Crimea y áreas aledañas en 2014, . Si es verdad que la población rusófona del este de Ucrania sufría discriminación o cualquier tipo de violencia por parte del Estado ucraniano o sus grupos paramilitares, entonces Rusia nunca agotó las instancias internacionales, como debió haber hecho y, además, se lanzó a una operación de gran escala que, no importa lo que digan ahora los militares leales a Putin, no tenía como objetivo “liberar” la región del Dombás, sino ocupar todo el territorio ucraniano. Sin embargo, la heroica resistencia de los ucranianos, que hicieron imposible la toma de Kiev, parece haber rebajado los objetivos del Kremlin, que ahora se concentra en Donetsk y Lugansk.

Es comprensible que procesos revolucionarios que no evolucionan y que siguen anclados en un pasado romántico, como sucede en Cuba, o que regímenes que siempre van a depender económica y militarmente de Rusia, como es el caso de Venezuela o Nicaragua, expresen su apoyo a Putin. No obstante, la izquierda democrática moderna, la que ya superó el fracaso del leninismo y fetiches como el de la dictadura del proletariado, debe ponerse del lado del pueblo ucraniano, como lo han hecho la gran mayoría de gobiernos moderados de izquierda en América Latina, rechazando la injerencia externa en los problemas internos de pueblos soberanos y condenando cualquier forma de imperialismo, sea ruso o estadounidense.

Es cierto, es imposible olvidar, y mucho menos perdonar, la doctrina de la seguridad nacional y las injerencias de Washington en los países latinoamericanos, con dictaduras y guerras que tuvieron un indescriptible costo humano. No obstante, ¿qué tienen que ver las y los ucranianos con esta historia de lucha del pueblo latinoamericano?

En este mundo todo está íntimamente relacionado y, precisamente, Estados Unidos ha dado pasos muy peligrosos en el camino de convertirse de una pseudo democracia imperialista, hacia un régimen abiertamente fascista, especialmente con las decisiones de la Corte Suprema de Justicia de ese país, que presagian el regreso de Donald Trump y los halcones republicanos al gobierno en poco más de dos años. El fascismo reconvertido y maquillado, está presente en Ucrania, en Rusia, en Estados Unidos, en Europa y, también, en América Latina.

Por ende, ante esta embestida reaccionaria del fascismo de nuevo cuño, no es posible seguir divagando en disonancias cognoscitivas de doble moral y de doble rasero, porque la izquierda democrática, hoy más que nunca en la historia, necesita unidad, para enfrentar los graves desafíos que presagia el futuro y el auge de la extrema derecha, que es el síntoma más evidente del inminente colapso social, ambiental, económico, moral y humano del sistema capitalista de libertinaje de mercado y de depredación de los recursos naturales, que promueve la Ley de la selva y la supervivencia del más fuerte.

Así las cosas, la respuesta de la izquierda al imperialismo y al militarismo, no debe ser otra que la defensa a ultranza de los valores cívicos, éticos y humanos del socialismo pacifista, internacionalista, no alineado y respetuoso de la autodeterminación de los pueblos, así como abanderado de la libertad y de los derechos humanos.

¿Utópico? Tal vez…. El marxismo lo era; la democracia lo es y, sin embargo, nos fija un horizonte, una brújula ética, para aspirar a construir un mundo mejor para todas y para todos.

Comunicador Social

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Un comentario

  1. Excelente comunicado y trabajo

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