Otra cuarentena más

De vuelta 1

Mauricio Castro Salazar
mauricio.castro.salazar@gmail.com

Mauricio Castro

Estoy en cuarentena y confieso que no me molesta. Es la segunda (¿o tercera?) que hago. Hasta la encuentro agradable…

He de confesar que he venido notando que quizás tengo agorafobia, nictofobia y una fobia o aversión exacerbada a ver conflictos, que no tengo claro si tiene nombre.

¿Tendré alguna de las fobias o aversiones?

Vieran que no más salgo y me empiezo a sentir incómodo, me abruman los espacios abiertos… ¿agorafobia?

Ni se diga si empieza a oscurecer, mi cuerpo me pide regresar de inmediato a la casa… ¿nictofobia?

Ni se diga cuando veo comentarios groseros que levantan ronchas en las redes sociales…

¿Aversión? ¿fobia?

¿Normal? ¿Resultado de la pandemia? ¿Achaques de viejera?

[Sobre la aversión a los conflictos…no tienen idea la violencia que uno nota, desde afuera, en Costa Rica: los comentarios en chats, la forma en que la gente se enfrenta con la policía, la forma como la gente reclama y hace valer sus derechos…Y posiblemente como uno no estuvo inmerso en los orígenes del conflicto los siente demasiado fuertes y violentos. Fíjense en los comentarios que hacen varios ticos que viven fuera sobre esto…]

En algún momento tendré que sentarme a hacer con detalle números de las horas en que he estado en la casa durante el 2020. Entre el 15 de marzo y el 15 de agosto hay más o menos 3.600 horas, a mano alzada calculo que en la vieja normalidad yo habría pasado entre 2.000-2.300 horas en la casa, de 55 a 64% de mi tiempo; básicamente la noche y los fines de semana que no estuviera de viaje, en la nueva normalidad he pasado más o menos, en números gruesos, 3.400 horas un 94%, el 6% restante ha sido para ir al súper, farmacia, doctor y una que otra vez para respirar al aire libre. Y repito: hasta lo encuentro agradable.

“Castrosalazar—me dijo mi vocecita que creí que en Costa Rica me dejaría de hablar— ¿agorafobia? ¿nictofobia? ¿aversión a las groserías en las redes sociales? ¡No jodás! Son simplemente un lujo que te estás dando porque podés hacer teletrabajo y no tenés que salir al campo…ya te viera bajo el sol y la lluvia…si estuvieras más ocupado no tendrías ninguna de esas pendejadas…”

Un jefe que tuve alguna vez me hubiera dicho, en forma resumida algo parecido, que recogió de las enseñanzas del tata: “—te sobra tiempo, si estuvieras ocupado no tendrías tiempo para pensar en nada más que brete.”

“Y yo que estaba súper convencido que en teletrabajo se trabajaba más…”—me dije.

Tanto no me molesta estar en la casa así que cuando me di cuenta que al llegar a Costa Rica tendría que pasar 14 días sin salir, en cuarentena, no me incomodó en lo absoluto, sentí que era parte de mi nueva normalidad. Incluso me dio hasta cierta tranquilidad…

Leí por ahí que esa tranquilidad de estar en la casa es parte de “el síndrome de la cabaña” (el hogar se ha transformado en cobijo, en espacio protegido y en sinónimo de seguridad) y me imagino que a mucha gente también le está pasando cuando sale de “la cabaña”, dicen –a mí no me ha dado—que da sudor en las manos, ansiedad y mareos cuando la gente está en la calle…que da pesadillas y malos sueños. Yo con mi agorafobia y con mi nictofobia tengo suficiente.

Durante estos cinco meses de coronavirus he realizado –me di cuenta recientemente— que he hecho viajes innecesarios y hasta estúpidos a lo largo de mi vida. Lástima que en esos años no le ponía atención a la vocecita interna…

Imagínense que en alguna parte de mi vida tenía que ir a Utrecht, Holanda, a una reunión de 3 horas. Iba como cada 3 meses. Llegaba a las 7 de la mañana, me bañaba y cambiaba, me iba a la reunión de 10:30 a 13:30, comía un sanguchito, una fruta, unas papitas y agua, por ahí un café…y al finalizar me iba de una para el aeropuerto en tren o taxi, tomaba un vuelo que llegaba a Nueva York al Kennedy como a la una de la mañana que me permitía conectar con un vuelo que salía cerca de las 4 am, y cerca de las 10 am estaba de vuelta en la oficina en El Salvador.

Estaba 48 horas fuera de la oficina. Pasaba en un avión cerca de 30 horas. Unas 10 horas en aeropuertos, cuatro horas entre taxis y trenes y solamente cuatro horas de reunión.

Hoy esas reuniones serían virtuales. ¿Se imaginan el ahorro en dinero y en vida que hubiera hecho?

Si hubiera oído a mi vocecita interna simplemente habría escuchado: “—Castrosalazar ¡no seas estúpido! ¿a qué jugás? No te das cuenta el desperdicio de recursos y de vida que significa un viaje así. Está bien que a veces te sintás que sos James Bond…pero no lo sos…no sos tampoco la última coca cola en el desierto”.

En conclusión: hoy no hubiera ido.

Si la nueva normalidad es como esto que estoy viviendo no tendré ningún problema en manejarla, lo jodido sería que la gente vuelva a querer tener la misma rutina de reuniones presenciales, que implican viajes, hoteles y corre corre por aeropuertos.

Reconozco humildemente que si tuviera que hacer trabajo de campo, de ingeniero en obra como lo estuve haciendo hace unos años en Moín, otro gallo cantaría.

Yo no tengo duda que la cercanía, el estrecharse la mano y darse un abrazo son insustituibles, pero también es insustituible el estar en la casa, levantarse, reposar, manejar tu tiempo y estar con la gente que uno quiere en su espacio, hasta más eficiente es uno en lo que hace (digo yo)

Por ahora me quedan todavía tres días más de cuarentena.

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