Latinoamérica del dolor, una región fragmentada a más no poder

Por Jorge Heine*

Other News

“Durante demasiado tiempo, los países latinoamericanos han estado reproduciendo el mismo patrón. Los poderosos grupos económicos que controlan la riqueza de los países extraen rentas monopólicas y oligopólicas para su propio beneficio, hasta tal punto que tienen pocos incentivos para innovar y/o cambiar”, escribe Jorge Heine.

La caída del presidente Evo Morales en Bolivia, con claros visos de golpe, ha sido la culminación de un difícil período en América Latina. Protestas en Ecuador, que llevaron al gobierno a trasladarse de Quito a Guayaquil; prolongadas y violentas protestas en Chile y en Haití; un enfrentamiento entre el ejecutivo y la legislatura en Perú, que llevó al Congreso peruano a proclamar su propio “presidente en funciones” (el último aporte latinoamericano al vocabulario político); el surgimiento de un narco-estado en Honduras; y la crítica situación en Venezuela, han marcado un annus horribilis en la América morena.

¿Qué pasó en una región que tanto prometía hace apenas unos años que el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) proclamó que ésta sería “la década de América Latina“, y el Economist publicó una portada con un mapa de las Américas al revés, con América del Sur arriba?

Esas predicciones fallaron medio a medio. De todas las regiones del mundo, la que el peor desempeño ha tenido en esta década, con un crecimiento anual en torno al 2 por ciento, muy por debajo del África subsahariana, con un 4,4 por ciento, ha sido América Latina. Según la CEPAL, este año el crecimiento de la región será un escaso 0.1 por ciento, y se prevé que las exportaciones disminuyan en un 2 por ciento.

Está bien, el comercio mundial ha caído y el auge de las materias primas ha concluido, pero ¿no será demasiado esto? ¿Por qué una reacción tan violenta?

La verdad es hemos pasado de una “década dorada” (de 2003 a 2013), en que la región tuvo su mejor desempeño en medio siglo, creciendo a un promedio de 3.5 por ciento anual, a lo de hoy en un corto plazo. Las expectativas se han desvanecido, y la gente está frustrada.

Sin embargo, esto no es nada nuevo. Los dos siglos de historia independiente de la región han estado marcados por estos violentos vaivenes. Cuando los precios de las materias primas suben y a los países les va bien, gastan como si no hubiera mañana. Cuando bajan, hay una crisis, se llama al FMI (como acaban de hacer Argentina, Ecuador y Jamaica) y se aplican políticas de choque. Repetir y rebobinar.

En este auge previo, se lograron avances, y los ingresos generados ayudaron a disminuir algo la extrema desigualdad de ingresos. Sin embargo, esto terminó en 2014, y la región desde entonces ha tendido a estancarse. Un 48% de los empleos urbanos se encuentran en el sector informal, y 184 millones de latinoamericanos viven bajo el umbral de la pobreza, mientras que 62 millones se encuentran en la pobreza extrema.

América Latina está en una trampa de ingreso medio de su propia creación. A pesar de sus abundantes recursos naturales, tanto minerales como agrícolas (América del Sur tiene una cuarta parte de las reservas de agua dulce del mundo, lo que la convierte en una potencia agrícola; y la cordillera de los Andes es una gigantesca mina a tajo abierto), nunca ha logrado diversificar su matriz de producción ni se ha comprometido a añadir valor en serio a sus muchas riquezas, en lugar de exportarlas sin procesar.

La combinación de actividad económica exportadora de materias primas, con la existencia de altos niveles de desigualdad de ingresos, es letal. América Latina tiene la peor distribución de ingresos, con un coeficiente Gini de 0,5, superior al África subsahariana (0,45), Asia Oriental (0,40), Oriente Medio y el Norte de África (0,37) y Asia Meridional (0,34), Europa Oriental y Central (0,33) y los países de la OCDE (0,30). En Brasil, Chile, Colombia y México, el 1 por ciento más rico de la población es dueño del 20 por ciento de la riqueza. Esto tiene un impacto en la productividad y la innovación.

Ello no quiere decir que no haya razones específicas para las protestas y manifestaciones en toda la región. En Ecuador, fue el fin de los subsidios a la gasolina. En Chile, el aumento de las tarifas de metro, además de muchos otros; en Bolivia, que ha tenido el mejor desempeño económico en la región en esta década, fue el afán de Evo por un cuarto mandato presidencial. En Haití, el país más pobre del hemisferio occidental, son los fracasos gubernamentales del más alto orden, que sucesivas intervenciones internacionales no han podido resolver.

El punto es que, cualquiera que sea el detonante específico de este descontento, se nutre del enorme abismo social propio de las sociedades latinoamericanas, y la inmensa distancia entre sus clases sociales y entre sus diversos grupos étnicos. Uno pensaría que, con el progreso económico, estas distancias se reducirían y se harían menos dramáticas. Sin embargo, si acaso, han empeorado, con sociedades cada vez más segregadas, en que los miembros de diferentes clases sociales rara vez se encuentran como iguales en los espacios públicos.

Durante demasiado tiempo, los países latinoamericanos han estado reproduciendo el mismo patrón. Los poderosos grupos económicos que controlan la riqueza de los países extraen rentas monopólicas y oligopólicas para su propio beneficio, hasta tal punto que tienen pocos incentivos para innovar y/o cambiar. Si uno está ganando tanto a través de retornos garantizados sobre el capital de empresas de servicios públicos, ¿por qué molestarse en inventar nuevos productos o procesos comerciales?

Los sistemas tributarios de la región tampoco ayudan. Basándose sobre todo en impuestos regresivos e indirectos (como el IVA) y muy poco en impuestos progresivos sobre la renta, no contribuyen a aliviar estas enormes disparidades sociales, mientras que la evasión fiscal (estimada en 360 mil millones de dólares al año) es gigantesca.

Ha llegado la hora de que los países latinoamericanos reconsideren seriamente el enfoque al desarrollo que han seguido hasta ahora. El mensaje es fuerte y claro.

———————

*Abogado, cientista político, académico y diplomático chileno, militante del Partido por la Democracia. Se desempeñó como ministro de Estado del presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle y embajador de Chile en China. Artículo enviado a Other News por el autor y publicado en theclinic.cl

Revise también

Rodrigo Arias

Cuestión de dignidad (carta de Arias a Chaves)

San José, 17 de abril de 2024 AL-PRES-RAS-403-2024 Señor Rodrigo Chaves Robles Presidente de la …

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Cambio Político
Este sitio usa cookies. Leer las políticas de privacidad.