Por Ben Phillips
A medida que la ola de Ómicron agovia al mundo, la gente se da cuenta de que las medidas que han tomado los gobernantes para hacer frente a la crisis de la covid-19 no son suficientes para superarla.No le estamos ganando al coronavirus. Más bien parece que él nos está ganando a nosotros. ¿Qué hay que hacer?
Hay dos dimensiones clave de lo que es necesario hacer, y aunque están relacionadas, son distintas. La primera tiene que ver con qué políticas son necesarias para salir de la crisis. La segunda, con cómo poner en marcha esas políticas.
En otras palabras, la primera pregunta clave es «¿qué tienen que hacer los gobernantes?», y la segunda, «¿cómo hacemos para que lo hagan?».
En cuanto a la primera cuestión, tenemos suerte de que no nos falten excelentes especialistas en salud pública. Si bien no hay soluciones rápidas, los lineamientos de las políticas necesarias no son un misterio, y ya fueron explicadas, en reiteradas ocasiones, por la Organización Mundial de la Salud (OMS), por destacados académicos y por profesionales de la salud a los gobernantes y a los medios de comunicación.
Estas se reducen esencialmente a esto: en una emergencia por una pandemia, los líderes deben desplegar todo el abanico de herramientas que han demostrado ser de utilidad. La clave aquí es “todo el abanico”.
Y lo que es más importante, su éxito depende de que se logre para todo el mundo. Hasta que eso no suceda, nadie saldrá de la crisis. Cuando Desmond Tutu dijo: «yo soy porque tú eres, yo soy porque nosotros somos«, no solo tenía razón desde el punto de vista ético, sino también desde el punto de vista epidemiológico.
Las medidas necesarias incluyen vacunas, tratamientos y, también, como señaló Peter Singer, de la OMS, «medidas de salud pública que fomenten el tiempo al aire libre, el distanciamiento físico, el uso de máscaras, los análisis rápidos, la limitación de las reuniones y la permanencia en casa cuando se está enfermo».
Ninguna de estas medidas es suficiente por sí sola. Cualquier enfoque que sólo tome uno de ellos, por muy bueno que sea, fracasaría: todos ellos son necesarios, juntos.
Se requiere aplicar todo el abanico de herramientas políticas. Por ejemplo, los países ricos, y las fundaciones con sede en los países ricos, han destacado la importancia de compartir dosis de vacunas como una solución (aunque no hayan cumplido ampliamente sus promesas de hacerlo).
En cambio, los países en desarrollo, la OMS y la sociedad civil han subrayado que el reparto de vacunas por sí solo no puede garantizar la disponibilidad de una cantidad suficiente para todos, y que también es esencial compartir la tecnología para que muchos fabricantes del mundo puedan producir, de forma simultánea, una cantidad suficiente de dosis para el mundo.
Esto requiere un rápido acuerdo y la aplicación de la exención de los ADPIC (los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio), propuesta por Sudáfrica e India en la Organización Mundial del Comercio (OMC).
También es necesario que los gobiernos de los países ricos utilicen su enorme influencia (como compradores, inversores y reguladores) sobre las empresas que acogen para obligarlas a compartir conocimientos, know-how y materiales. Además, este requisito de compartir las tecnologías para la covid-19 debe aplicarse a las vacunas, los medicamentos y los diagnósticos.
Como han señalado los profesores de salud pública Madhukar Pai, de McGill, y Manu Prakash, de Stanford, «la ciencia ha proporcionado muchas herramientas que funcionan contra la covid-19. Pero es en la distribución equitativa de estas herramientas donde estamos fallando».
Si podemos encontrar una manera de compartir herramientas eficaces de forma equitativa y aumentar la producción en todo el mundo, entonces tenemos una oportunidad real de acabar con esta pandemia.
Pero si acaparamos estas herramientas, bloqueamos la exención de los ADPIC y en el Norte creemos que vamos a salir solos de esta pandemia, comenzaremos el año 2023 jugando al “aplasta al topoo” con las variantes rho, sigma, tau u omega».
El reto, pues, no es que no sepamos qué tienen que hacer los gobernantes. El reto es que no lo están haciendo. Queremos creer que nuestros líderes se guían por la evidencia. Pero la evidencia por sí sola no es suficiente.
Los brillantes y fundamentales informes de los científicos no serán suficientes para cambiar al mucho más duro mundo de los intereses políticos. Conseguir que los líderes hagan lo necesario para superar la crisis de la covid-19 -en particular, que obliguen a las grandes empresas farmacéuticas a compartir los derechos y las recetas de las vacunas, las terapias y los diagnósticos para que el mundo pueda producir los miles de millones necesarias- dependerá de la presión que haga la gente de a pie.
Esta lección no es nueva. Lo vimos a finales de los años 90 y principios de los 2000 con los antirretrovirales para el VIH. Entonces, al igual que ahora, el monopolio de la producción impidió a los habitantes de los países en desarrollo acceder a la ayuda necesaria para salvar vidas.
Asimismo, entonces, al igual ahora, las grandes compañías farmacéuticas lucharon con todas sus fuerzas para evitar que otros fabricaran lo que podría haber salvado millones de vidas. Entonces los gobiernos de los países ricos se pusieron del lado de las grandes farmacéuticas, y 12 millones de personas murieron. Finalmente, la presión masiva de la opinión pública mundial, junto con la acción asertiva de los países en desarrollo, logró que se abriera la producción y se pudieran salvar vidas.
No es una coincidencia que cuando estalló la crisis de la covid-19 los primeros grupos que pidieron que se compartieran las tecnologías médicas, y que empezaron a organizarse para ello, fueran grupos de personas con VIH; representan el corazón del movimiento por una Vacuna Popular porque, por su dolorosa experiencia, saben lo que hace falta. La salud, como la justicia, nunca se da, sólo se gana.
Algunas personas se sienten inspiradas por las movilizaciones. Otras, como es comprensible, sólo quieren seguir con sus vidas. Las movilizaciones se perciben como una carga más. Están dispuestas a cumplir su parte llevando una mascarilla cuando la hay y vacunándose cuando se les ofrece. Pero quieren dejar el liderazgo a nuestros dirigentes.
La cuestión es que no basta con eso. Nuestros gobernantes no están liderando. No hacen todo lo que pueden para terminar con la crisis. No obligan a las grandes farmacéuticas a compartir tecnología y contar con una producción suficiente. No garantizan el acceso a la asistencia médica como un derecho. No protegen a los más vulnerables del impacto de la crisis.
Los dos últimos años pueden resumirse así: la ciencia está funcionando, pero la política está fallando.
Sólo mediante medidas contundentes de los dirigentes políticos se pondrá fin a la crisis de la covid-19. Sólo a través de la organización de la gente lograremos que los líderes adopten medidas contundentes. Como dijo la gran novelista Alice Walker en una ocasión, «el activismo es el alquiler que pagamos por vivir en el planeta».
ROMA, Italia
Este es un artículo de opinión de Ben Phillips, autor de «Cómo combatir la desigualdad» y asesor de las Naciones Unidas, gobiernos y organizaciones de la sociedad civil (OSC).
(IPS)