Las Islas Kuriles es un contencioso pendiente entre Rusia y Japón

Anatoli Bernshtein – Dmitri Kártsev (RIA NOVOSTI, especial para ARGENPRESS.info)

Vista de la isla Atlasov.. Wikimedia
Vista de la isla Atlasov. Wikimedia

Las fechas oficiales y las reales no siempre coinciden. Poca gente sabe que la Unión Soviética oficialmente, es decir, de acuerdo con el Decreto del Presidium del Soviét Supremo, puso fin al estado de guerra con Alemania en enero de 1955, casi 10 años después del 9 de mayo de 1945, Día de la Victoria en la gran Guerra Patria.

La guerra con Japón “duró” todavía más, hasta octubre de 1956, cuando en Moscú representantes de las dos partes firmaron la Declaración que restablecía la paz y las relaciones diplomáticas entre Rusia y Japón. Sin embargo, aquel documento, lejos de poner el punto final en el problema de los Kuriles, resultó ser una mera coma.

Todo empezó en el siglo XVII, al comenzar los dos pueblos a explorar las islas por el norte y por el sur, respectivamente. Los dos países no dejaban de proclamar sus derechos sobre estos territorios, sin embargo, hasta mediados del siglo XIX el asunto de su pertenencia no tenía para Rusia importancia primordial.

El 7 de mayo de 1855 se firmó el primer Acuerdo ruso-japonés que marco la frontera entre los Estados entre las islas Iturup y Urup. Dicha fecha hasta nuestros días es honrada en Japón como “Día de los territorios del Norte”. Unos 20 años más tarde Rusia, a cambio de Sajalín, cedió a Japón todas las islas Kuriles. Y otros 30 años después, como resultado de la Guerra Ruso-Japonesa el Imperio Ruso perdió el control de la parte sur de Sajalín. La Segunda Guerra Mundial cambió el balance de las fuerzas y Rusia, además de Sajalín, recuperó todo el archipiélago de las Kuriles.

El 2 de septiembre de 1945 en el acorazado norteamericano Missouri se firmó el Acta de capitulación de Japón, poniendo fin de manera formal a la Segunda Guerra Mundial. Por parte de Japón el documento fue firmado por el ministro de Asuntos Exteriores, Shigemitsu Mamoru y por el Jefe del Estado Mayor, Yoshihiro Umezu. Las potencias aliadas estaban representadas por el Comandante en Jefe, General del Ejército, Douglas MacArthur, por el almirante Chester W. Nimitz por parte de Estados Unidos, por el Almirante Sir Bruce Fraser por parte del Reino Unido y por el Teniente-General Kuzma Derevianko por parte de la Unión Soviética.

Hay quienes se sienten confundidos por el nivel de los representantes de la Unión Soviética en la firma del Acta de capitulación: la capitulación de Alemania fue presenciada por el Mariscal Gueorgui Zhúkov. La pregunta es ¿por qué no acudió al acorazado “Missouri” el Mariscal Aleksandr Vasilevski, condecorado con dos Ordenes a la Victoria, Comandante de las tropas rusas en el Lejano Oriente? Todo parece indicar que se trataba de una cuestión de protocolo: Vasilevski podría haber firmado el Acta en caso de haberlo hecho MacArthur, quien prefirió por delegar en Nimitz.

El Lejano Oriente en general era zona de influencia de los norteamericanos. Stalin no consideraba la guerra con Japón un asunto demasiado importante ni mucho menos prioritario para el prestigio del país. De modo que esta guerra por parte de los aliados era más bien, americano-británica. Después del ataque a Pearl Harbour los estadounidenses ya tenían cuentas propias que ajustar con Japón. Entre 1944 y 1945 derrotaron la flota japonesa cerca de la Filipinas y posteriormente, usando bomba atómica contra Hiroshima, el 6 de agosto, y Nagasaki, el 9 de agosto de 1945, obligaron al Emperador Hirohito a rendirse. Precisamente por eso en Estados Unidos y en Reino Unido la victoria en la guerra contra Japón es celebrada el 15 de agosto, día en el que Emperador anunció que firmaría la capitulación.

El Ejército de Guandong que contaba con cerca de un millón de hombres ya se encontraba en Manchuria, pero la participación en la guerra de la URSS, iniciada por las fechas de los bombardeos atómicos, acabó por doblegar a los japoneses. Las tropas soviéticas consiguieron superar con rapidez la resistencia del enemigo: de ello dan testimonio los 600.000 japoneses hechos prisioneros de guerra y las pérdidas de la URSS que ascendieron a 8.200 personas, 12.000 personas, de acuerdo con los datos oficiales. Las acciones bélicas en el continente duraron 12 días, hasta el 20 de agosto de 1945.

Para la Unión Soviética acostumbrada a victorias grandiosas y a sacrificios humanos, este no parecía ser un episodio demasiado impresionante. Por lo tanto, se considera que la Gran Guerra Patria acabó en mayo de 1945: entonces el papel primordial le pertenecía a la URSS y en la guerra en el Lejano Oriente el liderazgo lo asumieron los norteamericanos.

La versión oficial asegura que la URSS se unió a la guerra contra Japón, siendo fiel a sus compromisos delante de las potencias aliadas, no obstante, hubo otras razones: el país nunca se ha olvidado de la humillante derrota que sufrió en la Guerra Ruso-Japonesa de 1904-1905 y soñaba con tomarse una revancha. Y también con afianzar su posición en China, Mongolia y Corea, en la liberación de las cuales la Unión Soviética participó muy activamente. En cuanto a las adquisiciones territoriales, la isla de Sajalín y las islas Kuriles, fueron acordadas y aprobadas por los aliados en las Conferencias internacionales de Yalta y de Potsdam a condición de la participación soviética en la guerra contra Japón.

Después de la guerra la elaboración de un acuerdo internacional de paz con Japón precisó de mucho tiempo y esfuerzos. Solo en otoño de 1951 en San Francisco se celebró una conferencia dedicada al arreglo posbélico con Japón. A aquella conferencia no fueron invitados representantes de algunos países, que habían participado en la guerra, como por ejemplo, la China y el Vietnam comunistas y Corea del Norte.

 
Tal decisión se debía a su incierto estatus relacionado con las guerras civiles y a la posterior división territorial de estos países. Expresó el deseo de tomar parte en la Conferencia el total de 49 países, negándose a participar la India y Birmania.

La firma del Acuerdo de San Francisco significaba de hecho el fin de la ocupación de Japón y el restablecimiento de su soberanía. Siguiendo las condiciones del documento, Japón reconocía la independencia de Corea y renunciaba a sus derechos a Taiwán y otras islas, el mandato para las cuales le fue otorgado antes de la guerra por la Liga de las Naciones. Se le permitió disponer de fuerzas de autodefensa para preservar su seguridad. De esta manera Japón, a diferencia de Alemania, pudo mantener indivisible su territorio y redujo el volumen de las reparaciones.

En rasgos generales, el Acuerdo firmado como resultado de la Conferencia de San Francisco era beneficioso para Japón. No en vano fue ratificado en octubre de 1951 por la mayoría de los miembros del parlamento (307 votos contra 47). También fue ratificado el Tratado de seguridad firmado por Japón y Estados Unidos. Con la Unión Soviética, sin embargo, las cosas no se arreglaron con tanta facilidad.

De acuerdo con el borrador, elaborado por Estados Unidos y Reino Unido, Japón había de renunciar a sus pretensiones a la parte meridional de Sajalín y a las islas Kuriles. Pero el documento no hacía mención alguna de a quién pertenecerían dichas islas ni a sus fronteras. En el transcurso de la Conferencia Japón manifestó que las cuatro islas más sureñas no eran parte de las Kuriles, sino “prolongación de Japón”, sus “territorios del Norte”. Son las islas Iturup, Shikotan, Kunashir y las tres islas de Habomai. A modo de respuesta, la URSS, Polonia y Checoslovaquia se negaron a firmar el Acuerdo.

Los historiadores y los políticos ofrecían unas evaluaciones bastante dispares de esta muestra de desacuerdo por parte de la Unión Soviética, muchos la calificaban de error. Así, Nikita Jrushchov creía que la negativa a firmar el Acuerdo de San Francisco no era ventajosa para el país. Señaló al respecto “Hay que ser justos con los norteamericanos: al redactar el texto del Acuerdo, reservaron un espacio para nuestra firma y nuestros intereses se tuvieron plenamente en cuenta. Lo único que teníamos que haber hecho era firmar el documento. Y entonces todo habría seguido como debía seguir: habríamos recibido lo que se nos prometió.

Habríamos restablecido también relaciones de paz con Japón y habríamos podido enviar a nuestros diplomáticos a Tokio. Teníamos que haber firmado el Acuerdo. No sé porque no lo hicimos, habrá sido por vanidad o por orgullo, pero además por sobrevaluar Stalin sus posibilidades y el grado de su influencia en Estados Unidos.

Al negarse la URSS a firmar el Acta de capitulación de Japón, los países occidentales, por lo visto, creyeron que eso les venía bien. Y más tarde fue evidente que habían tenido razón. Porque veamos quien acabó ganando. Era nuestro error: si hubiéramos firmado el Acuerdo, habríamos tenido nuestra Embajada allí y contactos con la opinión pública japonesa y con sus figuras de influencia. Habríamos establecido relaciones con las empresas comerciales japonesas. Perdimos esta oportunidad. Era lo que querían los norteamericanos, estaba en sus intereses. Nos querían aislar”.

Precisamente por iniciativa de Nikita Jrushchov la URSS inició el proceso de negociaciones con Japón que, a pesar de numerosas dificultades, culminó en la firma de la Declaración de 1956. De esta manera se puso fin oficial al estado de guerra entre los dos países y se establecieron las relaciones diplomáticas.

Más aun, la Unión Soviética prometió a los japoneses firmar también un Acuerdo de paz que solucionara el problema territorial, anticipando la cesión de dos islas de las cuatro disputadas, las más meridionales, Shikotan y Habomai. La parte japonesa, no obstante, se negó a firmar este documento. De acuerdo con una de las versiones, se debió en gran medida a la presión por parte de Estados Unidos que le amenazaron a Japón con no devolverle la isla de Okinawa en caso de renunciar Tokio las pretensiones a las dos islas restantes, Kunashir e Iturup.

Desde entonces cualquier muestra de Moscú o Tokio de estar dispuestas al compromiso era considerada como una muestra de debilidad. Y a día de hoy el problema de las islas Kuriles no ha tenido solución. Hay quienes creen que estos territorios tienen importancia para Rusia por dos razones, la estratégica, es decir, la defensa de las fronteras, y la económica, en el sentido de recursos minerales y de la pesca. Pero la cuestión más importante, y parece ser un argumento de peso, es la soberanía de Rusia y miedo a sentar un precedente. Hay quienes insisten en que los 14.000 habitantes de las islas que viven en unas condiciones muy modestas, se irían de allí, en caso de indemnizárselo Japón económicamente.

Este problema no parece tener fácil solución y la postura pragmática de “¿para qué necesitamos unas islas minúsculas en el fin de la tierra?” no siempre funciona en el mundo actual. Las cesiones territoriales siguen siendo unos casos extremadamente raros, cuando no excepcionales. Por ejemplo, para conservar unas islas iguales de pequeñas, las Malvinas, el Reino Unido se enzarzó a principios de los 80 en una guerra contra Argentina que intentaba ocuparlas. Por otra parte, el Reino Unido, después de largos años de negociaciones aceptó ceder Taiwán a China, pero, basándose en el principio de mutuo provecho, y de tal forma que no dio la sensación de haber sucumbido a presiones, sino de comportarse como un Estado moderno que no se deja llevar por las ambiciones imperialistas.

Según revelan los resultados de las encuestas, en contra de la cesión de las islas Kuriles a Japón se pronuncia hasta el 90% de los habitantes de Rusia y más del 60% ni siquiera cree importante sostener al respecto negociaciones algunas.

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