Las “cuarentenas” del modelo socieconómico de Costa Rica

Sin Tregua

Claudio Alpizar Otoya

Claudio Alpízar

El año 1940, periodo en el que llegó a la presidencia de la República el Doctor Rafael Ángel Calderón Guardia (1940-1944), marcó el inicio de un cambio rotundo en el modelo socioeconómico del país, que venía priorizándose.

Es en esta forma como se corta con el modelo de la democracia liberal, modelo que antes se caracterizó por la existencia de gobernantes liberales que promovieron las libertades políticas, pero que poco se preocupaban por la justicia social y la intervención del Estado como regulador de las desigualdades económicas con miras a un desarrollo integral del país y las personas.

Por supuesto que antes del 1940 se dieron cuestionamientos al modelo imperante, mediante relevantes acciones del reformista Jorge Volio Jiménez en favor de la clase obrera, don Ricardo Jiménez Oreamuno, a través de la creación del Ministerio de Salud en busca de priorizar una mejor salubridad para todos los costarricenses, o Alfredo González Flores, quien estableció una importante reforma tributaria.

Pero como lo reconoció en repetidas ocasiones el expresidente Daniel Oduber Quirós (1974-1978), fue durante la crisis de la Segunda Guerra Mundial que el proceso de cambio llegó a su expresión madura con el triunfo de Calderón en 1940; fue en ese momento cuando el modelo de desarrollo cambió sustancialmente, en la búsqueda de la justicia social y la intervención del Estado en aspectos económicos.

Calderón Guardia no solamente gozó del apoyo de Manuel Mora y Monseñor Sanabria, sino también de las propuestas, el estudio y el apoyo de ideas que venía desarrollando un grupo de jóvenes socialdemócratas liderados por Rodrigo Facio Brenes -economista de corte keynesiano- en el Centro de Estudio Nacionales.

Costa Rica apostó así por un modelo de democracia social, con ideas que contaría luego con la continuidad y el apoyo natural del Partido Liberación Nacional, fundado en 1951, convertido desde entonces en la fuerza más significativa de defensa y promoción de la democracia social para luchar contra el manejo libre de la economía que había llevado a enriquecer a unos pocos y a empobrecer a las grandes mayorías.

La agricultura, la tierra y el campesino fueron los tres grandes motores para promover los éxitos de la democracia social que llevó a Costa Rica a liderar un desarrollo social y político reconocido en toda América Latina.

Fortalecimos instituciones como el cooperativismo, el sindicalismo y el solidarismo para empoderar al trabajador, al pequeño y mediano productor, y al ciudadano público y privado mediante el ahorro. Durante este periodo la clase media costarricense se amplió y fortaleció y la desigualdad disminuyó sustancialmente en nuestro país.

Años más tarde, en 1980, se inició una nueva “cuarentena” y otro cambio del modelo socioeconómico del país. Y fue durante el gobierno de Rodrigo Carazo Odio (1978-1982) que por diversas razones el Estado costarricense empezó a flaquear. Primero por la crisis mundial, que a razón de los precios del petróleo nos sorprendió con una economía endeble, con deudas, concentrada en la exportación de dos productos, el café y el banano, y sin reservas en el Banco Central para palear la devaluación del colón. Una crisis que empobrecería a miles de costarricenses, que posteriormente frustraría la inversión social que había sostenido al país por 40 años.

Durante el periodo comprendido entre 1980 y el 2020, no todo ha sido malo, pues el país, y en especial el costarricense, ha demostrado capacidad y creatividad que nos ha permitido exportar más de 4000 diversos productos hacia el mercado mundial. Sin embargo, el mercado interno, especialmente la agricultura que tanto le ha dado al desarrollo histórico del país fue relegada y abandonada paulatinamente y por las políticas públicas de los gobernantes que se sucedieron hasta la fecha.

Se abandonó a los campesinos, héroes históricos y anónimos, no solamente por ser ellos los que levantaron la economía nacional y la inversión social, sino porque además ahora que vamos a celebrar el Bicentenario de nuestra independencia, debemos tener presente que fueron ellos quienes la promovieron y lucharon para conseguirla, pues la elite económica y los poderosos de entonces apostaban a que después de España nos adhiriésemos al Imperio Mexicano.

En esta segunda “cuarentena” los grupos financieros privados, junto con el apoyo de algunos gobernantes, lograron la apertura de la llamada banca estatal, lo cual amplio y benefició los servicios bancarios, pero se abandonó a los pequeños y medianos productores y se fortaleció a un influyente sector financiero.

Se acentuó entonces un modelo poco solidario, que acarreó el debilitamiento de la inversión social y produjo una deficiencia en los servicios públicos que no solo carecían de inversión sustantiva, sino que además se toparon con un servidor público que no llegaba por méritos y compromiso con la función pública, sino mediante el clientelismo como pago de favores políticos.

Durante las 4 décadas que van de 1980 al 2020 el Estado costarricense se fue debilitando poco a poco y se llenó de “grasa”, pero su solidez de antaño le ha permito mantenerse de pie para enfrentar tanto la crisis económica del 2008 como la actual, en el campo de de salud, ocasionada por la aparición del COVID19.

Un Estado que ha sufrido ataques desde el exterior por alguna parte del sector privado, empecinado en debilitarlo, pero también desde adentro, por grupos de trabajadores públicos empecinados en lograr mejoras salariales y laborales, pero muy poco preocupados por mejorar la calidad y la eficacia de los servicios públicos.

Esta segunda “cuarentena” se caracterizará históricamente, a mi modo de ver las cosas, por haber dejado atrás la democracia social, que a su vez había dejado atrás a la democracia liberal, dando paso a una democracia economicista, más concentrada en los aspectos contables del deber y el haber, y menos empeñada en el deber y el hacer para el bien común.

Se fortaleció un corporativismo entre los gobernantes de turno -sin importar el partido en el poder- con los grupos financieros que imponen desde su visión política el debilitamiento del Estado y el fortalecimiento de la apertura de mercados. Inclusive se legitimó la usura en los créditos bancarios, al punto de que algunos economistas o banqueros tienen la desfachatez de defender la tesis -sin sonrojarse siguiera- que sin usura no hay posibilidades de crédito para los más pobres.

Esta “cuarentena” de años se ha caracterizado por la disminución sustancial de una clase media muy endeudada, por la acentuación de las desigualdades entre los ciudadanos y por el aumento sustancial de la pobreza y el fortalecimiento de un pequeño grupo de ricos.

El 2020 debe ilusionar con una nueva “cuarentena”. Ha sorprendido desde su inició con una crisis mundial, pero ahora en el campo de la salud, y con la llegada de inmensos daños colaterales para la economía mundial, crisis que encontró al país en un momento muy difícil en cuanto a sus finanzas públicas; con un alto desempleo, con más de 1.200.000 costarricenses en estado de pobreza; con una economía contraída y con un Estado debilitado no solo por la carencia de recursos sino por el debilitamiento progresivo de su brazo político y social, lo que se une al descrédito de los políticos y las carencias de liderazgo del Poder Ejecutivo del Presidente Carlos Alvarado, además de una Asamblea Legislativa con diputados en muchos casos corporativizados con los intereses financieros.

El modelo de democracia economicista actual, en menos de doce años, con dos crisis económicas (2008 y 2020), demostró la incapacidad de sus promotores para luchar no solamente contra la desigualdad, sino para enfrentar los problemas sin la colaboración del Estado al que hoy imploran. Los ciudadanos, de todos los estratos, han vuelto sus ojos hacia el gobierno y el Estado como los gendarmes urgentes destinados a solventar las carencias y penurias que empiezan a vivir.

Entra así en decadencia el modelo de consumo sin límites que ha generado en los costarricenses una deuda particular enorme con la banca privada y estatal a niveles de esclavitud económica, que se une a la deuda pública del Estado para ofrecernos un panorama desolador.

La utopía de dejar a los mercados financieros con mayor libertad deberá acabar y pronto, pues nunca encontrarán el tan vilipendiado equilibrio, y las consecuencias en que nos tienen los defensores de la democracia economicista es sin duda catastrófica, tanto con coronavirus, en el 2020 como sin él en el 2008.

Este 2020 y esta crisis deben convertirse en el inicio de una “cuarentena” promisoria, que promueva la esperanza en un mejor futuro para una sociedad que retorne a los principios de la democracia social; que retome los caminos de un Estado impulsor de la economía para los pequeños y medianos emprendedores; que asuma el papel determinante de apoyo a los agricultores, tanto para la generación de empleo en zonas rurales como para la seguridad alimentaria de todos los costarricenses.

Debemos aprovechar tanto nuestra riqueza ambiental como los recursos minerales, manteniendo así el equilibrio y la sostenibilidad de todas las actividades, en busca de diversificar aún más nuestra economía.

Queda claro entonces que el modelo actual requiere una profunda revisión y no puede continuar como hasta ahora, pues para enfrentar situaciones como la que estamos viviendo, que seguirán repitiéndose con mayor frecuencia, no tiene las capacidades requeridas para ofrecer justicia social y bienestar para todos, en especial para quienes más lo necesitan. ¡Manos a la obra!

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