Rosa Miriam Elizalde
¿Cómo podemos conseguir que Donald Trump siga hablando de inmigración?, le preguntó en 2016 Sam Number a Roger Stone, ambos asesores de la campaña republicana de ese año. Vamos a hacer que converse de que va a construir un muro, decidieron.
El magnate hizo suyo el mensaje, y éste se convirtió en el cable que lo conectó con sus votantes. En auditorios de todo el país, Trump era recibido al grito de ¡Construye el muro!. “Si la cosa se pone un poco aburrida, si la gente empieza a pensar en irse, sencillamente le digo al público: ‘¡Vamos a construir el muro!’, y se vuelven locos”, llegó a reconocer el entonces candidato en un encuentro con el consejo editorial de The New York Times hace exactamente cuatro años.
Instalado en la Casa Blanca, hizo del muro una causa nacional y un tema electoral recurrente. El martes paró en el término de San Luis, Arizona, para visitar el muro en la frontera con México y festejó la construcción de 200 millas (322 kilómetros) desde que entró en la Casa Blanca, una barrera de postes de acero tres veces más larga que el Muro de Berlín.
La gran paradoja de esta alambrada es que instaura el aislamiento de Estados Unidos en una dimensión tanto material como conceptual y sicológica. Nos revela el desquiciamiento de una sociedad aprensiva que ha terminado levantando un cerco de espino contra sí misma. El mal manejo de la crisis epidemiológica en un país que cuenta con 5 por ciento de la población mundial, pero 26 por ciento de los enfermos y 25.8 por ciento de los muertos por el Covid-19, ha levantado un muro más alto y de mayor blindaje que el de la frontera con México. El colmo es que el presidente estadunidense anunció que no harán más pruebas de coronavirus para impedir que suban las estadísticas, un argumento tan pueril como el del obeso que declara que no volverá a pesarse para no estar gordo. Solo que en este caso se trata de un acto criminal.
The New York Times reveló ayer que la Unión Europea ha preparado un borrador migratorio en el que lista a los que pueden visitar el bloque a partir del pròximo primero de julio, en dependencia de cómo los países de origen están lidiando con los casos del nuevo coronavirus. Los estadunidenses, hasta ahora, están excluidos.
“Esa perspectiva (…) es un duro golpe para el prestigio estadunidense en el mundo y un repudio al manejo del virus por parte del presidente Trump en Estados Unidos”, añade el Times. Entre los viajeros aceptables por la Unión Europea están los de Cuba, el país contra el cual Washington inició en la década de los 60 su saga de muros económicos, financieros y militares, que han escalado con una sanción adicional cada semana desde que el magnate se instaló en la Casa Blanca. En otras palabras, Estados Unidos se cierra y lo cierran, y Cuba se abre a la colaboración internacional y tiene vía libre en el mundo ante el desafío del coronavirus.
La Unión Europea ha dicho que los criterios para crear la lista de países aceptables se habían mantenido deliberadamente lo más científicos y no políticos posibles. En la isla han logrado parar en seco la epidemia, con apenas un caso detectado hace unos días, ningún fallecido y la recuperación paulatina de las actividades, salvo en La Habana, en las demás provincias, que llevan más de 30 días sin enfermos reportados por un sistema de salud pública que ha reivindicado en esta pandemia su entraña solidaria y su condición de potencia mundial.
La oposición mexicana debería tomar nota y dejar de hostigar a la brigada médica cubana, por instinto de conservación y hasta por el incentivo adicional de reiniciar algún día sus viajes de veraneo a Venecia o a París. En el empeño ruin de extender hasta la frontera centroamericana el muro de Trump contra Cuba y humillar a las instancias gubernamentales que solicitaron ayuda para detener la pandemia, se ha colocado a la derecha de la Unión Europea, subordina la evidencia científica a la política más miserable y se aferra a una versión de Orson Welles clase Z, que confunde a las brigadas médicas cubanas con la invasión de los marcianos.
Por favor, no se crean el cuento de que Cuba es el Planeta Rojo que manda espías disfrazados de médicos. Ese extraño camino, nunca imaginado por Marx ni por Lenin, de una especie de proletarios del mundo, curaos, es tan fantástica como la afirmación de Trump de que su muro los ha salvado del coronavirus y les abrirá para siempre las puertas de un mundo exclusivo para blancos.
– La Jornada