¿La revolución cubana?

Freddy Miranda Castro

¿La revolución cubana?

En mi vida escuché siete discursos de Fidel Castro Ruz, en vivo y a todo color. La última vez fue durante cinco días seguidos, más el cierre final en el Teatro Carl Marx, como parte de un Congreso Extraordinario de la Unión de Jóvenes Comunistas de Cuba (UJC) en pleno periodo de ejecución de la Perestroika y la Transparencia de Gorbachov en la URSS. Era evidente que Fidel y por lo tanto el PCC y el gobierno de Cuba no comulgaban con las ideas de la Perestroika. No mucho después cayó el Muro de Berlín, la URSS implosionó y la economía de Cuba sufrió una debacle de la que no se ha recuperado treinta años después de aquellos acontecimientos. Asistí al Congreso en calidad de representante de la JVC y escuché a FIDEL con un temperamento crítico sumamente aguzado como resultado del terremoto que la Perestroika estaba produciendo en el Movimiento Comunista Internacional y en los países de lo que se denominaba el campo socialista. A diferencia de la primera vez en el que la emoción le ganaba y por goleada a la razón.

La primera vez que escuché a Fidel en vivo fue en 1978 en la inauguración del XI Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes. El evento multitudinario se realizó en la Plaza de la Revolución. Participaron como un millón de cubanos más los 18500 delegados de 145 países que se reunieron en aquel festival bajo el lema: ¡Por la solidaridad antiimperialista, la paz y la amistad! Entonces yo tenía 19 años, la misma edad de lo que se denominaba la “revolución cubana”. Concepto del que ahora tengo dudas, porque las revoluciones siempre agregan algo nuevo a la humanidad en el campo de la ciencia y la tecnología, o de las ideas; ya sea para engrandecer el conocimiento o el bienestar de la humanidad. Y la verdad es que 62 años después, la revolución cubana no ha agregado nada nuevo ni en el campo del conocimiento científico técnico, ni en el del bienestar humano.

En 1978 a la de legación de Costa Rica le tocó situarse muy cerca de la tribuna por lo que pude ver a Fidel nítidamente en los mejores momentos de su capacidad oratoria y de su capacidad física y mental, era realmente un personaje digno de ver por su capacidad de hipnotizar a las masas con la magia de su verbo y la presencia de su corpachón enfundado en su eterno uniforme de militar, con su enmarañada barba al estilo de Bakunin. La segunda vez que lo escuché en vivo fue en ese mismo festival, pero a diferencia de la primera vez fue en una sala donde no éramos mas de dos centenares de personas. Llegó a dar un saludito que se transformó en un discurso de tres horas que culminó casi a la 1 de la mañana, para dar paso a un pachangón y un bacanal de comida y licor que terminó con una conga de jóvenes colmados de alcohol y dispuestos a comerse el mundo.

Entonces, “La revolución cubana” era como una muchacha hermosa de 19 primaveras, atrevida y audaz con acciones militares en Angola y Etiopía. La URSS y el campo socialista parecían indestructibles y brindaban una generosa y copiosa ayuda a Cuba que se expresaba en avances en la educación, la medicina, el deporte y la cultura. Quizá ningún otro país de América Latina haya recibido en su historia un volumen de ayuda financiera, técnica y cultural como la que recibió Cuba desde los años sesenta hasta mediados de los años ochenta. La idea era convertir a Cuba en la VITRINA del socialismo soviético en América. Que los latinoamericanos viéramos como la realización de las ideas socialistas basadas en el modelo soviético daban paso a una sociedad de abundancia y bienestar como nunca se había visto en nuestro continente. Ese ejemplo de éxito y bienestar iba a llevar a los demás pueblos a imitar el modelo cubano. Entonces el tema del embargo comercial de Estados Unidos, era solo una referencia de propaganda política para ejemplificar la maldad del imperio, pero que en lo material no era relevante porque el cuerno de la abundancia soviético brindaba recursos sin límites para el progreso de la revolución en Cuba.

La última vez que escuché a Fidel en vivo, la situación era totalmente diferente. Fue en el V Congreso de la UJC del 1 al 4 de abril de 1987. Cuando bajo el lema: “Con el Partido, junto a Fidel en marcha hacia el 2000”, 1500 jóvenes comunistas de Cuba se dieron cita en La Habana. Desde 1985 Gorbachov impulsaba su proceso de reforma de la URSS ante la manifestación evidente de la ineficiencia económica del sistema soviético que había entrado en parálisis y crisis, con manifestaciones de descontento social en todo el campo socialista de Europa del Este en especial en Polonia con la aparición del Sindicato Solidaridad. Luego en la RDA y Hungría. En aquella situación no se podía acudir a los tanques como en Hungría en 1956 y Checoslovaquia en 1968. El mundo era otro y Gorbachov trataba de reformar al gigante enfermo mediante un mayor dinamismo económico facilitado por mayores espacios de libertad de opinión y transparencia. La guerra de Afganistán había sido un error gigantesco tomado por cuatro personas del PCUS encabezados por Leonid Brézhnev, que había drenado y fatigado a la economía de la URSS. El golpe de gracia lo vino a dar el desastre de la central nuclear de Chernóbil en abril de 1986. Gorbachov se debatía en una intensa lucha por resucitar a aquel gigante moribundo.

Ya en 1987 Cuba empezaba a resentir la reducción de la ayuda soviética y del resto de países del campo socialista que no querían seguir cargando con el fardo que significaba Cuba y su dependencia económica sempiterna, acostumbrada a vivir de la “ayuda” de aquellos países y no de los propios esfuerzos.

El V Congreso fue un congreso plagado de “autocríticas” sobre las ineficiencias del Estado y de sus estructuras. De la UJC y sus organizaciones satélites y subordinadas como la federación de estudiantes universitarios y de los secundarios, de la organización de pioneros y las de la cultura y la recreación. Fidel lo dirigió de cabo a rabo, aunque en el papel el líder juvenil era Roberto Robaina. El consejo de ministros en pleno presidió todo ese Congreso. Como dato curioso la mitad de los delegados de la UJC eran a la vez militantes del Partido Comunista de Cuba, lo cual no es de extrañar puesto que desde que se fundó en 1965; el PCC se confundió con el país. (El primer partido comunista de Cuba se fundó 1925 por Julio Antonio Mella, pero esa es otra historia)

Se suponía que ese V Congreso de la UJC era como una refundación y reafirmación revolucionaria que partir de allí llevaría a Cuba, junto a Fidel por supuesto, hacia un nuevo paradigma de progreso y desarrollo fuera de la dependencia y el tutelaje de los soviéticos y de los países socialistas de Europa del Este.

Fidel dio en ese Congreso una muestra de su extraordinaria capacidad histriónica y de transmutación de lo que era una manifestación de derrota y debacle, la evidente dependencia de los logros de su “revolución” de recursos externos y no de las capacidades propias, en un nuevo llamado a las trincheras a la juventud cubana para tratar de resarcir aquel entuerto histórico y ahora si de una vez y en adelante transitar por un camino propio “a la cubana”. Podría escribir un pequeño ensayo sobre aquel Congreso, que me terminó de abrir la mente sobre el enorme fracaso de aquel experimento social del que yo venía siendo testigo desde mediados de los años setenta. Pero hay una anécdota que resume mi impresión principal de lo que allí aconteció y que fue determinante en mi disposición dos años y pico después de abandonar las filas del comunismo militante.

Desde la inauguración hasta su acto de clausura en el teatro Carl Marx, Fidel habló hasta por los codos. Le preguntó y repreguntó a todos los que hicieron uso de la tribuna, Roberto Robaina nunca habló en ese Congreso en su calidad de Secretario General de la UJC fue un testigo mudo de las peripecias y actos prestidigitación y fuegos artificiales de la inagotable capacidad verbal y de actuación del Comandante en Jefe.

Como al tercer día del Congreso subió a la tribuna una maestra en calidad de delegada de las trabajadoras de la educación primaria y empezó a hablar de la importancia de las huertas escolares. Fidel le preguntó sobre las distintas hortalizas que se podían plantar en una huerta (porqué Fidel sabía de todo, hasta hortelano podía ser) y la maestra con presteza le respondía sobre los rendimientos que obtenían en su huerta de cada una de las hortalizas que él mencionaba. Hasta que Eureka, Fidel le preguntó sobre un cultivo del que ella ni siquiera sabía el nombre: EL PEREJIL. De allí se agarró Fidel para improvisar una lección para todos los jóvenes de cuba y el pueblo en general que seguían las discusiones por la radio y la TV. Entonces dijo algo así: “Es que ese es nuestro problema. El problema de nuestra revolución y de la cual se aprovechan nuestros enemigos. Nuestra ineficiencia en la producción. Porqué si el socialismo no es capaz de producir perejil. Entonces el socialismo no sirve para nada”. Las palabras finales las dijo levantando su mano derecha y el dedo índice y luego se tiró para atrás en su cómoda silla, mientras todos los asistentes al Congreso se levantaban de sus asientos y estallaban en una clamorosa ovación. Obnubilado como estaba yo por la Perestroika, no salía de mi estupor ante aquella confesión de partes y la reacción de los delegados, era como una especie de histeria y de negación colectiva.

Porque la verdad era que el socialismo cubano en aquellos momentos no solo no podía producir perejil, es que no producía la mayoría de las cosas que necesitaba. Era 1987 y en aquellos días ni yo mismo, ni Fidel, ni nadie en ese Congreso y en el mundo, podía pensar que iba a pasar lo impensable, que la URSS y el llamado “Sistema del Socialismo Real” se iban a desplomar y darían paso al sistema capitalista en aquellos países que otrora parecían invencibles. Me imagino que en 1987 Fidel pensaba que las cosas en la URSS se iban a reencaminar con una destitución precipitada de Gorbachov y que los tanques soviéticos volverían al redil de la servidumbre a los “revoltosos” que estaban creando problemas en Polonia, la RDA, Hungría etc. Que, además, según una broma de la época estaban irremediablemente divididos entre optimistas y pesimistas: Entre los que pensaban que los iban a deportar a Siberia en tren y los que pensaban que los iban a llevar a pie.

Pero no fue así y después del desplome de la URSS; Cuba entró en lo que eufemísticamente se llamó “Periodo Especial”, en el que pasaron de hablar de las conquistas de la “revolución cubana” en la salud, la educación y el deporte, a no tener perejil ni lo necesario para que los cubanos tuviesen algo tan elemental como el desayuno, el almuerzo y la cena. Por la avitaminosis muchos cubanos se quedaban sin vista en aquel periodo.

De allí empezaron a medio salir gracias al salvavidas que les lanzó Hugo Chávez desde Venezuela, al turismo y las remesas económicas que enviaban desde USA los “gusanos contrarrevolucionarios” a sus familiares, transformados mágicamente en “mariposas” por esa extraordinaria capacidad de transmutación del lenguaje revolucionario cubano.

Venezuela se ha hundido y ya no está para brindarle ayudas a Cuba. Trump apretó las tuercas a las remesas y a la visitación turística gringa hacia la isla y para conformar la tormenta perfecta llegó la pandemia y mandó a parar todo en Cuba, que de nuevo entra en una espiral descendente, para que el hambre asome otra vez sus orejas de lobo entre la población cubana; ahora ya sin Fidel y sin mitos revolucionarios con los que hipnotizar colectivamente. 62 años de experimento social, plagados de fracasos e incertidumbres le mellan la esperanza hasta el más pintado que no pueda disfrutar de los privilegios del poder, al que se aferra la pequeña elite que detenta el poder del Partido Comunista, del ejército y las de las fuerzas de seguridad en Cuba.

Ya no queda nada de revolucionario que defender en Cuba, si es que alguna vez lo hubo. Y así de vitrina del socialismo en América se pasó a la condición de un país menesteroso en el que una capilla acude al cuento del lobo, del enemigo externo, para mantenerse en el poder. Un poder precario y miserable, pero poder al fin.

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