Especial para Cambio Político
Misión: Bar Tupamaro |
Precisamente otro de los nuevos locales de la Calle Mayor se llama El Baserri (caserío en idioma vasco), en el cual se han esmerado en su decoración interior, hecha toda en madera a la usanza de la arquitectura tradicional castellana, con lo que rescatan la edificación original, que hasta tiene un patio interior. Aunque este Cronista llegó únicamente con intenciones exploratorias, recuerda especialmente la amabilidad de los saloneros, a pesar de estar particularmente atareados por haber sido un sábado por la noche, el menú aquí es más limitado, de 24 tapas y probamos una paella, que hemos de reconocer que no estaba muy allá, pero no nos quejamos pues fuimos debidamente advertidos de que era lo que había quedado del almuerzo, era ya para quitarse un antojo en la víspera de abordar el galeón de regreso a las costas de Tierra Firme.
Otra de las novedades interesantes de la localidad es “La Casa Vieja”, ubicada en extremo oeste de la Calle Mayor, una zona histórica en donde se encuentra “La casa de la entrevista”, el lugar en donde Cristóbal Colón se reunió con Isabel La Católica y se decidió la expedición que terminaría con el descubrimiento de América. Así que inspirados en la figura del Almirante el Cronista entró al lugar, para descubrir con agrado que hacen su propia cerveza, le traen una parrilla a la mesa para que uno ase su propia carne y los baños están en una especie de cueva. Anotado para la próxima visita.
En el extremo oeste de la Calle Mayor está la Plaza de los Santos Niños y frente a ella hay otro local nuevo que lleva nada menos que el nombre de Gambrinus, el legendario rey del pueblo de Fresnes en Bélgica, quien ante la imposibilidad de lograr los favores de su amada, hizo un pacto con el diablo para poder ganarse su amor, el demonio le enseñó entonces el más maravilloso de los artes, fabricar la mejor cerveza, de tal modo que se olvidó de sus males de amores y fue reconocido por sus agradecidos paisanos como el Rey de la Cerveza. Leyendas parte, Gambrinus es en realidad una franquicia que pertenece a la poderosa cervecera sevillana Cruzcampo, la mayor empresa de este sector en España. Por lo tanto, el localito se diluye entre sus pretensiones de ambientarse entre el norte de Europa y Andalucía, en materia de tapas obviamente se impone esta última región. En su visita exploratoria el Cronista se pidió un bienmesabe, que son cuadritos de tiburón frito en adobo, una verdadera delicia. No obstante, el implacable veredicto del Cronista es que el lugar no da para patrullar.
Pero falta la estrella del periplo. Para ello hay que volver a remontarse a los tiempos antiguos, cuando un frío domingo invernal, este Cronista enrumbó hasta el extremo septentrional de Alcalá. Primero siguió la Calle del Tinte, que luego se transforma en la Calle del Ángel, que más adelante cambia el nombre a la Calle de Talamanca y que finalmente termina siendo la Calle de Torrelaguna. Al final de esta última se cruza uno con la Avenida de Daganzo y justo en la última cuadra a mano izquierda antes de que se termine el pueblo, ahí está bastante oculta la calle de Amadeo Vives. Allí encontré un acogedor refugio en un amplio local que tenía el extraño nombre de “Tupamaro”. El amor y la admiración surgieron de inmediato, porque por cada bebida no sirven una sino dos tapas, además, si eso no fuera suficiente, son normalmente más grandes que en el resto de los bares y para consumar la seducción, la calidad de la comida también es muy superior a la media. Terminada la estancia en tierras manchegas, este Cronista siempre suspiraba por este glorioso “Tupamaro”, al que creía extinto porque no lo había encontrado en uno de sus viajes de regreso, qué raro, con una dirección tan sencilla. Pero el que persevera alcanza y luego de una ardua labor de investigación volvió a reconstruir el intrincado camino de acceso y encontró con placer que su ansiada taberna no sólo todavía existía, sino que mantenía la calidad de sus años mozos. Así que siempre con el apoyo de desinteresados voluntarios, este Cronista recurrió a un primo y su esposa quienes por una feliz casualidad estaban de paso en las cercanías, ya verá el lector que algunos méritos son de familia. Esta vez la delegación familiar optó por pedir raciones, que son las hermanas mayores de las tapas y que sí hay que pagarlas, pero para los efectos de esta crónica la degustación resulta válida, pues las comidas que venden como raciones son básicamente las mismas que ponen de tapa. Como cortesía de la casa mientras traían la orden sirvieron una deliciosa paella de mariscos, el Cronista todavía recuerda su delicioso olor, luego el festín comenzó con pulpo a la gallega, exquisito, prosiguió con unas croquetas de jamón, continuó con un ternero a la pimienta y culminó con un surtido de mariscos fritos que incluía tres tipos distintos de pescado, calamares y gambas. Había que volver y en su última visita el Cronista se pidió la estrella de la casa: el sándwich Tupamaro, la pesadilla de cualquier nutricionista.
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