Jennifer Curtin
Jacinda Ardern, la primera ministra de Nueva Zelanda, es presentada como la nueva figura exitosa de la socialdemocracia. No se trata solo de su buen manejo de la crisis del covid-19, sino también de su plataforma de derechos sociales y de su lucha por la igualdad de las mujeres. Sin embargo, aún tiene serios inconvenientes políticos y podría no obtener un gobierno de mayoría en las próximas elecciones de septiembre.
Jacinda Ardern se ha convertido en la primera ministra más popular que ha tenido Nueva Zelanda en la historia reciente, o al menos desde que comenzaron las encuestas de opinión sistemáticas en el país en la década de 1970. El caso es que se ha ganado los corazones y las mentes de muchos neozelandeses desde el inicio de la pandemia de covid-19. Si bien los medios de comunicación internacionales han aclamado con frecuencia a Ardern como una líder inspiradora, su popularidad personal y la de su Partido Laborista, de centroizquierda, ha sido más moderada.
Según una encuesta de Colmar Brunton de noviembre de 2019, el porcentaje de preferencia que obtenía Ardern como primera ministra era significativamente más alto que el de su oponente (36% contra 10%), pero el apoyo al Partido Laborista era de 39%, solo dos puntos más que el resultado obtenido por el partido en las elecciones de 2017, mientras que el apoyo al opositor Partido Nacional, de centroderecha, era de 46%. Para febrero de 2020 poco había cambiado; la popularidad personal de Ardern aumentó seis puntos y los laboristas ganaron otros dos puntos, pero el apoyo a la oposición se mantenía firme. Los analistas sostenían que septiembre de 2020 era una fecha demasiado cercana como para que se celebraran elecciones generales.
Avancemos rápidamente a través de marzo, abril y mayo, y el caos global asociado que vino con el covid-19, hasta la primera encuesta de opinión de Colmar Brunton dentro del periodo pandémico , con titulares que informan acerca de un terremoto en el panorama político. El apoyo al Partido Laborista aumentó 18 puntos para llegar a 59%, mientras que el Partido Nacional vio decrecer su respaldo 17 puntos hasta 29%. Mientras tanto, 63% de las personas encuestadas calificó a Ardern como la primera ministra que preferían. Esto superaba el 59% alcanzado por el popular ex-primer ministro John Key, del Partido Nacional, en septiembre de 2011.
Una semana después, según una encuesta de IPSOS con una muestra de mil personas, el Partido Laborista era considerado como el partido más capaz para manejar 18 de los 20 temas claves del país. Las seis principales preocupaciones eran la economía, el desempleo, la vivienda, la atención médica, la pobreza y la inflación, y en cada uno de estos temas (y otros nueve) el Partido Laborista obtuvo aumentos significativos en sus calificaciones de capacidad.
La trayectoria política de Jacinda Ardern
En parte, esto se puede atribuir al manejo del covid-19 por parte del gobierno, no solo en términos de las decisiones políticas tomadas, sino también de la forma en que Ardern comunicó la necesidad de imponer el confinamiento en Nueva Zelanda. Su enfoque retórico fue una mezcla de determinación cálida, tranquila y a veces ingeniosa, con la que hizo un llamado a los neozelandeses a ser amables, a «unirse», a «quedarse en casa y mantenerse a salvo» y crear una pequeña «burbuja» de seres queridos para evitar la transmisión comunitaria. Ardern transmitió estos mensajes formalmente, junto con el director general de Salud, todos los días a la una de la tarde por los principales medios de comunicación, y en un tono más informal a través de Facebook e Instagram. Cientos de miles de neozelandeses la escucharon, casi a diario, para seguir las novedades.
El éxito comparativo de Nueva Zelanda y algunos otros países liderados por mujeres ha hecho que los medios frecuentemente conjeturaran que tal vez las mujeres hayan gestionado mejor esta crisis que sus homólogos varones, por una variedad de razones. Una de las que he esgrimido en otra parte es el efecto halo causado por algunos de los líderes masculinos de alto perfil del mundo que han demostrado ser tan ineptos.
Sin embargo, en el caso de Nueva Zelanda, cuando se habla del liderazgo de Ardern durante la pandemia se pasa por alto el historial que había acumulado como primera ministra, incluida la serie de desafíos que ha enfrentado en comparación con los primeros ministros que la antecedieron. Específicamente, en 2017, habiendo obtenido el Partido Laborista el segundo lugar por cantidad de votos, armó una coalición (inaudita en la versión neozelandesa del sistema alemán de representación proporcional mixta) con un partido conservador populista y el Partido Verde, una alianza políticamente inesperada que se ha mantenido unida.
En 2018, Ardern se convirtió en la segunda mujer en el mundo en haber tenido un bebé mientras ocupaba el cargo de primera ministra, y antes había eludido el menosprecio de algunos analistas varones por haber combinado maternidad con liderazgo político. Luego se convirtió en la primera líder en tener a su bebé con ella en la Asamblea General de las Naciones Unidas. En 2019, reaccionó con resolución y compasión en oportunidad de los ataques a las mezquitas de Christchurch y la letal explosión volcánica en la isla Whakaari.
¿Una socialdemocracia para el siglo XXI? ¡Todavía no!
Mientras tanto, su retórica ha puesto el acento en la importancia de la bondad y el cuidado de las generaciones actuales y futuras, tanto en el proceso como en los resultados del gobierno. Ardern se aseguró de que los objetivos de reducción de la pobreza infantil estuvieran reflejados en leyes; facultó a su ministro de Finanzas para cambiar el sistema de presupuesto de Nueva Zelanda para pasar a uno que se centre en el bienestar y no en las tradicionales definiciones y mediciones de crecimiento; y permitió a sus socios de la coalición avanzar en iniciativas políticas sobre desarrollo regional y cambio climático.
Inicialmente se habló mucho de «transformación», pero a la larga, el deseo de ser visto como fiscalmente «responsable» y las limitaciones de compartir el poder han significado que el gobierno de Ardern aún no haya reinventado la socialdemocracia para el siglo XXI. Las realidades de un mandato de tres años, niveles de confianza empresarial claramente bajos y un enfoque conservador para los muy necesarios aumentos en los beneficios de asistencia social y los convenios salariales justos significaron que, a principios de 2020, una minoría sólida de votantes de la derecha y de la izquierda siguiera sin saber si el gobierno liderado por Ardern merecía un segundo mandato.
Pero luego llegó el covid-19, y los anteriores cursos intensivos de Ardern en manejo de crisis, así como su habilidad innata para liderar y comunicarse con serena resolución, acudieron al rescate. Este país de cinco millones de habitantes apoyó la decisión de su gobierno de ir al confinamiento y hacer un retorno lento y por etapas a algún tipo de normalidad, aunque las fronteras permanezcan cerradas. El Partido Nacional ha cambiado a su líder, en un esfuerzo por recuperar a algunos de sus seguidores, hasta ahora con pobres resultados. Los trolls de derecha continúan sus campañas contra Ardern en las redes sociales con hashtags despectivos y expresan un espanto no menor ante el hecho de que una joven mujer progresista siga siendo un faro de esperanza internacional en materia de cambio climático, tolerancia a la diversidad, igualdad y gestión en una situación de pandemia.
Menos de cien días hasta las elecciones
Sin embargo, a pesar de su popularidad, es poco probable que los neozelandeses le den a Ardern un gobierno de mayoría en las elecciones de septiembre. Muchos neozelandeses dividen su voto entre dos partidos, para asegurar que haya cierto control sobre el Poder Ejecutivo. Además, las últimas predicciones de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) afirman que las consecuencias económicas de las medidas de confinamiento serán severas y duraderas. Dado que se espera que las tasas de desempleo aumenten significativamente en los próximos meses, el apoyo al Partido Laborista puede resultar escaso. Por otro lado, el gobierno utilizó su presupuesto de mayo de 2020 para establecer un Fondo de Respuesta y Recuperación Covid-19 de 50.000 millones de dólares neozelandeses (unos 32.300 millones de dólares estadounidenses), mientras que una proporción considerable de los 30.000 millones (19.000 millones de dólares estadounidenses) ya asignados fueron dirigidos a proyectos de infraestructura física y pasantías de formación profesional.
En este sentido, el gobierno liderado por Ardern se parece un poco a la vieja socialdemocracia: un partido que representa las aspiraciones de los hombres de la clase trabajadora. No sorprende que haya habido un fuerte llamado a que se consideren aspectos de género en la asignación de los 20.000 millones que aún quedan por gastar. Las agrupaciones de mujeres alimentan una creciente esperanza de que Ardern use su capital político para promover sustancialmente el bienestar material de las mujeres después del covid-19, especialmente porque ellas conforman la mayoría del personal de trabajos esenciales. Ganar el voto de las mujeres también ha sido importante para el éxito del Partido Laborista en el pasado.
Sin embargo, cuando faltan menos de cien días hasta las elecciones, y con una ventaja de alrededor de 10 puntos porcentuales, Ardern parece estar en una posición sólida para formar gobierno tras la apertura de las urnas el 19 de septiembre. De hecho, ahora el Partido Laborista depende solo de sí mismo. Queda por ver si su victoria dará como resultado una imagen socialdemócrata más progresista e inclusiva de la sociedad neozelandesa después del covid-19.
Traducción: Carlos Díaz Rocca
Fuente: IPS vía nuso.org