La lucha por el «oro verde» y la mafia del aguacate en Sudáfrica

Por Nicole Macheroux-Denault (dpa)

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Trabajadores de la cosecha del aguacate en Sudáfrica. Bandas organizadas comercian con el «oro verde» robado en las fincas de los productores. Foto: Nicole Macheroux-Denault/ICUC productions/dpa

En Sudáfrica, el crimen organizado encontró un nuevo y lucrativo campo de negocios: el comercio con el «oro verde». Desde que los aguacates (las paltas) son cada vez más populares en Europa, estalló la guerra por ellos.

«Mi mayor miedo es que la situación escale y haya muertos», dice Zander Ernst. Este agricultor sudafricano se pasea con la camisa arremangada por las filas infinitas de árboles de aguacate repletas de frutos maduros. Aquí, en el paisaje ondulado de Tzaneens, el «oro verde», como también se lo conoce, crece para luego ser exportado.

«Allesbeste» se llama el emprendimiento familiar de Zander Ernst. Maneja una de las plantaciones de aguacates más grandes de Sudáfrica y provee, por ejemplo, a grandes cadenas de supermercados en Europa.

La ubicación de la hacienda es casi idílica, de no haber allí unas vallas electrificadas de varios metros de altura y alambre de espino, que protegen la plantación. De noche patrulla un servicio de seguridad privado, porque el crimen organizado en Sudáfrica descubrió los aguacates. «Ya son una estructura tipo cartel. Si no nos protegemos, estas bandas roban en una sola noche toda nuestra cosecha de aguacates», dice Ernst.

Sudáfrica es uno de los diez mayores exportadores de aguacates del mundo. «Este año estimamos que exportaremos unas 66.000 toneladas», dice Derek Donkin, jefe de la asociación de productores en Sudáfrica.

Donkin no puede cifrar las pérdidas que sufrió el sector este año por los robos. «Pero es evidente que son altas», dice. Un estudio de la asociación estimó que en 2018, solo en la región de Tzaneen se perdieron 1.600 millones de euros (unos 1.950 millones de dólares).

Las experiencias del agricultor Ernst indican que las bandas se fueron organizando cada vez mejor en los últimos tres años. Hace algunos meses, en la hacienda vecina fueron saqueadas diez hectáreas de árboles de aguacate. «Eso representa 150 toneladas», estima Ernst. En Europa, se pagan entre ocho y doce euros (entre diez y catorce dólares) por kilo.

Los ladrones suelen llegar temprano a la mañana, cavan un túnel por debajo de las vallas electrificadas o caminan por los ríos en los límites de la plantación. La posibilidad de ser atacados por cocodrilos o hipopótamos no los asusta.

Arrancan el valioso fruto de los árboles a toda velocidad, lo colocan en sacos que son escondidos en algún lugar a las afueras de la hacienda. Todo está organizado hasta el más mínimo detalle. Otro grupo busca los aguacates robados y los lleva hasta la siguiente calle principal, donde alguien los carga.

Al contrario de, por ejemplo, las nueces de macadamia robadas, las bandas de ladrones de aguacate no descubrieron aún la exportación. Los frutos van a parar a las típicas cajas de venta o redes y terminan en los supermercados o los puestos callejeros locales, en localidades que van variando. Es un negocio lucrativo.

El gerente de «Allesbeste» Patrick Kjashuane trabaja las 24 horas del día para mantener las pérdidas lo más bajas posibles. Cuando el servicio de seguridad lo llama por la noche y avisa de algún movimiento en la oscura plantación, sale a toda velocidad por los caminos arenosos llenos de baches. Algunas veces logra atrapar al ladrón. «Son rápidos y se saben esconder bien entre los árboles de aguacate. Es literalmente como buscar una aguja en un pajar», dice Kjashuane.

En una ocasión, pudo atrapar a dos hombres y llevarlos a la estación de policía. Cuatro veces acudió en las semanas siguientes a la comisaría para ver cuándo los ladrones serían llevados ante un tribunal. Todas las veces lo despachaban hasta que un policía le dijo que los hombres habían pagado una multa y salido en libertad. «Creo que la corrupción tiene un papel importante», presume Kjashuane.

Por lo tanto, solo queda la autoprotección. «Allesbeste» invierte ya hasta 100.000 euros al año en medidas de seguridad en torno a las plantaciones de aguacates. En los últimos meses, la situación empeoró. Algunos propietarios de plantaciones ahora recurren incluso a perros rastreadores y a vigilantes armados.

En Tzaneen, sin embargo, el personal de seguridad de «Allesbeste» no está armado. «Tengo miedo de que esto vaya escalando, de que las bandas lleguen armadas a nuestras haciendas. Yo no voy a defender mi cosecha con armas», dice Zander Ernst, y agrega que nadie morirá por sus aguacates.

dpa

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