Juan Diego Castro presidente o de cómo papi es papi

Gabriela Arguedas

Análisis político

Hace solo un año, la idea de que Juan Diego Castro llegara a ser electo Presidente de la República más parecía un chiste que una posibilidad. Hoy es todo lo contrario. Para quienes defendemos una república democrática, con una clara separación y sólida independencia de los poderes que la constituyen, apegada al Estado de derecho y a los compromisos del derecho internacional de los derechos humanos, el chiste se ha convertido en una escalofriante antesala del horror.

¿Recuerdan el video en donde Castro habla sobre el asesinato de unos estudiantes de la sede de la UCR en Guanacaste, mientras acaricia con su mano un cuchillo? Y la lista de videos, tuits, declaraciones y entrevistas que refuerzan esa imagen perturbadora es larga y sigue creciendo. Pero, aún así, Castro por sí solo no habría llegado a causar este nivel de desasosiego electoral. Los medios de comunicación son corresponsables de esta criatura política frankesteiniana. Juan Diego Castro se convirtió en el personaje mediático que hoy es, gracias al PLN y a los medios de comunicación.

En buena medida, le debemos a Teletica este estado de las cosas. Además de ser el abogado de la empresa, lo han invitado desde hace muchos años, para hacer las veces de analista de casi cualquier tema. Podría decirse que es un todólogo que adora a la cámara. Y la cámara le corresponde. Habla con un tono propiedad y certidumbre absoluta sobre cualquier cosa que le pregunten. Es un hombre que no duda. Y eso a mí me parece, siempre, muy sospechoso. Es una señal de alerta. Pero para muchos otros, es más bien una característica deseable. Se le admira porque es un hombre seguro de sí mismo y de todo lo que sabe (o cree saber). Esa conducta ha sido clave en la construcción de su imagen política: se ofrece al público como un hombre perfectamente ajustado al estereotipo de la masculinidad hegemónica y tóxica. Incluso, cumple con las características más clichés —como pegarle a la mamá—. Es casi como un anuncio de un carro 4×4.

Siendo Ministro de Seguridad en el Gobierno de José María Figueres, en diciembre de 1995, mientras se discutía en la Asamblea Legislativa un proyecto de ley relacionado con seguridad ciudadana, Juan Diego Castro envió a “motociclistas uniformados, caballistas de la policía montada y 207 policías armados con fusiles M1”, para rodear el edificio del Primer Poder de la República. Ese es su estilo. Su marca distintiva es la amenaza pública. Amenaza a sus familiares, a sus colegas, a funcionarios públicos, a periodistas, a líderes de opinión, etc. Verlo en televisión, en sus videos que circulan en redes sociales, leer sus declaraciones públicas, nos remite inevitablemente a la característica puesta en escena del macho cabrío en la cantina, cuando se le sube el guaro vaquero. Podría decirse que tiene un guaro vaquero endógeno.

Mi hipótesis es que, precisamente esa es una de las características que más fascinación produce en buena parte del electorado que piensa votar por él, dentro de unas pocas semanas, que en su mayoría son hombres.

En la campaña electoral, Juan Diego Castro no sale dándole besos a los bebés, no sale abrazando cachorros de Labrador, no sale haciendo compras en el super con su esposa. No es un “Mr. Nice Guy”. Difícilmente podría estar más lejos de la narrativa de las nuevas masculinidades. Un abismo lo separa de quienes se asumen como hombres sensibles a las reivindicaciones feministas. Él es un bully, el típico matón que goza sabiendo que los demás le temen. Es un hombre poderoso, en efecto. Viene de una familia de dinero viejo. Y no es un estúpido ni un ignorante. Cuando dice algo que carece de fundamento, cuando usa una falacia o juega con algún recurso retórico, lo hace sabiendo perfectamente lo que dice. Tiene un objetivo político y discursivo, que durante la campaña ha sabido cumplir con efectividad. Y, por supuesto, el resto de los candidatos y los medios de comunicación le han ayudado en esa tarea. O, dicho de otra forma, hemos caído en la trampa. No pasa un día sin que hablemos de Juan Diego. Heme aquí escribiendo este comentario *.

Ahora, no es mi intención quedarme en describir lo que ya hemos visto. Lo que quiero señalar es esto: la cantidad de hombres que piensa votar por Juan Diego Castro es casi el doble de la cantidad de mujeres que se han decidido a votar por él, según la encuesta de Opol publicada ayer (5 de enero) por el Mundo.cr. La intención de voto respecto de los demás candidatos no presenta una distancia tan clara entre hombres y mujeres. Es evidente que el sexo/género emerge aquí como una categoría de análisis indispensable y central. Castro está hablándole a la gran mayoría de los hombres costarricenses (que siguen siendo machistas, en mayor o menor grado), y lo hace en un lenguaje coherente con la socialización patriarcal. Por lo tanto, los hombres que siguen respondiendo al mandato social de la masculinidad hegemónica ven en Juan Diego al líder anhelado. Él es la única figura política en la que pueden confiar. Es uno de ellos. Y esa emoción política se vincula con el modo de conceptualizar los problemas desde una lógica masculinista: las cosas se resuelven cuando hay un pater familias que sabe imponer su autoridad.

La herida que los movimientos feministas, de mujeres y de la diversidad sexual, han abierto en la masculinidad hegemónica-tica, es un factor primordial en esta campaña electoral. Antonio Álvarez Desanti apostó por responder a esa herida haciendo una alianza con los grupos fundamentalistas religiosos. Pero Juan Diego Castro no necesita hacer eso, porque él encarna sin tapujos esa performatividad de género. No le interesa disimular su estructura emocional y mental masculinista, no le interesa quedar bien con ciertos sectores que rechazan esas conductas, sino todo lo contrario. Él es como un mesías patriarcal. Políticamente incorrecto para unos, pero políticamente mesiánico para otros. Está actuando el simbolismo de un hombre fuerte que hace y dice lo que muchos hombres desearían hacer y decir, sin que nadie los confronte, los cuestione, los denuncie o los critique.

Tengamos presente que la masculinidad hegemónica es frágil. Por eso está herida. Ve en las reivindicaciones de las mujeres y de las personas que no se ajustan a la heteronormatividad, una amenaza ** a su poder y a sus privilegios. Y aquí está el punto neurálgico del asunto: el modo en que Juan Diego se comporta es casi como sacado de un libro de texto sobre la producción social de la masculinidad. ¿Por qué se enoja tanto cuando lo critican en redes sociales? ¿Por qué le habla a la cámara como el dedo índice levantado y con una mirada furibunda? Detrás de cada reacción iracunda en redes, que termina en bloquear a quien lo confronta, hay un gesto que es tanto de temor como de poder. Un hombre tan imbuido en el mandato patriarcal exige obediencia absoluta de sus subalternos (que son todos los demás). Cualquier que le critique está, a fin de cuentas, faltando al deber de obediencia absoluta. El pater familias diría: en esta casa mando yo, mis órdenes nadie las puede cuestionar y como esto no es una democracia, yo no tengo por qué negociar nada.

El bloqueo, el golpe, la amenaza, son suspensiones arbitrarias del diálogo, de la más elemental conversación entre iguales. El mensaje que Castro está enviando es que él, como futuro pater familias del país entero ***, no tiene que negociar nada con nadie, no tiene que rebajarse a dar explicaciones o respuestas a los cuestionamientos, porque, en primer lugar, nadie tiene derecho a pedirle explicaciones y mucho menos a cuestionar sus decisiones. Él es la autoridad. La autoridad del pater familias es absoluta. Al bloquear a alguien en redes sociales, Castro está diciéndole a esa persona, y a través de esa persona, a todos los demás, que nosotros no somos sus interlocutores, no somos sus iguales y, por lo tanto, nuestro único destino es el silencio y la obediencia. Pero un pater familias que ve a su alrededor conatos de desobediencia y de irrespeto a su autoridad absoluta, se pone nervioso, y reacciona muy mal. Reacciona con violencia. Agrede, golpea. Así restaura su poder y le da una lección al atrevido o atrevida que osó revelarse. En la antigüedad el pater familias tenía poder absoluto sobre la vida de sus descendientes, esclavos y esposas. Podía castigarlos con la muerte.

En resumen: además de la gran variedad de factores que entran en juego en una elección, está también el género y las relaciones de poder dentro de una sociedad patriarcal. Es innegable que, en esta elección, la masculinidad hegemónica está jugando como factor de peso en la intención de voto. La performatividad de género de Juan Diego Castro le da esperanza a esos hombres aferrados a la sensación de poder y dominio que les brinda la jerarquía de género. La admiración, que es una forma de amor, que sienten los hombres machistas hacia aquellos otros hombres que se acercan más al perfecto paradigma de la masculinidad patriarcal, tiene efectos políticos. Uno de esos efectos podría determinar el resultado de las elecciones, el 4 de febrero.

* Agradezco a Randall Blanco por dirigirme a los análisis que G. Lakoff hace del uso que Trump le da a Twitter.

** Y bueno, en eso sí está en lo correcto. La idea es romper el status quo opresor… Pero eso no significa que la propuesta es dominar y destruir la existencia de cada hombre sobre la faz de la Tierra… Esa reacción es puro drama de quien tiene miedo a perder sus privilegios.

*** El bloqueo, el golpe, la amenaza, son suspensiones arbitrarias del diálogo, de la más elemental conversación entre iguales. El mensaje que Castro está enviando es que él, como futuro pater familias del país entero.

Fuente: https://delfino.cr/2018/01/juan-diego-castro-presidente-papi-papi/

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