Israel y Palestina: las dimensiones asimétricas de un conflicto que no acaba

Por Mariano Tedesco Z.

La tragedia de Jerusalén y el apartheid israelí

La reciente escalada de violencia en los territorios de Israel y Palestina, me hace instantáneamente pensar en la teoría cíclica de la historia, tantas veces pregonadas por filósofos y sociólogos burgueses en los Siglos XIX y XX. Y es que no es infrecuente que cada cierto tiempo, en dicha parte del mundo, se recrudezca este conflicto que parece ya el cuento de nunca acabar.

En las noches del pasado 22 y 23 de abril, en medio del Ramadán, más de cien palestinos resultaron gravemente heridos en enfrentamientos con la policía israelí. Estos palestinos protestaban contra una manifestación de israelíes de ultraderecha en Jerusalén, quienes marchaban al estentóreo grito de “muerte a los árabes”.

Los palestinos reclamaban que sus festividades tradicionales de Ramadán en la Ciudad Vieja de Jerusalén, fueron prohibidas en muchas ocasiones por la policía israelí, bajo el argumento de la pandemia, pero en su lugar, la marcha ultraderechista fue permitida.

Este caldo de cultivo, se exacerbó con la conmemoración judía de la “reconquista” o más bien, captura, de Jerusalén oriental durante la Guerra de los Seis Días de 1967, en la que palestinos atacaron a judíos cerca del Muro de las Lamentaciones. A su vez, la policía israelí agredió a más de trescientos palestinos que se dirigían a la mezquita de Al Aqsa, ubicada en la Explanada de las Mezquitas, y que corresponde al tercer lugar más sagrado para los musulmanes.

Y es que el cruce de religiones y el crisol de sitios sagrados que hay en Jerusalén, que gozan de especial relevancia para las tres religiones monoteístas con más adeptos del mundo (judíos, cristianos y musulmanes), hace que la ciudad sea motivo de discordia eterna.

A partir de esta serie sucesiva de lamentables hechos, las tensiones han escalado. Hamás y Yihad Islámica, principales grupos beligerantes palestinos, por un lado, y las fuerzas de seguridad de Israel por el otro, han iniciado una batalla campal de misiles y explosiones que no ha causado más que sufrimiento, muertes y la exacerbación de odios que han sepultado la posibilidad del diálogo.

Hamás es claro en sus pretensiones: la devolución a Palestina de los territorios ocupados en 1967 (que incluyen porciones de Cisjordania, Franja de Gaza y por supuesto, Jerusalén Oriental) y el cese de hostilidades. Israel por su parte, haciendo caso omiso del Plan de las Naciones Unidas de 1947 en el cual se fijó la partición del territorio, ha llegado a absorber progresivamente un gran porcentaje del territorio palestino.

Israel considera a Jerusalén como su capital y a una serie de territorios palestinos como suyos, aunque la gran mayoría de la comunidad internacional no reconozca estas pretensiones. Es por ello, que Israel se ha lanzado progresivamente en una campaña de poblamiento de las zonas ocupadas y ha fomentado la diseminación de grupos de colonos que han establecido asentamientos judíos en zonas palestinas.

Pero más allá de estos antecedentes, surgen una serie de dinámicas que es preciso esbozar para entender el calibre de las acciones que se enmarcan en la escalada de violencia actual:

  • Auge de hostilidades: si bien es cierto que Hamás ha estado emprendiendo ofensivas bélicas contra Israel, el uso desproporcionado de la fuerza por parte de las fuerzas de seguridad israelíes contra civiles palestinos -incluyendo gran cantidad de niños y mujeres- contraviene los principios del derecho humanitario que según el Comité Internacional de la Cruz Roja busca “limitar los efectos de los conflictos armados. Protege a las personas que no participan o que ya no participan en los combates y limita los medios y métodos de hacer la guerra”. La protección de civiles en un conflicto es pieza fundamental del derecho internacional humanitario y está siendo violentado según se puede visualizar en las imágenes que comparten diversos medios de comunicación, entre ellos la BBC de Londres e inclusive CNN en Español.
  • Reticencia al diálogo: los elementos básicos para la negociación y el diálogo conllevan a aplicar variables como la teoría de juegos, en la que ambos adversarios deberán ceder para ganar, siendo sumamente improbable que ambos ganen o pierdan, y poco satisfactorio para el establecimiento de la paz que una parte gane y la otra simplemente pierda. El diálogo internacional, tan prometido por líderes mundiales, no se ha visto en la crisis palestino-israelí. La negativa de Israel de acabar con devolver las tierras ocupadas, así como la política israelí de expulsión y desplazamiento forzoso contra palestinos asentados en zonas de Jerusalén, no genera sino el robustecimiento del resentimiento palestino y por ende, el fortalecimiento de grupos beligerantes de resistencia armada como Hamás.
  • Persecución sistemática y calificativos de “apartheid”: Organizaciones de la Sociedad Civil tales como Human Rights Watch, han calificado las políticas de Israel hacia los palestinos como “crímenes de apartheid”. Según un informe de dicha organización, las autoridades israelíes privilegian metódicamente a los judíos israelíes y discriminan a los palestinos. Las leyes, políticas y declaraciones de los principales funcionarios israelíes dejan en claro que el objetivo de mantener el control judío israelí sobre la demografía, el poder político y la tierra ha guiado durante mucho tiempo la política del gobierno israelí. Según dicho informe, con esta finalidad las autoridades israelíes han desposeído, confinado, separado por la fuerza y ​​subyugado a los palestinos en virtud de su identidad en diversos grados de intensidad, llegando incluso a generar privaciones tan graves que equivalen a crímenes de lesa humanidad, de apartheid y persecución.
  • Discriminación y falta de oportunidades: las restricciones de movimiento que establece Israel y que impide que los palestinos se puedan mover libremente, ha ido de la mano con la confiscación de tierras, la denegación de permisos de construcción en gran parte de Cisjordania y la negación de derechos de residencia a cientos de miles de palestinos en las zonas ocupadas. Según Human Rights Watch, más de un tercio del territorio de Cisjordania ha sido confiscado a los palestinos, siendo además, que el 99% de las tierras controladas por Israel en territorios ocupados de Cisjordania y asignados para uso de terceros, han sido otorgados a civiles israelíes. Lo anterior, aunado a controles y registros sobre la población palestina en Cisjordania y Gaza, que hacen que Israel niegue la residencia a cientos de palestinos. Desde la ocupación de 1967, Israel ha revocado la residencia a casi 250.000 palestinos, negándose a procesar solicitudes de reunificación familiar y otras similares.
  • Inacción de la comunidad internacional: el gobierno de Biden, que hace unas semanas reinstauraba el reconocimiento de Palestina, poniendo fin a las políticas de la Administración Trump contra Palestina, no ha logrado llevar a la mesa una propuesta que finalice el impasse que se vive en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para solventar la crisis actual. Noruega ha presentado una propuesta, que no ha cuajado en el Consejo de Seguridad. Incluso, el Presidente Biden indicó recientemente el derecho de Israel a defenderse, el envío de un mediador a la zona en conflicto y el lanzamiento de una iniciativa para “el restablecimiento de una calma sostenible” en la zona. No obstante, voces críticas cuestionan la poca firmeza de Biden para condenar las actividades en asentamientos judíos ocupados y el desplazamiento forzoso de palestinos. Siendo así las cosas, una solución diplomática que satisfaga a los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, hace que la implementación de medidas urgentes sea un escenario aún lejano, precisamente en un momento en que las grandes potencias están, con justa razón, con sus miras puestas en la amenaza del COVID-19 más que en la cuestión geopolítica de Medio Oriente.

Hace pocas semanas, el mundo vitoreaba la salida de Israel de la crisis del COVID, el éxito de su campaña de vacunación y de las medidas de contención del virus. Lamentablemente, parece ser que esta efectiva campaña no fue aplicable para todos, sino que la discriminación religiosa tomó partido e hizo de las suyas, aumentando la discriminación en medio de la mayor pandemia que la humanidad enfrenta en más de cien años.

El uso de la fuerza desmedida contra civiles, las restricciones arbitrarias contra el COVID-19 aplicadas a manifestaciones palestinas pero no a israelíes, así como la inversión extraordinaria en armamento militar, hace que surjan una y mil interrogantes: ¿Será que el virus más peligroso sigue siendo el de la intolerancia? ¿será que la paz, como anhelo universal, es ciertamente el mayor reto de la humanidad? ¿hasta cuando las diferencias religiosas, étnicas y culturales seguirán siendo escritas con sangre?

Será entonces, según parece, que el ser humano evoluciona pero no aprende, crece pero olvida, destruye más que lo construye y en medio de todo ello, no ha aprendido la regla de oro más importante: la coexistencia. Ojalá me equivoque, ojalá no sea así…

Analista político internacional

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