Guadi Calvo
En referencia de los que señalábamos días atrás, en “La crueldad como espectáculo”, donde se describen apenas los medios, para terminar de mudar a la humanidad a ese suburbio infame que nos espera. Donde la única ley que rija todo sea la que momentáneamente necesiten los poderosos, para que pueda ser cambiada a su antojo por otra que momentáneamente necesiten los mismos personajes, quien busque un espejo que refleje ese futuro, puede mirarse en Haití.
Si bien desde el mismo momento en que Jean-Jacques Dessalines, el primer día del 1804, declaró su independencia después de trece años de lucha, fundando la primera nación independiente de América, después de los Estados Unidos. El mundo civilizado y la naturaleza parece haberse aliado en su contra por la doble aberración cometida: ser república y ser negra.
En sus ya cumplidos doscientos veinte años, esa república, esa república negra, sin temor a equivocarnos, podríamos afirmar que no ha conocido un solo día de paz. Ya que cuando no fue por responsabilidad de los hombres, lo fue su naturaleza desquiciada, que, por medio de terremotos, huracanes, sequías y dictaduras, que en Haití cuentan como desastre natural, se ha encargado de recordarle su condición de tierra maldita.
Sería largo, obvio y aburrido hacer el racconto de tantos males, que empiezan desde el momento en que la Quisqueya, tuvo la desafortunada fortuna de cruzarse en la rauda derrota de Cristóbal Colón hacia Catay y Cipango, hasta llegar a la actual situación de la nación antillana. Donde la única ley que rige es la voluntad de las bandas armadas desde mayo del 2020, disponiendo de los bienes y destinos de sus once millones de ciudadanos.
A los que habría que restarles las casi quince mil almas que la guerra de las bandas consumió en estos últimos cinco años. (Ver: Haití: Los Tonton Macoutes, están de vuelta).
A esta presurosa cuenta hay que sumar el centenar que se produjo entre el miércoles y el jueves de la semana pasada, después de que las fuerzas policiales, que todavía responden al primer ministro, Alix Didier Fils-Aime, localizaron por medio de drones y atacaron a las bandas de Gran Ravine y Village de Dieu, dos de las que se han adueñado de prácticamente la totalidad de la capital, Port-au-Prince.
La efectividad del ataque y las numerosas bajas que ha dejado se deben a que la mayoría de ellos fueron sorprendidos en su “cuartel general” en la escuela evangelista Maranatha, en el barrio de Bois-Aubé, un lugar de acceso complicado para la Policía Nacional. Según fuentes locales, entre los muertos no se ha registrado ninguno de sus peligrosos líderes.
Desde hace semanas, las autoridades locales han multiplicado sus operaciones en distintas áreas de la capital, principalmente en Kenscoff, en la parte alta de Puerto Príncipe, lo que aparentemente estaría dando algún resultado. El que se nota por el reinicio de las actividades comerciales y la reapertura de escuelas.
Solo entre enero y marzo de este año más de mil seiscientas personas han muerto, y una seiscientas resultaron heridas, a causa de las constantes batallas por territorio entre estas bandas, cada vez mejor armadas, los grupos de autodefensa armados con lo que encuentran, que apoyan a las fuerzas gubernamentales.
Durante el año pasado las bajas alcanzaron a unas seis mil, un millar más que las del 2023.
Más allá de alguna fortuita victoria, la policía, sigue sin responder a la magnitud de la crisis, incluso tampoco nada ha logrado la Misión Multinacional de Apoyo a la Seguridad (MMAS), de las Naciones Unidas. Que desde hace un año ha desplegado ochocientos policías, mayoritariamente kenianos, de los dos mil quinientos, prometidos inicialmente que por alguna extraña razón se demoran en llegar.
Jimmy Barbecue Cherisier, un ex jefe policial, reconvertido en el líder de la coalición armada, la Viv Ansanm (Vivir Juntos) la más importante y emblemática de las cerca de trescientas que operan en todo el país, tanto en áreas urbanas como rurales.
A principios de marzo del año pasado, Barbecue, su apelativo responde por la costumbre de asar a sus enemigos, coordino el asalto de la Penitenciaría Nacional de Puerto Príncipe, lo que permitieron la fuga de sus casi cinco mil reclusos. A consecuencia de esto debió renunciar del primer ministro Ariel Henry.
En esas horas él desquició de violencia provocada por las bandas fue tal, que hasta personajes experimentados como los sicarios colombianos detenidos tras el magnicidio del Jovenel Moïse, en julio del 2021, lo que reconfiguró la crisis de seguridad que actualmente se vive, prefirieron preservarse en sus celdas y negarse a escapar.
El mánager de la muerte
Blanqueado tras el retorno de Trump a Washington, Erik Prince se ha postulado para poner en caja el pandemonio desatado en Haití. Después del notorio fracaso de la Misión Multinacional de Apoyo a la Seguridad (MMAS).
Prince, fundador y CEO de Blackwater, la organización criminal privada más grande de la historia, ahora llamada Constellis. El habitual cambio de nombres es una estrategia de Prince para confundir a los diversos tribunales donde tiene cuentas pendientes a raíz de las aberraciones criminales cometidas por sus sicarios. Por lo que, a partir del 2020, tanto el Departamento de Defensa como la CIA le prohibieron funcionar.
A pesar de esa prohibición, Prince, hermano de Betsy DeVos, secretaria de Educación en el anterior gobierno de Trump, siguió activo en áreas marginales de la seguridad estadounidense, con el aval por todo el aparato de la ultraderecha norteamericana. En los últimos meses, se hizo notoria su presencia en los círculos oficiales, incluso participando activamente de discusiones internas del Departamento de Estado y del Consejo de Seguridad Nacional.
Blackwater, entre otros desastres, cuenta con la masacre de 2007 de plaza Nisour (Irak), donde sus empleados tirotearon durante media hora a una multitud desarmada, dejando diecisiete civiles muertos y unos veinte heridos.
La semana pasada se conoció que el próximo mes Prince enviaría a ciento cincuenta de sus mercenarios para asistir a la fuerza policial. Aunque se sabe que ya algunos de los suyos están en la isla a cargo de la operación de drones, con que se busca localizar y eliminar a los jefes más notorios de estas bandas.
Debido a sus antecedentes, incluso Trump, en su anterior mandato, rechazó una oferta del CEO de Blackwater para la intervención oficial en Afganistán, más allá de que siempre estuvieron en ese país asistiendo a empresas y funcionarios.
Hasta el viernes, Haití estaba en el escritorio de Trump, no como una prioridad, pero sí como un tema de fácil resolución, donde además había un gran negocio inmobiliario detrás de la reconstrucción de prácticamente todo el país tras el terremoto de 2010, que dejó más de trescientos mil muertos y provocó la demolición de miles de edificios e infraestructura. Make America Great Again.
Veremos en qué orden quedan los negocios inmobiliarios del país antillano, ahora que su díscolo y principal socio en Medio Oriente, Benjamín Netanyahu, se lanzó a incendiar el mundo atacando Irán.
Por lo que quizás nombrar a Prince como su virrey en Haití sea, si no la mejor solución, sí la más rápida. De producirse ese desembarco, la posibilidad de una matanza, sin parangón en la historia de ese país, está en puerta. Ya que se enfrentan dos cuerpos absolutamente irregulares, que no estarán por fuera de cualquier jurisdicción internacional regulatoria de los crímenes de guerra, por una parte, Blackwater, y por la otra la coalición de bandas que se producirá al momento que el primer mercenario pise la isla.
En la carpeta de negocios que Prince le presentó a Trump figuraban participar de la captura y deportación de inmigrantes y encargarse del control y la vigilancia de las prisiones salvadoreñas en las que Estados Unidos tiene intereses políticos y comerciales.
Prince en abril realizó un acuerdo con la República Democrática del Congo (RDC) para el control de la producción y para combatir la minería ilegal en el país. En lo que ya Trump había ofrecido el cambio de minerales por asistencia en seguridad.
En este contexto casi distópico, en que ejércitos privados, sin controles estatales, enfrentan bandas al estilo Mad Max y el derecho internacional es papel mojado, Haití se ha convertido en un espejo que refleja nuestro futuro.
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