Ese franciscano que parece vivo, que sigue vivo…

Camilo Rodríguez Chaverri

Padre Pío

Hace unos años, tuve la dicha de participar en un programa de visitas a templos de Europa. Anduve tomando fotos de templos de Italia, España, Francia, Portugal, Alemania y Bélgica. Imagínense la locura que fue para mí. Como una hormiga en una tapa de dulce.

Conté con el apoyo de una empresa costarricense, lo que me permitió estirar la cobija y fotografiar cerca de mil templos europeos.

Me encantan las iglesias. Sin embargo, en ese largo y fructífero viaje, lo que me impactó fue la visita a ciertos santuarios.

Uno siente una paz y una luz especial en el pueblo de Asís, Italia, el pueblo de Francisco, el renovador de la Iglesia Católica. Francisco y Clara dejaron una obra maravillosa en este pueblo hermosísimo.

Ahí se respira una atmósfera, se vive como en un paisaje de cielo, en un ambiente de gloria… Asís bajado de las nubes, o las nubes que traen a los ángeles a descansar en ese rincón humano.

Uno siente una fuerza única en el pueblo de Subiaco, también en Italia, a pocos kilómetros de Roma, donde vivió San Benito en una cueva. San Benito es la padre de la vida en monasterios en la fe católica. Su hermana, Escolástica, fue a sacarlo de aquella cueva donde un pájaro le traía pedacitos de pan.

Esa cueva tiene una fuerza especial. Uno siento el deber de hincarse, la obligación de postrarse.

Sale uno liviano de esa cueva.

Asimismo, uno siente un poder especial de la Madre de Dios, la Virgen Santísima, en el santuario de Fátima, en Portugal, y en el santuario de Lourdes, en Francia.

Pongo por aparte el caso de la Medalla Milagrosa, en un convento metido en el corazón de París. Es un sitio pequeño, tal vez más pequeño que el Santuario de Sor María Romero, la Casa de María Auxiliadora, en Barrio Don Bosco, de San José.

En medio de las luces de París, hay una pared larga y sobria, una puerta vieja, de madera… Dentro, Dios descansa junto a su madre, vestida con su advocación de la Medalla Milagrosa.

Fue un gran regalo de la vida el estar en esos santuarios.

De todos, quizás el más espectacular es el de San Giovanni Rotondo, en Italia, donde está la obra social y espiritual del Padre Pío de Pietrelcina.

El Padre Pio vivió muchas décadas en este pueblo. Ahí construyó un hospital y forjó una enorme leyenda. Dejó un gran legado humanista y espiritual.

El Padre Pio es un ícono dentro de la Iglesia Católica. Uno va a San Giovanni Rotondo y siente dos fuerzas impresionantes: las del bien y las del mal. Las del bien, jefeadas por el Padre Pío; las del mal, esas fuerzas que siempre le hicieron la contra.

Se nota en el Padre Pio una gran capacidad en el ámbito de lo sobrenatural, el don de la ubicuidad (podía estar en dos o más lugares al mismo tiempo), el don de la clarividencia (por ejemplo, supo que habría un accidente ferroviario terrible y no dejó que una muchacha del pueblo tomara ese tren, muchacha que después fue su gran colaboradora y a quien las personas de esas fuerzas del mal vincularon sentimentalmente con él para hacerle daño, lo cual no era cierto), el don de la multiplicación (así como Jesús, Dios hecho hombre, que multiplicó los panes y los peces, así como nuestra Sor María Romero).

Fue perseguido por la jerarquía de la Iglesia Católica, como le pasó a Don Bosco, perseguido por un obispo que fue su compañero y amigo.

El Padre Pio fue vilipendiado por la mala prensa de la época. Además, un obispo fue enviado de El Vaticano para perseguir, cuestionar y hasta «desmantelar» la supuesta estafa del Padre Pio. El cura lo atendió con su paz, con su fuerza espiritual, y hasta adivinó detalles fundamentales de su pasado. Al final, el obispo tuvo que pedirle perdón.

Decían que sus estigmas eran una mentira de él.

Lo cierto es que estuve varias veces en San Giovanni Rotondo y una vez en Pietrelcina, el pueblo donde nació el Padre Pio.

Me impresionó verlo ahí, acostado, como dormido, con más de cuarenta años de fallecido, pero incólume, entero, como un gran abuelo que sueña con los paisajes que ama…

Ver al Padre Pío ahí, en una cápsula de vidrio, con tantísimos años de muerto, fue impresionante para mí.

Creo en el poder de Dios. Creo en el poder de su palabra. Creo en los milagros.

El Padre Pío es un ejemplo de alguien que a través de la oración y el trabajo social fue usado por Dios, fue utilizado como su embajador, su instrumento humano.

Mi contacto con esos santuarios ha sido un gran regalo de Dios y de la vida.

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