Thomas Vescovi
La aprobación de una ley sobre el Estado-nación en 2018 reforzando la situación de apartheid y luego la sucesión de cuatro escrutinios en dos años en los que la derecha ha emergido cada vez más fuerte, revelan el estado actual de Israel y su sociedad: cada vez más colonial, nacional-religioso y supremacista.
Los límites del «todo salvo Netanyahu»
Desde que asumió el cargo de Primer Ministro en 2009, Benjamin Netanyahu marca el ritmo y dicta la agenda política, tanto la de su bando como la de sus oponentes. Para esta última campaña electoral, la cuarta en dos años, el líder del partido nacionalista de derecha Likud ha sabido explotar a su favor un contexto político que, sin embargo, le es desfavorable. Si bien tiene el récord de longevidad a la cabeza del país, su aura continúa desmoronándose, por al menos tres razones.
En primer lugar, Netanyahu enfrenta tres cargos por abuso de confianza, corrupción y malversación de fondos. Un cuarto caso relacionado con la compra de submarinos alemanes parece estar listo para agregarse a su expediente judicial. Además, su terquedad en seguir siendo el único líder de su bando y querer colocar su inmunidad judicial en la balanza de las negociaciones para la formación de un gobierno, crispan incluso dentro de su partido. Así, en diciembre pasado, su exministro y actual diputado, Gideon Sa’ar, rompió con el Likud a favor de su propia formación Tikva Hadasha (Nueva esperanza). Finalmente, Netanyahu se enfrenta a un movimiento de protesta política sin precedentes, por su amplitud y duración, en la historia de Israel.
Pero, para derrocarlo, sus oponentes deben ser creíbles a ojos del electorado y capaces de llegar a un entendimiento entre sí. Para la primera condición, solo dos candidatos parecen haber podido preocupar al actual Primer Ministro en las últimas cuatro elecciones: Benny Gantz, ex general y líder de la lista Kahol Lavan (Azul-blanco, referencia a los colores de la Bandera israelí); y Yaïr Lapid, figura centrista y laica, al frente de su propio partido Yesh Atid (Hay futuro). Sin embargo, la heterogeneidad del bando antiNetanyahu complica el cumplimiento de la segunda condición, impidiendo a ambos reunir el número de parlamentarios suficientes para formar gobierno.
Los 120 escaños de la Knesset, la única asamblea parlamentaria, son elegidos cada cuatro años por representación proporcional plurinominal. Para obtener mandatos, cada lista debe alcanzar el umbral electoral del 3,25%. Al final de la votación, los partidos entablan negociaciones esperando reunir al menos 61 diputados y así poder formar gobierno. En las últimas tres votaciones, ni Netanyahu ni sus oponentes lo han logrado. En marzo de 2020, ante la pandemia de Covid-19, Gantz había aceptado la formación de un gobierno de unidad nacional con el Likud, pero solo duró nueve meses.
«Ministro del crimen», «Vote por la verdad», «Nada podrá detenerlo» … Si las consignas electorales de los opositores a Netanyahu eran todas, y con razón, cada cual más alarmista que las demás, participaron a su manera en el fortalecimiento de la hegemonía del líder del Likud. La mayoría de debates o reuniones se polarizaron en torno a Netanyahu mientras éste mostraba con calma sus logros: en particular, la campaña de vacunación y los acuerdos de Abrahám que normalizan las relaciones de Israel con varios países árabes.
Si bien puede contar con el apoyo de los ultraortodoxos, esto es todavía insuficiente para permitir que el Likud forme un gobierno. Por tanto, Netanyahu ha presionado a varios partidos de extrema derecha para que se aliaran, bajo la bandera del Partido Sionista Religioso, para permitirles obtener el número de votos necesarios para entrar en la Knesset. Bezalel Smotrich e Itamar Ben Gvir encarnan las dos figuras de esta lista, heredera del pensamiento del rabino Meir Kahane. Este último había logrado ser elegido miembro de la Knesset en 1984. En cada una de sus intervenciones, la asamblea se vació para no respaldar sus palabras. Beligerante, provocador y racista, el partido de Kahane terminó siendo prohibido en 1994 por «incitación al terrorismo».
Ben Gvir y Smotrich residen en las colonias de Cisjordania, incluida la de Hebrón en el caso del primero de ellos, conocida particularmente por reunir a las y los colonos más extremistas. Homófobos y racistas, defienden la expulsión de las y los palestinos, el establecimiento de una teocracia y no ocultan su deseo de ver demolida la explanada de las mezquitas de Jerusalén, en beneficio de la reconstrucción del Templo judío. Al obtener seis diputados el 23 de marzo, ahora el Partido Sionista Religioso puede pretender sentarse en un gobierno liderado por Netanyahu.
Dos crisis y ningún gobierno
La próxima coalición de gobierno tendrá que afrontar dos crisis. La primera es social. Detrás de su escaparate de paraíso para jóvenes ejecutivos dinámicos y emprendedores especializados en nuevas tecnologías, la nación start-up israelí sirve sobre todo como modelo de desigualdades: dentro de la OCDE, Israel es el segundo país más desigual, detrás de México. Las medidas sanitarias para hacer frente a la covid-19 han empobrecido aún más a la población: en marzo de 2020, tras el primer confinamiento, casi un millón de empleadas y empleados fueron despedidos. La tasa de desempleo supera el 10%, contra el 3,4% en 2019. Cincuenta mil hogares cayeron por debajo del umbral de la pobreza y otros cien mil vieron caer drásticamente su nivel de vida, la demanda de ayuda alimentaria se multiplicó por 2, mientras los servicios sociales han conocido un aumento del 60% de los expediente a tratar.
La segunda crisis es diplomática. ¿Qué valor tienen los acuerdos de Abraham en ausencia del padrino Donald Trump en la Casa Blanca? Peor aún, el nuevo presidente de Estados Unidos Joe Biden ha multiplicado los signos, aunque limitados, de un reequilibrio: las colonias son ilegales, la UNRWA debe ser financiada y la misión palestina en Washington debe reabrirse, sin, no obstante, cuestionar la alianza esencial con Israel en la estrategia de Estados Unidos en el Cercano y Medio Oriente.
Para hacer frente a estas crisis, la próxima coalición de gobierno requerirá una línea política clara y creíble. Sin embargo, si en las cuestiones diplomáticas parece que se va realizando progresivamente una sinergia entre todas las fuerzas del campo político sionista, la cuestión socioeconómica sigue siendo divisoria. Netanyahu no es solo un adversario de los derechos del pueblo palestino, también es un defensor del neoliberalismo al estilo Reagan-Thatcher. Sus dos principales rivales de la derecha, Bennett y Sa’ar, atestiguan el mismo apego a estos dogmas económicos, llamando a aprovechar la desaceleración económica vinculada a los tres confinamientos para emprender un electroshock económico y liberal.
Para acabar con la era de Netanyahu, tendrán que aliarse en el centro y en la izquierda. Si se vislumbran convergencias con los centristas Gantz y Lapid, que juntos tienen veinticinco diputados, habrá que decidir cuál de sus programas o partidarios de una forma de retorno del Estado a la economía debe ceder. El Partido Laborista y Meretz, los dos herederos del sionismo de izquierda, defienden un modelo de Estado protector, mejorando las pensiones, ampliando la duración de la baja parental o reforzando los derechos de las y los asalariados, especialmente de las mujeres.
Dos sociedades judías frente a frente
Paralelamente a los enfrentamientos sobre si Netanyahu continuará gobernando Israel o no, la arena política israelí está dividida entre los liberales laicos, que aspiran a tomar el control del Estado y de los ministerios que el Likud se ha acostumbrado a dejar a los ultraortodoxos, y quienes al contrario, estiman que los religiosos tienen un lugar indiscutible dentro de las instituciones para hacer de Israel el “Estado del pueblo judío”.
Dos sociedades se enfrentan. La primera, laica y liberal, tiene su base en Tel Aviv y otras ciudades abiertas al exterior. La segunda puede contar con las ciudades religiosas, incluida Jerusalén occidental, y la periferia habitada por las y los israelíes más afectados por la pobreza, generalmente mizrahim (judíos orientales), falashas o rusófonos. ¿Por qué esta población, empobrecida y maltratada por la política de la derecha, vota a sus verdugos?
Las y los militantes de la izquierda sionista o del centro tienen múltiples expresiones para describir a este electorado, pobre y religioso: instinto gregario, fanatizado, manipulado… Para el sociólogo israelí Nissim Mizrachi, este enfoque explica en parte la incapacidad de este campo para ser audible para las capas populares: “Antes de preguntar por qué estas personas votan en contra de sus intereses, preguntémonos por qué deberían votar por vuestros valores”1/.
Concebir un Estado para los judíos implica definir el judaísmo en toda su pluralidad. Sin embargo, si para los pioneros del sionismo, en gran parte asquenazí (europeos), el judaísmo era ante todo una identidad, no es lo mismo para las comunidades judías del mundo musulmán (Mizrahim) o de África del este (falasha): ser judío remite en primer lugar a una religión. Las desigualdades socioeconómicas, la restricción de las libertades de las ONG, los derechos LGBT o el acceso al aborto son ideas y valores que movilizan a la izquierda judía. Pero el caso es que permanece en las antípodas de las principales preocupaciones del electorado de derechas: hacer de Israel un Estado judío.
Así, ante la amenaza de un crecimiento demográfico árabe igual o superior al de las poblaciones judías, o del riesgo de que millones de palestinos se integren al Estado en caso de anexión de parte o la totalidad de Cisjordania, Netanyahu unió su bando en torno a la Ley del Estado-nación, aprobada en julio de 2018. El artículo 1 basta para comprender su objetivo principal: «El ejercicio del derecho a la autodeterminación nacional en el estado de Israel es específico del pueblo judío».
La izquierda sigue inaudible y silenciosa. El histórico Partido Laborista, consciente de tener que dar por terminada su hegemonía de antaño, no pretende proponer un modelo de sociedad radicalmente diferente. Merav Michaeli, la actual líder del partido, es una figura de la izquierda israelí y del movimiento feminista. En 2020, siendo parlamentaria, se negó a seguir a la dirección de su partido, que validó la entrada del laborismo en el gobierno de unidad nacional liderado por Netanyahu, planteando en cambio la movilización contra el mantenimiento de este último en el poder.
El Meretz, una izquierda sionista radical, y el Partido Laborista se enfrentan a una situación concreta: el campo judío progresista está en minoría. En una encuesta del centro de investigación independiente Israel Democracy Institute, realizada en febrero de 2020, el 69,9% de las y los judíos israelíes de entre 18 y 24 años se definen a sí mismos como de derechas y el 59% de ellos se oponen a la creación de un Estado palestino. Sobre todo, la izquierda sionista logró el peor resultado de su historia, pasando de veinticuatro diputados en 2015 a seis en 2020 y trece en 2021. Si la izquierda sionista ya no aparece en primer plano es, entre otras cosas, porque ya no parece capaz de competir con el Likud. Así, entre 2019 y 2020, el electorado laico y liberal pareció preferir apoyar a Gantz y luego a Lapid. Estas dinámicas empujan a las direcciones del Meretz y del Partido Laborista a aliarse o a abrirse hacia el centro, reforzando naturalmente la derechización del país en ausencia de una oferta política alternativa.
La división del campo palestino
El antiguo diputado comunista Dov Khenin plantea la ecuación de esta manera: militar en la izquierda y fuera del campo sionista en Israel es un dilema permanente, porque para reunir al electorado palestino es necesario rechazar el sionismo sin ambigüedades y, a la vez, para obtener un número significativo de votos entre las y los judíos, no hay que centrarse en la crítica del sionismo. Antigua personalidad de Lista Conjunta, formada por los principales partidos palestinos de Israel (desde los nacionalistas árabes del Balad al Movimiento Islámico, pasando por el Hadash del Frente Democrático por la Paz y la Igualdad, del cual es miembro el Maki del Partido Comunista de Israel), Khenin comprende la importancia de «dirigirse a toda la población».
Entre 2019 y 2020, Lista Conjunta, bajo el liderazgo del comunista árabe Ayman Odeh, encarnó sin duda la única dinámica de izquierdas. En los distritos del sur de Tel Aviv, donde las y los judíos falasha viven en la precariedad, los carteles de Lista Conjunta proponían: «Tu voto contra la discriminación». En juderías ultraortodoxas: «Tu voto en contra del servicio militar obligatorio». En marzo de 2020, Lista Conjunta obtuvo quince diputados, el mejor resultado jamás obtenido por una alianza no sionista en la historia de Israel. Su éxito se basó tanto en votos récord en las principales ciudades árabes con del 85% al 90% de los votos, como también en una parte del electorado judío progresista, desilusionado ante la elección estratégica de la izquierda sionista, que prefirió aliarse con el centro. Así, en Haifa o Tel Aviv, Lista Conjunta obtuvo alrededor de 25.000 votos en los barrios judíos.
Aprovechando esta dinámica, Odeh consideró oportuno interferir en las negociaciones parlamentarias, pensando en convertirse en el hacedor de reyes y en quien hundiera a Netanyahu. Tras las elecciones de marzo de 2020, Odeh dejó claro su apoyo a Gantz como primer ministro a cambio de que se comprometiera en varios temas decisivos que iban desde la retirada de la Ley de Estado-nación hasta la derogación de la Ley Kamenitz, que votada en 2017 facilita la destrucción en las ciudades árabes de cualquier construcción hecha sin el consentimiento de las autoridades israelíes. Lista Conjunta obtuvo incluso la presidencia de la comisión parlamentaria. Al mismo tiempo, el bando de centroizquierda, liderado por Gantz, se agitó y terminó doblegándose: al menos tres diputados se negaron a respaldar una alianza de gobierno sin mayoría judía.
Semanas después de la formación del gobierno nacional liderado por Netanyahu, Lista Conjunta muestra sus primeras divisiones. Esta alianza histórica de los partidos palestinos de Israel junto con la izquierda judía no sionista no oculta diferencias ideológicas internas. Ya había personas, como los cuadros de Balad, para quien la estrategia de Odeh de aliarse con la izquierda o el centro sionista para bloquear al Likud y la extrema derecha religiosa, fue difícil de aceptar, si es que fue validada sinceramente. Sobre los derechos de las minorías, LGBT en particular, sobre la pertenencia nacional (integración en la sociedad israelí o en el nacionalismo palestino) o incluso sobre el lugar que se le debe dar a la lucha de las y los palestinos de Cisjordania y Gaza, las y los comunistas y ecologistas de Hadash, las y los nacionalistas de Balad o las y los musulmanes conservadores de Ra´am tienen dificultades para hacer converger sus posiciones.
Mansour Abbas es el representante de la rama sur del Movimiento Islámico en Israel y una figura de la Lista Árabe Unida llamada Ra’am en hebreo. Su decisión de romper con Odeh para las elecciones de 2021 solo puede entenderse revisando la historia de la politización de las y los palestinos en Israel. En 1948 se convirtieron en ciudadanos de Israel y hasta 1966 estuvieron sometidos a un gobierno militar. Tras la Guerra de los Seis Días de 1967, una nueva generación se involucra en el juego político israelí para poner a la institución sionista frente a sus pretensiones democráticas: «tenemos ciudadanía pero no los mismos derechos que los judíos». Esta dinámica se operó paralelamente a la llegada al primer plano de la escena de un movimiento nacional palestino representado por la Organización para la Liberación de Palestina y encarnado por Yasser Arafat.
Esta politización híbrida, vinculada tanto al nacionalismo palestino como a la exigencia de la plena igualdad entre los ciudadanos israelíes, duró hasta la década de 1990 y se caracterizó por el deseo de llevar una voz árabe autónoma. A partir de la década de 2000, la derechización de Israel aceleró la marginación del sionismo de izquierda e hizo nacer entre una parte de las y los cuadros palestinos de Israel una nueva orientación estratégica. Por un lado, la ausencia durante el proceso de Oslo de un interés de la OLP en ellas y ellos ilustra la necesidad de las y los palestinos de Israel de emanciparse por si mismos, sin esperar nada del liderazgo nacional palestino. Por otro lado, la izquierda sionista, al perder su influencia, ya no puede dar la espalda a una alianza con las y los palestinos de Israel. Así, Odeh afirma que bastaría con que “el 30% de las y los ciudadanos judíos se uniera al 22% de los ciudadanos árabes para constituir una mayoría a favor de la paz. Solos, agrega, no intervenir sobre temas relacionados con la guerra y la segregación, omnipresente en Israel. Pero sin nosotros y nosotras, no habrá cambios en estos temas esenciales”2/.
Para Abbas, la negativa de Gantz a aliarse con Lista Conjunta significa el fracaso de la estrategia de Odeh, cuando al mismo tiempo la imagen de un Netanyahu dispuesto a aliarse con países musulmanes por una convergencia de intereses sugiere que la división derecha/izquierda ya no es operativa. Después de haber multiplicado los signos de un acercamiento con la derecha y más particularmente con el Primer Ministro, anuncia que su partido Ra’am se unirá al candidato mejor situado para formar una coalición. Ya no se trata de prometer al centroizquierda una alianza de las y los palestinos contra la derecha, sino de aumentar las exigencias dirigidas a todos los candidatos, desde la izquierda a la derecha, y obtener las políticas más ventajosas para la población árabe, en particular para frenar la criminalidad que ha provocado ya más cerca de treinta muertos entre la juventud palestina desde enero de 2021.
Si bien Lista Conjunta obtiene seis escaños, naturalmente clasificados en el bando «anti-Netanyahu», Abbas obtiene cuatro, situándose como el verdadero decisor del resultado de las elecciones, negándose a posicionarse a favor o en contra del Primer Ministro saliente. A partir de ahí, Netanyahu camina sobre el fijo de la navaja al buscar aliarse, por un lado, con los ultraortodoxos y los kahanistas, que representan juntos cincuenta y dos diputados, y por otro lado, con los islamistas de Ra’am.
¿Una alternativa árabe-judía?
No hay duda de que la izquierda sionista tiene la responsabilidad de esta división del campo palestino, así como de sus propios fracasos. Si Meretz lleva un discurso igualitario y progresista, y coloca a dos palestinos en los primeros cinco de su lista, su negativa a dialogar para formar un frente común con Lista Conjunta, en beneficio de una alianza con los laboristas, muestra la realidad de la jerarquía de valores. Meretz comparte con Odeh el deseo de paz e igualdad más allá de particularismos comunitarios. Junto con el laborismo, Meretz defiende su adhesión al sionismo, es decir, a un Estado donde los judíos siempre tendrían un poco más de derechos y legitimidad, aunque las instituciones fueran de inspiración socialista.
La movilización política contra Netanyahu que comenzó en 2019 y continúa, en menor medida, hasta ahora, no se limita a los ámbitos tradicionales de la izquierda sionista. La unidad se realiza contra la figura del Primer Ministro, a quien todo el mundo quiere ver salir del poder por motivos a veces diferentes: acusaciones de corrupción, gestión de la covid-19 y sus secuelas económicas, explosión de pobreza y exclusión social… en cambio, como cuando el movimiento social de 2011, la participación de las y los palestinos de Israel en el movimiento sigue siendo anecdótica. Si en 2020 las y los oradores que desean denunciar la ocupación o los planes de anexión de Cisjordania recibieron una acogida más cálida, sigue presente una pregunta: ¿Hasta dónde están dispuestos a llegar las y los judíos israelíes? ¿Buscan un cambio cosmético o de un nuevo sistema que ofrezca justicia igual para todas las personas?
Tras las elecciones del 23 de marzo, en la composición actual de la Knesset, al menos 65 de los 120 diputados están a favor de la anexión de tierras palestinas en Cisjordania. Al menos 97 parlamentarias y parlamentarios están a favor de que continúe la colonización, y otros tantos se oponen al establecimiento de un Estado palestino dentro de las fronteras de 1967 con Jerusalén este como su capital y, por lo tanto, se oponen a la aplicación del derecho internacional. La laborista Michaeli no se opone a la prosecución de la colonización en Cisjordania y ha juzgado severamente la decisión de la Corte Penal Internacional (CPI) de abrir una investigación sobre los crímenes cometidos en los territorios ocupados. Peor aún, porque dio aún más bazas a todos los nacionalistas que atacaron a Nitzan Horowitz, jefe de la lista de Meretz que, por el contrario, se había felicitado en las redes sociales de la decisión de la CPI.
La principal manifestación contra el proyecto de anexión de territorios palestinos, organizada el 6 de junio de 2020, reunió solo a unos pocos miles de israelíes. Y, sin embargo, una semana antes, guardias fronterizos israelíes habían matado a Iyad al-Hallaq, un palestino de 32 años con autismo, en la Ciudad Vieja de Jerusalén cuando se dirigía a trabajar en un centro especializado. Perpetrado cinco días después del de George Floyd, en Estados Unidos, que desató un movimiento de protesta mundial contra la impunidad de los crímenes policiales y el racismo, el asesinato de Al-Hallaq no generó ninguna movilización significativa en Israel. Las y los palestinos de Israel, así como de Cisjordania y Gaza son conscientes de todo esto.
Más que nunca, para la izquierda israelí, lo verdaderamente importante desde el punto de vista político es determinar la naturaleza del Estado al que se aspira. Un Estado para las y los judíos sobre bases socialistas, en el origen de la utopía izquierdista sionista, sigue siendo una perspectiva realista para quienes se aferran más al ideal sionista que a los valores izquierdistas. Por tanto, a su manera, participan en el apoyo a la deriva de este Estado cada vez más colonial y supremacista, rechazando el surgimiento de un campo árabe-judío progresista y favoreciendo el surgimiento de conservadores árabes dispuestos a aliarse con las y los nacionalistas religiosos judíos. Se puede trazar otro camino hacia un Estado de todos sus ciudadanos a condición de aceptar la pérdida de sus privilegios y a una asunción sincera de la aspiración de las y los palestinos de Israel así como de los del resto de la Palestina ocupada.
Thomas Vescovi, es autor de dos libros sobre la sociedad israelí, incluido L’échec d’une utopie. Une histoire des gauches en Israël que acaba de ser publicada por ediciones La Découverte.
Traducción: Faustino Eguberri para viento sur
1/ Carolina Landsmann, «The Real Reason Mizrahim Vote for Netanyahu, and Why the Left Can’t Win Them Over», Haaretz , 11 de enero de 2020.