Vladimir de la Cruz
En los días iniciales del proceso independentista de Venezuela, con un clero, y una Iglesia, muy españolista, defensores del Rey español Fernando VII, el 26 de marzo de 1812, ya declarada la Independencia desde el 5 de julio de 1811, se produjo un fuerte terremoto en Venezuela, con un resultado de alrededor de veinticinco mil muertos y varias ciudades sumamente destrozadas, con pérdidas de muchas vidas, incluso de muchos revolucionarios, soldados del Ejército Libertador, cuando se derrumbaron cuarteles, lo que sirvió de pretexto y de campaña para que los sacerdotes realistas levantaran discursos de que era “un castigo divino” por luchar contra el imperio colonial español y contra el Rey Fernando VII.
Bolívar reaccionó rápidamente al discurso eclesiástico, diciendo: “¡Si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca. También la dominaremos!”, frase que inspira desde entonces el desarrollo del pensamiento científico de Venezuela, y a su Ministerio de Ciencia.
El “castigo divino”, como concepto ha sido utilizado por la Iglesia Católica en diferentes oportunidades, tiempos y regiones.
También otras religiones han usado esa idea para impresionar pueblos, y creyentes, cuando les es necesario hacerlo, valiéndose de sus creencias, y en mucho de su baja y poca educación y cultura, así como para enfrentar religiones y validar luchas religiosas.
El mundo, la naturaleza, muchas veces se representa, aún dentro de las concepciones religiosas, como una situación de características fatalistas, incontrolables por los seres humanos, obviamente inexplicables, de impotencia ante ellas y de indefensión, en un mundo que es concebido por fuerzas malignas y bienhechoras, de profundo temor ante la muerte y las enfermedades que sin control la puedan provocar, como endemias, epidemias y pandemias, buscando, por ello, en armonía con la educación religiosa, la protección espiritual, trascendente de los límites de la naturaleza, y acudiendo a santos, vírgenes y dioses, tanto para protección como curación o sanación. En esta situación el hombre, el ser humano, es débil, temeroso, dependiente de un Dios omnipotente, que inspira temor y respeto, al que se le demanda necesidad de protección por medio de ritos y prácticas religiosas frente a ciertas eventualidades.
Las epidemias durante la dominación colonial española, en distintas partes del continente, se justificaron como “castigos de Dios”. Con la llegada de europeos se introdujeron distintas enfermedades y epidemias que contribuyeron a la catástrofe demográfica que sufrió el continente en ese periodo de dominación española.
Frente a las epidemias de viruela a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX en muchos de los documentos eclesiásticos, coloniales de América, se acude a Dios en ruego para que deje de azotar, promoviendo santos intermediarios y oraciones como novenas a distintos Santos.
Las epidemias se ubicaban como sentencias de un Dios, ofendido, por los pecados realizados por las personas o los seres humanos. Frente al Dios castigador aparecían las Vírgenes y los santos, como mediadores y protectores.
En Europa las epidemias en los distintos siglos, y desde los inicios del segundo milenio, también las colocaron como el resultado de la ira y cólera de Dios ante los pecadores humanos, pestes que se acompañaban del hambre, y que afectaba a todos, a pobres, jóvenes, ricos y viejos, “nacionales” y extranjeros, donde nadie estaba a salvo, lo que provocaba mayor temor a la muerte, porque era, a la vez, casi la condenación eterna.
Recién separado Lutero del catolicismo, en la peste que azotó a la ciudad Alemana de Wittemberg, en 1539, el gran sacerdote señaló que el peligro de contagio provocaba situaciones de crueldad, donde el miedo era más terrible que la misma enfermedad.
Doscientos años más tarde en Francia frente las enfermedades de viruela, tifus o fiebre amarilla se llegó a decir que el miedo era el causante del contagio, porque impedía que la gente se preocupara de sí misma y de sus familias, y porque la inconsciencia de la enfermedad favorecía su expansión.
Con motivo de la pandemia que azota al mundo, del coronavirus, el Covid-19, ya han aparecido las voces que invocan el castigo de Dios. El eco del pasado de nuevo retumba como parte de la ignorancia científica de quienes invocan estos argumentos. Y, de igual manera. La nueva peste, la pandemia, es por los pecados actuales de las personas.
Así, se ha pronunciado, el obispo de la Diócesis de Cuernavaca, en el Estado de Morelos, de México, Ramón Castro Castro, quien afirmó “que la pandemia es un castigo de Dios por la homosexualidad, los abortos, la eutanasia y la identidad de género, así como la corrupción, la violencia y los robos, y por tratar de permitir que los niños decidan el género que quieren tener”, en medio de “un desorden social” que se vive. El Obispo dijo que era la forma que Dios impulsaba para que la humanidad “reaccione”, “Dios nos grita para que reflexionemos sobre lo que estamos haciendo mal”.
También, Kourtney Kardashian, una de las hermanas, la mayor, del clan Kardashian, ha señalado haciendo citas bíblicas que esta pandemia la envía Dios a todo el mundo para castigarlo por el comportamiento indecoroso que se tiene.
A ellos se sumaron algunas organizaciones yihadistas, vinculadas a al-Queda y al Estado Islámico, que dicen que “la pandemia se entiende como un castigo de Dios a los enemigos del islam”. Una organización vinculada a Al-Queda y a los Talibanes, el Partido Islámico del Turquestán, dijo que la pandemia era un “castigo divino a China debido a la opresión que ese Estado ejerce sobre los uigures”, una minoría china musulmana natural de la provincia de Xinjian. En el Boletín Al Naba, órgano del Estado Islámico, se ha afirmado que “las enfermedades no atacan por sí mismas sino por mandato y decreto de Dios”, ante lo que se aconseja buscar “refugio y protección en Él”, y convocan a militar en la Yihad, “la mejor garantía de protección contra la epidemia”.
Y, pastores pentecostales, han llamado a sus feligreses a dar más diezmos, como la única garantía de luchar y acabar con la pandemia. El líder espiritual de la “Iglesia del Destino”, de Nueva Zelanda, Brian Tamaki, ha dicho que “el coronavirus, el Covid-19, es un castigo de Dios por alejarse de él y que todos los de su congregación estarán protegidos siempre y cuando sigan al pie de la letra el régimen de protección: pagar el diezmo y amar a Jesús”, entre otros mandatos. Cuando las personas eliminan a Dios, dijo, “estos virus son una forma de llamar la atención”.
En la Rusia de Vladimir Putin, la doble campeona olímpica de gimnasia artística, Svetlana Khórkina, y diputada del Partido “Kremlin, Rusia Unidad”, Partido de Putin, dijo que “el aplazamiento de los Juegos Olímpicos de Tokio es un «castigo de Dios» por la persecución de Rusia por parte de Occidente”.
Del mismo modo la Ministra Mnangagwa, de Zimbabue, ha dicho que “la pandemia es «un castigo de Dios» contra los países occidentales, y principalmente Estados Unidos, por la imposición de sanciones a Harare. Dios les está castigando ahora y están quedándose en casa mientras su economía grita por lo que provocaron ellos al imponer sanciones contra nosotros».
Estas visiones religiosas de la pandemia tienen carácter apocalíptico, siendo la humanidad su propio virus destructor.
A estas concepciones religiosas se suman los catastrofistas que dentro del ambientalismo y el veganismo advierten que esta epidemia es una manifestación de la destrucción que hemos venido haciendo del Planeta, y de la misma especie humana.
También las epidemias se han visto como castigo divino por las ofensas que realizan los gobernantes a Dios, por sus actos o acciones políticas.
Los fenómenos naturales, no pueden ser achacados a nadie.
Las enfermedades de carácter contagioso, endémicas, epidémicas o pandémicas, siempre han sido una amenaza para la salud y la vida de los seres humanos. Las consecuencias de ellas se aprecian por la devastación y catástrofe que producen por el contagio.
El coronavirus, el Covid-19, es quizá la primera enfermedad, que por su carácter endémico, en está época de globalización económica, provoca un impacto devastador también en todo el orden económico mundial. Nunca antes, ninguna enfermedad, había provocado una paralización económica y general de la vida social y económica del mundo, como ahora. Ni las Bombas atómicas, sobre Hiroshima y Nagazaki, hicieron tanto daño a la economía mundial, ni a la población mundial, como esta pandemia. Ni las guerras regionales ni de baja intensidad han causado tanto malestar y parálisis a la economía mundial y a las economías regionales y locales o nacionales.
La novedad de esta pandemia es que el virus que la provoca no era conocido. Su patología era desconocida y sobre la marcha de su desarrollo se ha ido investigando, lo que atrasa su evidente respuesta médica y epidemiológica.
En este caso se trata de un virus más. No es el único. La familia de los virus es muy numerosa. Entre ellos están los que provocan el Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SRAS), que también surgió en China en el 2003 y, el Síndrome Respiratorio de Oriente Medio (MERS-CoV), que se ubicó su origen en Arabia Saudita en el 2012.
Históricamente las enfermedades, las epidemias y pandemias, han acabado con más gente que las que han muerto en guerras.
Enfermedades que en el pasado han tenido este carácter pandémico y de gran mortalidad han sido controladas, el sarampión, la viruela o la varicela, el cólera, el ébola, las gripes. Algunas que no se pueden controlar pero se pueden evitar gracias a las vacunas, que resultan de procesos de muchos meses de investigación. Con otras enfermedades se convive como el SIDA o el Herpes en sus distintas manifestaciones.
El Coronavirus, el Covid-19, es un virus que llegó para quedarse. Es por medio del conocimiento científico, y solamente por este camino, especialmente médico y epidemiológico, que se le podrá controlar y evitar, si se llega a hacer la vacuna que le ponga límite. Ojalá que esta capacidad científica no se burocratice estatalmente ni se mercantilice por intereses privados y particulares. Es la comunidad científico técnica la que puede hacer posible la solución de este problema mundial.
Si como seres humanos resultamos de la Naturaleza, como seres humanos la podemos someter y transformar en nuestro beneficio, y el de las generaciones futuras, para una vida mejor. La historia de la Humanidad y del mundo es la historia de la conquista de la Naturaleza, de la conquista por el conocimiento que hemos desarrollado de la Naturaleza.
Hace muchos años no teníamos respuestas para muchos fenómenos de la Naturaleza que nos afectaban. Hoy las tenemos y hasta los controlamos en nuestro beneficio.
Hoy podemos enfrentar retos, como el de esta pandemia y de cómo combatirla, frenarla y ganarle. Y lo podemos hacer. De allí la importancia de aquella respuesta contundente de Bolívar ante la ignorancia de un fenómeno de la Naturaleza: “¡Si la Naturaleza se opone, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca. También la dominaremos!”
Es con el conocimiento científico, médico epidemiológico, que vamos a salir adelante en esta pandemia.
¡Derrotaremos el Coronavirus, el Covid-19! ¡Superaremos la pandemia!
Por ahora hay que atender las disposiciones generales y específicas que las autoridades de Salud y de la Seguridad Social van dando a la población, con sabiduría, con certeza, y con base a la propia experiencia diaria que se va extrayendo de la forma de cómo se va enfrentando y combatiendo esta enfermedad en cada país.