El edicto de precios máximos de Diocleciano

Roberto Vargas

Roberto Vargas P.
rvargas@acerosvargas.com

“Edictum De Maximis Prettis Rerum Venalium”

Dos razones nos impiden comprar un producto: carecemos del dinero suficiente o está ausente del mercado. Obviar este detalle en apariencia tan elemental complicó la vida de los economistas del Imperio Romano administrado por un genio militar novato en las materias del mercado: Diocleciano quien muy dignamente abdica de su puesto luego de fallidas reformas fiscales y un “Edicto de Precios Máximos” (301 D. C.) su más rotundo fracaso.

Antecedentes. Por Plinio el Viejo (23-79 D .C.) conocemos de su “Historia Natural” ( 3.1389) que el Senado Romano había prohibido desde muy temprano cualquier tipo de minería en toda Italia obligando al estado a importar sus metales, en particular la plata base de su sistema monetario. El denario, originalmente compuesto por 95% de ella, proveniente de Mesopotamia, estaba ausente por su guerra con Roma, e Hispania con sus filones decadentes desde tiempos de dos hermanos, cuya administración sobresale por corrupta, Caracalla y Geta, para quienes aparte de un ejército de legionarios la planilla del estado, sobregirada en más de un 50% incluía otro de funcionarios, sus parientes y amigos, que el denario no alcanzó cubrir. Para el debut de la hoy crónica devaluación, el denario empieza a ser aleado con cobre (el vellón), aleación que llega alcanzar hasta un 60% de él para finalmente, en tiempos de Diocleciano, terminar en una moneda de cobre cubierta por una película de plata que el estado obliga aceptar en su valor facial, formalmente una estafa que los “especuladores” rechazan, el mercado, siempre tan pragmático, insiste en su valor real repercutiendo en un alto costo de vida. Los indignados, cristianos de la época, dejan saber su malestar y son violentamente reprimidos.

Paralelamente en Alejandría, capital de Egipto (provincia romana), florecen, junto al cristianismo, las ciencias paganas. En su Serapeum, científicos de todo el mundo estudian las leyes que, en ausencia de dioses, gobiernan la naturaleza: la mecánica, hidráulica, medicina, astronomía y entre ellas la metalurgia que trata de explicar el estado metálico mediante una teoría en la cual “…todos los metales están compuestos por mercurio y azufre y se diferencian según sus proporciones y condiciones”. Diocleciano y sus economistas entran en pánico, un decreto suyo escrito en griego en el año 300 ordena quemar «los antiguos escritos de los egipcios, que tratan sobre el arte de fabricar oro y plata». Si bien la plata nunca formó parte del inventario metalúrgico egipcio, el oro siempre estuvo presente de forma abundante.

Año 301, irrumpe el “DE MAXIMIS PRETIIS RERUM VENALIUM”. Transformado el Imperio en una república cuasi-monárquica basada en el ejército y la burocracia Diocleciano impone, so pena de muerte, un precio máximo sin importar su costo a 1500 productos y servicios culpando, como es usual, a los “especuladores” a quienes acusa de “desviar en provecho propio los bienes que nos envían los dioses”, bienes que nunca llegaron salvo aquellos producto del esfuerzo, disciplina, ahorro y eventualmente suerte de cada quien. Como resultado los productos, ahora sí, desaparecen nadie por solidario que sea está dispuesto a vender perdiendo. El mercado, mal llamado negro, se torna transparente, invisible; reaparece el trueque y con él las relaciones de servidumbre engrosando exponencialmente con el desempleo la fila de indignados. El imperio y su moneda entran por la vía de la extinción, la “Crisis del Siglo III” está en su apogeo y en Mayo del 305, harto de su mal concebida, planteada y fallida Solidaridad Tributaria, Diocleciano abdica.

Para el 307 El Imperio nos sorprende con un “plan B” Constantino, hombre de una objetividad que hiela toma posesión y decisiones urgentes: el Imperio como Alejandría se cristianiza imponiendo un nuevo patrón de cambio…el oro egipcio. Los cristianos toman cuenta de los paganos; Roma de su oro y la hoguera de sus libros. Gracias a Constantino el Imperio Romano, ahora cristiano, llega hasta nosotros en el Cristianismo Romano.

Diocleciano

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Un comentario

  1. El error de Diocleciano no era tratar de fijar los precios, sino falsificar el dinero. Es difícil fijar precios máximos porque en realidad se trata de obligar a la gente a ser honrada, pero es imposible intentarlo mientras uno mismo se roba el valor del dinero.

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