El cine en la nueva normalidad

De vuelta 12

Mauricio Castro Salazar
mauricio.castro.salazar@gmail.com

Mauricio Castro

Vos”—oigo que me dicen, y yo busco quien me habla y si es a mí. “¿Yo?”, “sí, vos, ¿quién más?”—me dicen. Me sorprendo y solo veo ante mí un enorme letrero que anuncia películas y que me llama. Sí, me llama y no me lo creo. De verdad que no me lo creo. Es suficiente con mi vocecita interna, voy a parecer esquizofrénico.

Mi abuelo Pepe me llevaba hasta 3 veces al cine en un día. Y nos compraba “revistas” (comics, pasquines o como se les llame). Nos compraba un aterro, que luego nos llevaba a cambiarlas. Las revistas las llevábamos al cine, nos entretenían antes de que empezará la película. Por supuesto esa práctica de “cambiar” revistas era duramente criticada por mi abuela, la consideraba poco higiénica, por decirlo en palabras bonitas.

Tanto es mi fiebre por el cine que cuando me ha tocado ir a Madrid por trabajo no se imaginan la felicidad que me da, no por la comida, ni por las tiendas, ni museos y mucho menos por el vino: ¡por el cine! Hay tandas a las 3, 5, 7pm, 9, 11 pm y 1 de la madrugada, puedo salir de un cine a otro. ¡Que deleite!

“Castrosalazar: ¿no te has chequeado esa manía?—me preguntaron desde muy adentro.

¿Debería? ¿manía?—me pregunto. “no sabía que eso era manía”—agregué.

Cada vez que paso cerca de Plaza Lincoln o por Terrazas Lindora leo los anuncios de películas desde lejos, y me da una tentación que no se imaginan ustedes, y más desde el día que descubrí que el letrero me llamaba y me tentaba a ir al cine.

“Castrosalazar: ¿estás loco? ¿pensás ir al cine en estos días?¿a un lugar cerrado y poco ventilado? Tanto que te has cuidado del coronavirus”—me reclamaron desde mi interior, esa vocecita que no me deja desviarme…

“No, no, solo estoy viendo”—dije rápidamente, mintiendo.

Y sin mucho convencimiento agregué: “aunque dicen que han tomado todas las medidas y que el Ministerio de Salud les ha dado el visto bueno para que operen”

Mientras crecí, nacieron mis hijos, crecieron y en el inicio del otoño en que estoy, ir al cine ha seguido siendo uno de esos lujos (¿o vicios?) que junto a leer, me doy con todo ese gusto que uno se da con lo que de verdad disfruta (a algunos les da por el fútbol a otros por cocinar a otros por pintar…)

Con la edad me he privado de algunos otros gustazos: tomar coca cola con helados, comer un tres leches con café, comer pizza, tomar cerveza, comer palomitas de maíz (dulces o saladas), comer arroz con leche, torta chilena, trasnochar…

¡Que el trigo me da alergia!¡que la cerveza me empanza! ¡que la coca cola con helado me manda al trono!¡que el tres leches además de subirme el azúcar me hincha la panza!¡que esto me causa un malestar de varios días!¡que aquello me desbarata!¡que si trasnocho no me recupero ni en todo el fin de semana…! En fin, un montón de pendejadas, que nunca tuve antes, y si las tenía las pasaba por alto.

“Castrosalazar: son achaques de viejo, ni modo”—me dijo mi vocecita interna.

“Castrosalazar —siguió mi vocecita— oyéndote la gente va a creer que vivís rodeado de privaciones, ¡ni que vivieras en un convento, ni que fueras un monje de clausura!…no jodas”—

“Okay, okay”—dije—“pero que me privo de varias cosas, me privo y ojo nada de achaques de viejo”.

“Castrosalazar: okay, pero eso de que te privas a mí no me engañas, siempre andamos juntos, a veces se te olvida eso y además, sí te privas, es verdad, pero de algunas cosas mínimas”—me replicó.

“Okay, okay, de algunas cosillas me privo”—dije

Pero lo que más me ha golpeado de verdad en estos últimos días no ha sido privarme de gustos porque me causan malestar, ni ha sido que la pandemia me haya causado reducciones en la cantidad de trabajo, ni quedarme en la casa sin salir por semanas, ni usar mascarilla y careta por todos lados, ni lavarme las manos como maníaco compulsivo todo el día….ha sido no ir al cine.

“Castrosalazar pero si pasás pegado a Netflix”—me dijo mi vocecita.

“Sí, pero no es lo mismo. Ni de cerca, esa sensación de la oscuridad y el sonido y tomarse una coca cola zero llena de hielo y soñar que comés palomitas es insustituible”—dije.

Y seguí: “Qué uno puede instalar un home theater, que puede poner una pantalla grande, sí, pero no es ni parecido, ni por asomo sustituye ir al cine”.

De las primeras cosas de adolescente que hice cuando me vine de Liberia para la Meseta Central era ir a tanda de 3 al cine Rex, luego pasar a McDonald’s a tomarme un batido de vainilla y comerse un derretido de queso (hoy no los puedo ver ni en fotos). No gastaba la plata que me daban para la escuela en toda la semana para darme ese lujo de fin de semana. Si se me pasaba la película del Rex, la semana siguiente estaba en el Capitolio y la que seguía en el Adela. ¡Oh cine cuanto te extraño!

“Castrosalazar: la gente va creer que estás loco, no hagás el ridículo”—me dijeron desde mi interior.

Me quedé pensando un ratito y con fuerza respondí: “¡No me importa!” y luego de un silencio dije con fuerza: “¡lo que es… es: yo soy fanático del cine y punto!”

Así que la vuelta a la normalidad aunque haya permitido la apertura de cines todavía no me he atrevido a ir, aunque confieso que me falta poco, que estoy a un toque, porque después del alegrón de burro que me llevé con los famosos autocines, estoy a punto de comprarme una mascarilla y un traje especial, de esos que se ven en las películas para las guerras tóxicas y bacteriológicas, unos buenos guantes y p’al cine.

“Castrosalazar: además de que vas a parecer un loco, ¿qué pasa si te dan ganas de ir al baño?¿te quitás todo? ¿Verdad que no habías pensado en ese detallillo?”—me dijo mi vocecita interna.

Confieso que fue un golpe bajo, que esa pregunta me mató y que todavía no la tengo resuelta, por lo que todavía el cine no es parte de mi vuelta a la normalidad.

”Aunque confieso—me dije en silencio— que en un capítulo de Grey’s Anatomy vi una posible solución mientras participaban en una operación: pañales.”

Pero mi vocecita que todo lo ve y todo lo escucha me dijo con dureza: “—¡Castrosalazar: ahora si la volaste!”

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