El ascensor de la vida

(Testimonio escrito antes de la pandemia)

Crónicas interculturales

Por Remy Leroux Monet

Remy Leroux

¿Usted ha observado alguna vez el comportamiento de la gente en un ascensor?

He vivido diría a menudo lo que cuento a continuación en el anticuado ascensor de la tienda por departamentos de la decana La Gloria en la Avenida Central en San José, en el viejo ascensor del Gran Hotel Costa Rica cuando había una actividad masiva en el último piso o bien en el antiguo ascensor para docentes del Edifico Raventós en la Capital.

Es que el vehículo en cuestión solía tomar su tiempo.

Aquí, durante el lapso en que el aparato está subiendo lentamente hacia los niveles superiores, uno se va enterando de la vida y del motivo del ascenso de los pasajeros, con quién van acompañados, cómo les va el matrimonio, cuántos hijos generaron y cómo durmieron la noche anterior. Hasta podría uno enterarse de un hecho fundamental e interesantísimo pero muy triste: que a esta flaca en la esquina cerca de los botones le duele el dedo gordo del pie izquierdo. Parece que estamos en la fila a la entrada de un Ebáis o una clínica de la Caja. Y todo el mundo de expresar compasión, sorpresa, tristeza y también de opinar sobre tan singulares confesiones, auténticos casos de la vida real.

Sí, aquí, el ascensor es como un confesional.

Al llegar al último piso, de repente, una voz extraterrestre anuncia: “Quinto piso. Departamento de Hombres. Ropa interior. Pijamas. Camisas. Medias”. Los pasajeros se apresuran para bajar y se despiden efusivamente de sus nuevos amigos.

Del otro lado del Charco, el ambiente en el mismo medio de transporte es bien diferente. Es más triste y recogido que una capilla velatoria. Nadie habla con nadie. Las miradas se cruzan pero sólo expresan algo como medio, temor, angustia, tensión, no por el efecto del ascenso, sino por la presencia de esta cantidad de desconocidos que podrían en un abrir y cerrar de ojos transformarse en crueles asesinos o por lo menos en terribles ladrones o violentos asaltantes. La mayoría parece limpiarse la punta de sus zapatos con su mirada hacia el suelo. Algunos observan el techo, como buscando si existe una vía de escape.

Ya había escrito este testimonio sociológico fundamental cuando un día en el canal TV5 Mundo vi a una humorista africana francoparlante exitosa en Bélgica de nombre Carde Mone presentando todo un monólogo muy gracioso sobre el mismo tema.

Que consten: yo como europeo sólo paro la oreja. No invento nada.

Remy Leroux Monet, ciudadano francés, visitó por primera vez Costa Rica en 1978, y desde entonces no se ha separado nunca de nuestro país. En 1993 migró definitivamente. Siendo un atento observador de su entorno, tiene por afición resaltar diferencias entre sus dos países, el de nacimiento y el de adopción.

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