Desaparición del turismo de masas obliga a Bali a repensar ese modelo

Por Carola Frentzen y Anton Muhajir (dpa)

Desaparición del turismo de masas obliga a Bali a repensar ese modelo
Turistas observan desde la orilla el templo Tanah Lot, una de las principales atracciones de Bali. Al templo sólo se puede llegar con la marea baja. El turismo se ha derrumbado en la isla con la llegada de la pandemia de coronavirus. Foto: picture alliance / Christoph Sator/dpa

Bali es conocida como la «Isla de los Dioses» por los surfistas, bañistas y practicantes de yoga de todo el mundo, pero, debido a la pandemia de coronavirus, la industria del turismo lleva hundida desde hace meses.

Lo que puede parecer una bendición para esta isla que forma parte de Indonesia y que hasta hace poco era destino del turismo de masas, no lo es para la población, que está sufriendo el impacto económico de la ausencia de visitantes. Parece llegado el momento de replantearse el modelo de desarrollo de Bali.

La playa de Kuta es irreconocible. Los adoradores del sol de todo el mundo, los masajistas que ofrecen sus servicios y los vendedores que ofrecen pareos y cervezas Bintang heladas en bandejas están desaparecidos desde marzo.

Los famosos atardeceres sobre el Océano Índico tienen lugar sin público. No hay excursiones a los arrozales en las terrazas de Tegallalang ni avalanchas en los templos de Tanah Lot, Uluwatu y Besakih, no hay retiros de yoga en Ubud.

Más de la mitad de la economía de Bali depende del turismo, y la mayoría de los balineses trabajan directa o indirectamente en el sector.

Según la oficina local de estadística, más de seis millones de visitantes extranjeros llegaron a la «Isla de los Dioses» el año pasado. Bali tiene solo unos 5.700 kilómetros cuadrados, es decir, una vez y media el tamaño de Mallorca.

El vicegobernador Cok Ace calculó a principios del verano boreal que Bali perdería cada mes 9,7 billones de rupias indonesias (más de 650 millones de dólares) debido a la pandemia, una cifra enorme para una isla tan pequeña.

Los meses de junio, julio y agosto suelen considerarse la temporada alta para las ansias de disfrutar del sol, la cultura o de pasarla bien de australianos, chinos o europeos. Mientras que en junio de 2019 se contabilizaron 600.000 visitantes extranjeros, en junio de este año el número se redujo drásticamente a 32.

Bali está acostumbrada a las crisis. En 2002 y 2005 la isla fue golpeada por el terrorismo, entre las víctimas se contaron cientos de turistas. El sector turístico acababa de empezar a recuperarse cuando la gripe aviar apareció en 2007, pero ni siquiera el virus H5N1 pudo poner de rodillas a la isla.

A finales de 2017, los vulcanólogos advirtieron de una importante erupción del Gunung Agung, por lo que fueron canceladas muchas reservas por miedo a las posibles consecuencias de la actividad del volcán.

No hubo catástrofe y los turistas volvieron a Bali. Ahora es el turno del coronavirus, y, tras meses de inactividad, la pregunta es si la isla se volverá a recuperar.

Cuando a finales de julio se permitió que turistas provenientes de islas vecinas llegaran de nuevo a Bali, fueron recibidos en el aeropuerto de Denpasar con alegría y guirnaldas de flores. El alivio fue tan grande que un ministro local incluso describió el día como «histórico». Sin embargo, las cifras no reflejan una recuperación.

«La apertura al turismo local no tuvo un impacto significativo en las reservas hoteleras», comentó el portavoz de la asociación hotelera IHGMA, Made Ramia Adnyana, citado por el portal de noticias «Kompas».

El fin de semana del 22 y 23 de agosto, por ejemplo, solo 4.900 turistas de islas cercanas visitaron Bali, migajas considerando que hay 130.000 habitaciones de hotel disponibles.

Luego vino otra mala noticia: los planes para reabrir Bali a los turistas extranjeros partir del 11 de septiembre fueron descartados en agosto.

«Bali no debe fracasar en el resurgimiento del turismo, porque esto podría dañar la imagen de Indonesia en el mundo», advirtió el gobernador de la isla, Wayan Koster.

Al mismo tiempo, la exigencia de que Bali no dependa tanto del turismo es cada vez más fuerte. Esto podría ser una oportunidad para iniciar un camino más sostenible.

El boom del turismo masivo lleva consigo más basura y consumo de alcohol hasta la inconsciencia. La demanda ya no consiste en visitar los pocos lugares idílicos apartados de las rutas turísticas. Bali ya no era el tranquilo paraíso de hippies y surfistas que surgió en la década de 1970.

«Para Bali, la prohibición de viajar es también una bendición, por fin está tranquilo, en ninguna parte hay caos de tráfico. Esto es realmente algo especial», relata Alejandro Fernández-Cruz, un español de 51 años que vive con su familia en Ubud desde hace tres años.

De todo ese tiempo solo habla de una Bali llena de turistas. Ahora, según él, los extranjeros que viven aquí y los habitantes locales se están acercando.

«Por supuesto que también es triste que tantos restaurantes y tiendas estén cerradas, pero los balineses se ayudan entre sí. Es parte de su forma de vida», añade.

Desaparición del turismo de masas obliga a Bali a repensar ese modelo
Un hombre riega las hortalizas que cultiva en una huerta comunitaria en Tegeh Sari. La caída de la actividad turística por la pandemia de coronavirus ha llevado a muchos pobladores de Bali a volcarse hacia la agricultura. Foto: Anton Muhajir/dpa

La agricultura está resurgiendo. Por ejemplo, en Tegeh Sari, un distrito de la capital, Denpasar, los residentes transformaron un antiguo vertedero de 1.000 metros cuadrados en un floreciente campo de cultivo, donde cosechan tomates, pimientos, berenjenas y espinacas malabares.

«Ahora, por lo menos, ya no tenemos que comprar las verduras en el mercado», señala Putu Gede Himawan Saputra, que como sus compañeros solía ganarse la vida con el turismo.

El cultivo de la tierra tiene otra ventaja, especialmente en tiempos del coronavirus. «Con las verduras frescas podemos fortalecer nuestro sistema inmunológico», agrega.

El gobernador Koster también destacó hace unos meses el gran potencial de los productos agrícolas balineses, especialmente en lo que respecta a las frutas tropicales.

«El salak (fruta de la serpiente) ya tiene una gran demanda y también estamos abriendo mercado para la fruta del dragón (pitahaya)», explicó.

Después de tantos reveses, Koster quiere que en el futuro la economía de Bali no dependa solo del turismo y se diversifique, incluso desarrollando el sector de la innovación y la industria manufacturera.

La pandemia golpeó duramente a los habitantes, aunque parece que ahora está dando un respiro a la isla. «Los balineses tendemos a no mostrar nuestros sentimientos», explica Wayan Partawan, que normalmente trabaja como profesor de yoga en un conocido centro turístico.

Actualmente, este maestro yogui solo puede dar cursos online. «Podemos parecer felices por fuera, pero detrás de todo esto hay tristeza», apunta.

Sin embargo, todavía hay algo positivo en estos días. Los balineses practican cada vez más una de sus grandes pasiones, hacer volar cometas. Cualquiera que conozca Bali sabe de esta pasión de los isleños.

Las cometas son consideradas un talismán por los balineses, mayoritariamente de religión hinduista, así que tal vez no es casualidad que haya tantas en el cielo en estos momentos.

dpa

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