Daniel Oduber Quirós

Ricardo Castro Calvo

Daniel Oduber

Hay inteligencias que no sólo iluminan su tiempo: lo trascienden. Daniel Oduber Quirós fue una de ellas. Brillante hasta el vértigo, su lucidez fue pedestal de la historia y, a la vez, cruz personal en medio de las pasiones humanas. Fue admirado por su visión, temido por su claridad y, no pocas veces, incomprendido por quienes no supieron mirar más allá de sus propias limitaciones.

Tuve el privilegio de conocerlo de cerca, no como mero espectador de su obra, sino como compañero en la forja de ideas. Él presidía el Partido Liberación Nacional; yo, investido por su confianza, era Secretario del Directorio Político. Esa designación selló una relación que trascendió la política: fue amistad, lealtad, afecto mutuo.

Aún conservo el día en que lo acompañé a San Ramón, cuando en su propia casa política se afilaban los cuchillos de la traición. Lo llevé y lo traje en silencio, testigo del peso de la ingratitud sobre un hombre que había dado tanto.

Al develarse su retrato en el Salón de Beneméritos de la Patria, Costa Rica saldó una deuda de gratitud. Algún reducto, sin nobleza y menos aún grandeza, intentó mancillar su nombre, pero la historia —con su terca serenidad— coloca cada piedra en su sitio.

Oduber no dejó meros discursos: dejó conquistas tangibles. Fue artífice de Asignaciones Familiares, impulsó la universalización del Seguro Social, fortaleció la educación y le dio al país una carta de presentación ambiental. Él mismo lo proclamó: «El verdadero fin de nuestros esfuerzos no es la riqueza, sino el hombre» . Bajo esa convicción, su gobierno creó parques y reservas que asombran aún al mundo, fiel al ideal que resumía en otra de sus sentencias: «Los Parques Nacionales a los que mi Gobierno ha dado prioridad serán vivos santuarios de la vida de ayer y del mañana» .

Hubo también un Daniel íntimo, menos conocido, que amó la tierra con la pasión de un agricultor y soñó con legar sus bienes al desarrollo de la patria, en especial de su entrañable Guanacaste. Su voluntad se cumplió, y en ella vive su generosidad silenciosa.

Estas palabras son reflejo del buen recuerdo, y apenas un intento de honrar al amigo que me distinguió con su confianza.

Daniel Oduber no cabe en una anécdota ni en un retrato: su lugar está en la historia y en la memoria agradecida de quienes aún creemos en la política como vocación de servicio, en la palabra como compromiso y en la amistad como acto sagrado.

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