Luis Casado
“Dejad dormir a China, porque cuando China despierte el mundo temblará” es una frase atribuida a Napoleón Bonaparte, que el depuesto emperador habría pronunciado en 1816 en Santa Helena, después de leer la Relación del viaje a China y a Tartaria del aristócrata irlandés Lord Macartney.
En 1973 Alain Peyrefitte, cercano colaborador del General de Gaulle, utilizó la segunda parte de la oración como título de un libro que se transformó en un clásico de la literatura política mundial. Ya he comentado que la edición francesa vendió más de 885 mil ejemplares. Nadie que pretenda comentar algo relativo al Imperio del Medio puede, decentemente, ignorar ese trabajo.
Lo cierto es que China ‘despertó’, si nos referimos a su desarrollo económico, a su fortaleza financiera, a su dominio de las más recientes tecnologías, a la creatividad de su ciencia, a su actividad diplomática y –last but not least– a su poderío militar.
Peyrefitte describe, en las casi 500 páginas de su ensayo, el estado en que se encontraba China en ese momento. No puedo reproducir aquí ese texto, pero puedo resumir, gracias al monumental trabajo del historiador británico Antony Beevor (La Segunda Guerra Mundial – Londres 2012), el estado de la China –país eminentemente campesino– que Mao conquistó el 1º de octubre de 1949.
“Para el campesinado chino el sufrimiento no tenía nada de nuevo. Conocía demasiado bien la hambruna que sucedía a las inundaciones, a la sequía, a la deforestación, a la erosión del suelo y a las depredaciones de los ejércitos de los señores de la guerra. Vivían en endebles casas de tierra y sus existencias estaban afligidas por la enfermedad, el analfabetismo, las supersticiones y la explotación de propietarios que exigían alquileres de entre la mitad y los dos tercios de las cosechas”.
“Agnes Smedley, periodista estadounidense, comparaba su vida a la de los siervos de la Edad Media. Sobrevivían gracias a minúsculas porciones de arroz, de maíz o de zapallos cocidos en un caldero de hierro, su bien más preciado. Muchos iban los pies desnudos, incluso en invierno, y llevaban sombreros de paja para trabajar en el verano, curvados, en los campos. La vida era corta y las viejas campesinas, arrugadas por la edad y oscilando en sus pies vendados, eran un espectáculo relativamente raro. Muchos chinos nunca habían visto un automóvil, ni un avión, ni siquiera una ampolleta eléctrica.”
“En las ciudades, la vida era igual de dura para los pobres, incluso aquellos que tenían un empleo. En Shanghai, escribió un periodista estadounidense, es frecuente, por las mañanas, recoger los cuerpos sin vida de niños obreros cerca de la puerta de las fábricas. Los pobres eran aplastados por los impuestos de colectores de tasas y burócratas codiciosos”.
Como puedes ver, Chile no inventó ni tiene la exclusividad de un gobierno de cleptoparásitos. Los déspotas chinos, por el contrario, nunca tuvieron el descaro de pretenderse demócratas.
La descripción de Peyrefitte, producto de su estadía en China en el año 1971, muestra un país cuyo mayor logro era que cada chino comía al menos una vez al día. Ya no había hambrunas. Por lo demás, los chinos intentaban darle soluciones propias a la miríada de problemas que planteaba una población de 800 millones de habitantes, repartidos en un inmenso territorio de 9.597 millones de km2.
De ahí al país de hoy… que envía cosmonautas al espacio, que construye una estación orbital, que descolla en las más avanzadas tecnologías de la comunicación, que dispone de la más importante red de trenes de alta velocidad del mundo, que inunda el planeta con todo tipo de mercancías y, según quien haga las cuentas, es la primera potencia económica del orbe… media la distancia cronológica de apenas 70 años.
Tal eclosión no podía dejar indiferentes a las potencias que se repartieron el mundo en la Conferencia de Versalles (1919) y luego en Yalta (1945), para no hablar de Bretton Woods (1944), ese Waterloo planetario que le permitió a los EEUU imponer el dólar como moneda de reserva universal.
Ahora bien, como dice el refrán, El ladrón conoce al ladrón, y el lobo al lobo. En su cruzada contra la humanidad Donald Trump desató una guerra comercial contra China, mayormente para preservar lo que queda del Imperio. Para amenizar el jolgorio acusa a Beijing de todos los crímenes cometidos por los EEUU, –en una de esas pasa–, sabiendo que mientras más grande mejor entra. Entre ellos, el de espiar a diestra y siniestra.
No tengo la intención de extenderme sobre los múltiples programas de espionaje yanquis, que no perdonan ni a sus aliados. Como muestra basta un botón, y así nos ahorramos un centenar de escándalos.
El programa ECHELON, considerado la mayor red de espionaje y análisis de la historia, intercepta comunicaciones electrónicas. Controlada por EEUU, Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda (en fin, por los EEUU), ECHELON puede capturar comunicaciones por radio y satélite, llamadas de teléfono y correos electrónicos en casi todo el mundo. Se estima que ECHELON intercepta más de tres mil millones de comunicaciones cada día. ¡Alabao!
¿Mencionaré el espionaje interno desatado a partir del ataque a las torres de Manhattan? El USA Patriot Act, es una ley dizque anti-terrorista, votada por el Congreso y firmada por George W. Bush el 26 de octubre de 2001. Gracias a este simpático dispositivo, cada yanqui que pide el libro “Caperucita Roja” para sus niños en la biblioteca, queda fichado como potencial comunista. No es broma.
PRISM es el nombre de un programa de la United States National Security Agency (NSA) que colecta comunicaciones Internet desde varias empresas estadounidenses, entre otras desde Google, apoyándose en una ley (FISA Amendments Act) del 2008 que obliga a entregar esos datos. La NSA usa PRISM para exigir que le entreguen incluso las comunicaciones encriptadas, saludos te mandó la seguridad del cliente.
PRISM comenzó en el 2007 y su existencia fue revelada seis años después por Edward Snowden, quien advirtió que el alcance del espionaje iba mucho más lejos que el propósito inicial (Angela Merkel –espiada gracias a este juguetito– puede dar fe de lo que escribo) convirtiéndose en una actividad “peligrosa y criminal”. Resultado: Edward Snowden es un proscrito en plan Wanted, dead or alive.
Llegados a este punto, debo declarar que no tengo la más pijotera idea sobre la realidad de los eventuales espionajes chinos. No obstante, si se abstienen –cosa que dudo– serían los únicos. El espionaje se transformó en actividad industrial mucho antes de que yo mismo limpiase el suelo de mi primera fábrica en la época en que era mi oficio.
Lo cierto es que lo que está en juego es el dominio de los mercados mundiales, y partiendo, el de las telecomunicaciones, sector vital para el desarrollo económico e industrial del siglo XXI. Visto que los chinos –Huawei, entre ellos– han alcanzado una ventaja decisiva, los EEUU intentan bloquear su entrada en el mercado yanqui, y amedrentan a sus ‘aliados’ (algunos analistas mal intencionados dicen ‘sus perritos falderos’) para evitar que Huawei venda sus sistemas 5G en Europa.
Del mismo modo han intentado bloquear la venta de hidrocarburos rusos (gas y petróleo) en la Unión Europea, y particularmente en Alemania.
Después de boicotear la OMC, la OMS, la Unesco, los tratados comerciales interoceánicos, los acuerdos de control de armas atómicas, de atacar a sus propios ‘aliados’ y a sus supuestos enemigos, y de cagarse en el movimiento antirracista de su propio país, Donald Trump acaba de amenazar con las penas del infierno a los jueces de la Corte Penal Internacional (CPI), cuya eminente tarea consiste en investigar y sancionar los crímenes de guerra.
Algún juez, al que la arrogancia de Donald se la trae al pairo, cometió el delito de lesa majestad de investigar los crímenes de guerra de los EEUU en Afganistán. El pobre jurista no se entera: nunca oyó hablar de Edward Snowden, ni de Julian Assange y aun menos de Chelsea Manning. La democracia y los derechos humanos valen solo para el prójimo. En fin, para el prójimo de Donald. Él mismo los usa para masajearse la región distal vecina al hueso sacro.
De modo que henos aquí, ante la penosa tarea de aceptar que, después de los malos rusos (malos porque rusos), llegaron los chinos malos. En fin, regresaron, visto que los chinos ya eran malos desde la época de Fu Manchú.
A Donald se le cayó la Biblia que deshoja para limpiarse. Nunca escuchó eso de “A todo pecador, misericordia”. Tengo para mí que haría bien leyendo a Mateo 21/31-32:
Jesús dijo entonces a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “Os lo declaro, es la verdad: los perceptores de impuestos y las prostitutas llegarán antes que vosotros al Reino de Dios. Porque Juan Bautista vino a vosotros mostrándoos el justo camino y no le creísteis; pero los perceptores de impuestos y las prostitutas le creyeron. E incluso después de ver aquello, vosotros no cambiasteis interiormente para creer en él.”
Mateo (en realidad se llamaba Levi), un pillín, menciona a los perceptores de impuestos visto que, antes de seguir a Jesús, él mismo era concesionario del Imperio Romano para el cobro de impuestos en Galilea, lo que no le ganó mucha popularidad que se diga.
Tengo la debilidad de pensar que añadió las prostitutas dateado por algún arcángel de que muchos años más tarde un hijo de una de ellas llegaría a ser presidente de los Estados Unidos de América. Que Magdalena me perdone…
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