Candidato a la medida

Pandemia

Yayo Vicente

Me criaron en Golfito, en una época en la que ese puerto del sur de Costa Rica, era la “capital” de un enclave bananero. Un mundo aparte, singular y con poco en común con el resto del país. Una mezcla de gringo con nica y muy poco de tico. Prácticamente aislado del resto del país, sin embargo, en muchas cosas con adelantos y facilidades inexistentes en otras partes. Recuerdo cuando me llevaron a ver jugar a la selección nacional de fútbol al estadio que hoy conocemos como Fortunato Atencio. La Selección se preparaba para ir a jugar a México y lo haría de noche y en Golfito la cancha tenía iluminación.

La farmacia Vicente de Papá, estaba entre dos prostíbulos, cerca de cantinas, bailongos y viendo a la bahía, que es calma como taza de aceite. Conforme caía la tarde, con mejor clima y luego del trajín del día, era también sitio de reunión de gentes de todo tipo, y cuando no había barco, también de las muchachas que ya podían distraerse con otras cosas o comprando agua florida, medias de nylon, colorete, delineadores, esmalte de uñas, lápiz de labios y penicilina de depósito (Benzetacil), que a pesar del dolor, las curaba y prevenía de la gonorrea y la sífilis.

Golfito fue una subcultura ecléctica, que retrata bien la comida: tortillas (de mayor tamaño y grosor que las del valle Central), güirilas, yoltamales, nacatamales (que hacían los fines de semana), cosa de horno, viejitas, caballo bayo, vigorón, chancho con yuca, burra.

Los nicas nos enseñaron a tomar más que agua dulce, leche hervida o café, que eran las bebidas más allá del Cerro de la Muerte. En Golfito la comida se acompañaba (también nos quitábamos el calor) con: pinolillo, tibio, linaza, chía, cacao con leche, semilla de jícaro, fresco de jenjibre, chicha, tamarindo, atole, horchata y mil delicias más. De Canoas (frontera con Panamá) y los barcos bananeros, comíamos: queso bola envejecido, melocotones en almíbar, uvas y manzanas frescas, espárragos, aceitunas, alcaparras, jugos de piña, manzana y uva. Había Coca Cola, pues se tenía una envasadora.

Los carros y los refuerzos de las trabajadoras sexuales, para los días de pago, venían de Puntarenas en las lanchas de madera de don Fabio Calvo. ¡Qué algarabía ver cuando se descargaba el carro nuevo de algún vecino! Para evitar el polvo en las casas, en Golfito las calles estaban “pavimentadas” con un grueso aceite o brea, que regularmente ponía la Compañía. Pero durante mucho tiempo no hubo comunicación para vehículos entre Golfito y río Claro. En avión venía desde la leche, hasta las verduras y la güilada sabía la hora de llegada de los dos vuelos diarios (que hacía Aerolíneas Nacionales primero y después LACSA, con sus ruidosos y enormes Curtis para 52 pasajeros y mucha carga) y veíamos llegar a la gente, algunos bajaban todavía mareados y con los oídos tapados.

Finalmente y contra el criterio de la Compañía se abrieron los 16 kilómetros para llegar a la carretera Interamericana (ruta 2), al principio una trocha apenas para vehículos 4×4. La Interamericana apenas estaba lastreada, a lo que se le suma carros de la época, con un solo circuito de frenos (¡frecuente quedarse sin frenos!), llantas con neumático (que cuando se desinflaban, lo hacían de golpe), luces pobres, cabina poco aislada (del ruido, polvo y calor o frío), pocas bombas, llanteros o mecánicos. Ir a San José era una travesía de casi 14 horas. Bajando el Cerro de la Muerte, al ver las lucecitas de Cartago, además de la promesa de no hacer muy seguido ese trayecto, sentíamos todo tipo de sensaciones, en medio del cansancio, el frío y el hambre.

Barrio Amón

El poco inglés que se, lo aprendí en la Escuela de la Compañía, destinada a los hijos de los altos empleados. ¡Yo era un forro! Jugábamos en inglés y soñábamos en inglés. Santa Claus no llegaba en trineo, aterrizaba en helicóptero en el patio de la escuela y nos daba un regalito a cada uno. Cuando las maestras nos anunciaban que llegaría Santa Claus, los chiquillos veíamos al cielo ansiosos por divisar el helicóptero. Las “teachers” nos mantenían alejados con un mecate, hasta que las grandes aspas del helicóptero fumigador, dejaban de girar.

En casa, en familia, hablábamos español, jamás “spanglish”. No teníamos permitido el uso de palabras genéricas, como chunche, vaina, cosa… todo tenía un nombre y muchas veces sinónimos y era obligatorio usarlos. El comportamiento en la mesa, era estricto, apegado al Manual de Carreño. Esas enseñanzas serían muy útiles en vacaciones (tres meses al año) durante los cuales nos mandaban a la casa de mis abuelos paternos: Clotilde y Secundino, en barrio Amón, a la par de la imprenta Vargas, cerquita de la Marinita.

El mundo de mis abuelos era distinto, tenía rituales, era ceremonioso, riguroso, los mayores con vestido entero, chaleco, reloj de faltriquera y sombrero de fieltro. Las mujeres mayores, de negro (siempre había un recién muerto para guardar luto), a la iglesia entraban con el pelo cubierto y por nada en el mundo, abandonaban sus carrieles o carteras. Las casas tenían su olor particular, como a viejo y falta de ventilación. No eran muy iluminadas y en algunos cuartos no se podía entrar, pues todavía estaban las cosas de alguien que ya había muerto.

Tita Coty, me zampó a la capilla Santa Margarita, para el catecismo y la primera comunión. Poco a poco me fueron llenando de ilusiones: recuerditos para repartir, una candela decorada para desfilar, zapatos para estrenar el gran día y la promesa que en cada visita me darían plata.

Sastrería Willy

En la casa de mi abuela, la austeridad era ley, la lata del aceite Salad se abría con los huecos más pequeños posibles y se guardaban los productos ultramarinos bajo siete llaves. Pero era imposible que un golfiteño de 7 años tuviera un vestido entero. Allá nadie viste a un chiquito de viejo. Me llevaron a la Sastrería Willy, gentil el sastre, un señor negro con mucha clase y buen trato. Mi abuela escogió el género, imagino ni tan caro ni tan barato. Willy me alzó para pararme en un banco, me tomó todo tipo de medidas y rayó con tiza la tela.

Era un traje confeccionado a mi medida, el primero y de los pocos que he tenido. A los meses ya me quedaba picapollo, pero salí bien en las fotos de aquel día. Hacerle un traje a la medida a un chiquillo, es un esfuerzo que se salía de la austeridad reinante y solo se explica por la costumbre, la religiosidad y un paradigma social donde esas desproporciones ocurren.

Candidato a la medida

La democracia es un sistema de gobierno, que permite que la ciudadanía exprese su opinión y sea escuchada. Dos palabras griegas dan origen al vocablo: «demos», que significa pueblo, y «kratos», que significa gobierno. Es decir, GOBIERNO DEL PUEBLO.

Algunos dicen (con la seguridad de los vaticinios de Madame Gandahara), que el PLN solo puede ganar con un candidato que sea nuevo, no importa que sea poco conocido, pero que no tenga tantos negativos. Que sea aceptable para los que votaron por el PAC y otros partidos. No alguien que levante capote verde perico o haya cantado el “Corrido”, solo así podría pescar en el mar de la mayoría de los “sin partido”.

Para encontrar ese candidato de laboratorio para el PLN, surgieron dos caminos: 1) un candidato propuesto por los alcaldes liberacionistas, que se identifique con la política territorial, y 2) un candidato impuesto por los expresidentes liberacionistas (Óscar Arias, José María Figueres y Laura Chinchilla).

Propuestas anacrónicas, tal vez buenas para mediados del siglo pasado. Desde entonces, mucha educación ha pasado debajo del puente y un partido viejo y de masas, considera semejante retroceso inadmisible. No es lo mismo convencer, seducir y vestir ridículo a un niño inocente, que atrasar el reloj 70 años. Igual que existían marcadas diferencias entre Golfito y el barrio Amón, la política hoy es distinta a la de las décadas 50 y 60 del siglo XX y se debe plantear sin retroceder en la democracia ganada.

Para abonar en una u otra propuesta, se ha querido utilizar la pandemia. El secretario general del PLN, le preguntó al ministro Salas si era prudente, en medio de la pandemia, convocar a unos 300 mil liberacionistas, para elegir democráticamente al candidato. La opinión, NO VINCULANTE, del ministro de Salud, fue que en su criterio técnico no era lo ideal. El órgano competente, el TSE, determinó que los partidos políticos inscritos pueden, aplicando los protocolos sanitarios, realizar sus convenciones.

El Partido Liberación Nacional no tendrá un candidato de laboratorio, no tendrá un candidato a la medida [de unos cuantos]. No tendremos al candidato perfecto según los analistas de encuestas. En la militancia solo aceptaremos un candidato elegido a la “medida democrática” y en convención abierta.

Si el candidato es muy joven, imberbe y sin experiencia, puede ser muy votado, pero con pocas credenciales para sacar al país del atolladero en el que nos tiene la pandemia. Por otro lado, la experiencia no se compra en botellas, un candidato con experiencia tiene acumulados aciertos y errores, excepto que se hubiera hecho viejo en un monasterio tibetano, en cuyo caso, las canas acumuladas no le servirían para sortear los problemas que nos aquejan.

Un amigo una vez me recordó que en política se empieza con un abundante menú político, muchos candidatos, uno para el gusto de cada grupo, conforme avanza el proceso, algunos van quedando en el camino y la oferta del menú va disminuyendo. Al final, debe seleccionarse una sola persona, con “pros y cons”, pues la democracia es también un sistema para decidir.

Debemos elegir a un candidato que sea lo mejor de lo posible, un ser humano y no una criatura celestial que solo existe en la imaginación. Una persona con virtudes: liderazgo, experiencia, contactos internacionales, formación humanista y ambientalista.

En pocas palabras y aplicado a lo que nos interesa, el pueblo elegirá a su candidato dentro del PLN. Así debe ser, nos educamos para tener pensamiento, criterio y mente propia.

PANDEMIA. El fenómeno salud-enfermedad, es complejo y cuando se escala a una población, se le suman infinidad de nuevas variables, haciéndose todavía más intricado. Poner en palabras simples lo que todavía no termino de comprender, ha sido mi reto durante la pandemia por COVID-19.

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Un comentario

  1. Gustavo Elizondo

    Como siempre excelente Yayo, las historias sobre Golfito y Amón dan para una novela. De la segunda parte resalto algo en lo que creo: Que sea aceptable para los que votaron por el PAC y otros partidos. No alguien que levante capote verde perico o haya cantado el “Corrido”, solo así podría pescar en el mar de la mayoría de los “sin partido”.

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