Argentina: Después de las elecciones

Diego Conno María Esperanza Casullo

Argentina: Después de las elecciones

El eterno retorno… del peronismo

María Esperanza Casullo

El peronismo logró vencer a la coalición Juntos por el Cambio y frustrar la reelección de Mauricio Macri. El fracaso económico del gobierno y la reunificación del peronismo explican el retorno de este último al poder más rápido de lo que hasta hace poco se esperaba.

El domingo 27 de octubre, Argentina se dio nuevo gobierno. Lo hizo mediante un acto eleccionario en el cual el país asistió a varias novedades: por primera vez en su historia nacional, fue derrotado un presidente en funciones que buscaba su reelección; por primera vez desde la recuperación de la democracia en 1983, un presidente no peronista logró llegar a las elecciones luego de cuatro años de mandato con posibilidades de ser reelegido; por primera vez un ex-presidente (en este caso, ex-presidenta) va a asumir como vicepresidente de la nación; por primera vez, asumirá un presidente que no ha pasado por ninguna función ejecutiva o electiva previa. También será la primera vez que el peronismo llegue al poder derrotando a un presidente en ejercicio (en 1989, Raúl Alfonsín no era candidato; en 2003, Néstor Kirchner no compitió contra Fernando de la Rúa, quien había renunciado dos años antes). Con la asunción del nuevo gobierno, el próximo 10 de diciembre, Argentina llegará a 36 años de estabilidad democrática, no solo con elecciones libres sino con alternancia en el poder.

Pero comencemos por el principio: ¿cómo puede explicarse que Mauricio Macri haya logrado lo que solo otros dos presidentes latinoamericanos pudieron antes, vale decir, ser derrotado en su intento reeleccionista?

En enero de 2016 publiqué un artículo en Nueva Sociedad titulado «El gobierno de Mauricio Macri: entre lo nuevo y lo viejo», en el que intentaba sistematizar las dimensiones con las cuales evaluar la gestión del entonces nuevo gobierno. Argumentaba que Cambiemos (la coalición integrada por Propuesta Republicana, la Unión Cívica Radical y la Coalición Cívica) había llegado al gobierno con algunas promesas sustantivas que habían concitado apoyo en la población, entre ellas, la reducción de la inflación, una mayor liberalización económica (sobre todo, la posibilidad de comprar dólares y de acceder a bienes de consumo limitados por el «estatismo» kirchnerista) y, en especial, la perspectiva de derrotar políticamente, y de manera definitiva, al kirchnerismo (una popular consigna antikirchnerista era «No vuelven más»). De estas tres cuestiones dependería su éxito o fracaso.

Es evidente que el resultado adverso en las urnas del domingo 27 de octubre solo puede explicarse como resultado de haber incumplido totalmente las dos primeras promesas. No obstante, la resiliencia política de Cambiemos hacia el futuro se explica a partir del éxito (parcial) en el cumplimiento de la tercera.

Resulta tal vez redundante, pero necesario, recentrar el análisis de la derrota de Juntos por el Cambio (el nuevo nombre de Cambiemos) en su gestión de gobierno, ya que aquí se cifra la causa principal. El gobierno de Macri no solo no disminuyó la inflación (aunque en la campaña había dicho que eso era «muy fácil»), sino que la aumentó (el gobierno kirchnerista se retiró con una inflación de alrededor de 25% anual; la última medición del Instituto Nacional de Estadística y Censos antes de las elecciones alcanzó un 6% mensual). No llovieron las inversiones privadas, como había prometido el gobierno market-friendly, y la gestión económica macrista disminuyó las posibilidades de consumo de la mayoría de la población.

En un país en el que el acceso al consumo es una demanda prácticamente universal, no solamente los bienes de primera necesidad y suntuarios resultaron más caros en términos reales sino que su oferta se empobreció: menos variedad de marcas y de productos en los supermercados y nula apertura a las marcas aspiracionales globalizadas que sus votantes buscaban. No solo no se instaló en Argentina un Apple Store, ni vinieron H&M o Forever 21, sino que de repente se volvió difícil para grupos sociales enteros comprar queso o lácteos. A punto que tal que Cristina Fernández de Kirchner ironizó: «Estos son malos capitalistas, conmigo sí había capitalismo (…) que no me jodan más con lo del capitalismo».

Si bien en algunos sectores aumentó la oferta de servicios (por ejemplo, en el mercado de transporte aéreo, con el ingreso de las llamadas low cost), cabe señalar que el gobierno de Macri fue mucho más «proempresas» que «promercado», para utilizar la útil clasificación de James Bowen. La concentración empresarial en los sectores de servicios públicos, bancario, de telefonía celular y de medios de comunicación fue una constante. El deterioro de las condiciones de vida de las mayorías (que incluyó la caída de cuatro millones de personas bajo la línea de pobreza y el crecimiento de la pobreza hasta alcanzar al 35% de la población) no condujo al «círculo virtuoso» en el cual un menor salario real dinamizaría la demanda de empleo, que se suponía frenada por el alto costo laboral argentino.

En síntesis: Argentina cerrará este ciclo de gobierno con una caída del PIB proyectada para este año de 3,1%. Finalmente, y casi como una cruel ironía, Macri terminó su mandato reinstalando controles de cambios: la posibilidad de ahorrar en la moneda estadounidense fue la demanda que había unificado a sus votantes desde que el gobierno de Fernández de Kirchner implementó el llamado «cepo» en 2012. El cepo actual es aún más restrictivo que el de entonces: solo se pueden comprar 200 dólares mensuales por persona.

No puede resultar sorprendente, por lo tanto, que el núcleo del voto del peronismo hayan sido las zonas geográficas de Argentina más impactadas por el deterioro productivo y socioeconómico de estos cuatro años. La victoria de Alberto Fernández, cuya candidatura permitió reunificar al peronismo, se construyó con los votos de las zonas industriales y populosas del Conurbano bonaerense (profundamente afectadas por la caída del empleo) y las provincias del sur y el norte del país. La Patagonia, en particular, resultó adversa para el macrismo, que una y otra vez la consideró una región de privilegios indebidos, por ejemplo, por recibir subsidios a las tarifas de gas y electricidad. Tampoco resulta sorprendente que el núcleo del voto de Juntos por el Cambio se haya distribuido en espejo: las zonas agrícola-ganaderas del centro pampeano del país fueron, son y seguramente serán el corazón del proyecto político del macrismo en la oposición.

Pero el macrismo no solo no pudo entregar buenos resultados macroeconómicos: resultó llamativo durante estos cuatro años su desapego (que bordeó en la displicencia) hacia la gestión del Estado. El gobierno de Cambiemos no tuvo prácticamente políticas insignia novedosas ni dejará tampoco leyes reformadoras de gran relevancia. En salud, educación, tecnología y política social, su gestión fue o bien la clausura de políticas enteras, o bien una continuidad desganada del statu quo anterior, cualquiera fuese este. No hubo reformas de fuste o creación de nuevas capacidades estatales en prácticamente ningún área. La inversión en infraestructura de transporte, vivienda y saneamiento ambiental fue módica. Por momentos pareció como si el gobierno de Macri hubiese estado auténticamente convencido de que el único y fundamental deber de su gobierno era retirar al Estado lo más posible, con la convicción de que desaparecido este obstáculo, las fuerzas del mercado desarrollarían autónomamente el país. Se abrió el debate del aborto pero no se aprobó y, en la campaña, el oficialismo hizo un giro «provida».

Queda aún la tercera promesa de Macri: derrotar definitivamente y para siempre al kirchnerismo (primero) y al peronismo (luego de 2017), con la paradoja de que Macri buscó un candidato a vicepresidente peronista (antikirchnerista), Miguel Ángel Pichetto, y que varias provincias «amarillas», como Córdoba o Santa Fe, donde ganó Macri, tienen también gobernadores peronistas. En esta meta podemos encontrar (paradójicamente, ya que fue derrotado por el revitalizado adversario peronista) los mayores éxitos del macrismo.

Juntos por el Cambio alcanzó 40% de los votos en unas elecciones disputadas en medio de una grave crisis económica porque la coalición respondió con mucha claridad a la pregunta de a quién representaba: a los y las votantes cuya primera prioridad ideológica es enfrentarse, de plano y definitivamente, con el peronismo, con votantes peronistas a los que imaginan radicalmente distintos de ellos mismos, y con la dimensión plebeya, contestataria y popular que el peronismo (tanto en sus versiones neoliberal durante la década de 1990 como nacional-popular durante el kirchnerismo) no tiene empacho en traer a la arena política.

El giro hacia el antiperonismo puro y duro se reforzó en el último mes antes de las elecciones, durante el cual Macri llevó adelante una larga gira por todo el país bautizada «Sí se puede». En ella inauguró una fase de «liderazgo carismático» (que incluyó, por ejemplo, besar el pie descalzo de una seguidora sobre el escenario) que pocos anticipaban, pero que fue eficiente en movilizar a su base más fiel. Si bien la coalición Juntos por el Cambio fue derrotada, conservó una buena porción de votos, ganó en las provincias agroganaderas del país (Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos), en San Luis y la Ciudad de Buenos Aires, y se aseguró un bloque muy nutrido en el Congreso. No es poca cosa. El precio, sin embargo, fue la consolidación de un discurso con ribetes clasistas –e incluso racistas–, cuyo desenvolvimiento en la esfera pública habrá de ser monitoreado.

Lo que viene es una incógnita, ya que hay pocos elementos del pasado con los cuales establecer comparaciones o analogías, y el peronismo siempre se reinventa a sí mismo. Como en los últimos años, la economía será el principal desafío del nuevo gobierno: la deuda externa, asumida en su totalidad por el gobierno de Macri, deberá ser renegociada. Alberto Fernández deberá negociar con los actores económicos y sociales del país a fin de que todos acepten perder algo: los acreedores deberán resignar ganancias, los sectores agroexportadores tal vez deberán pagar más impuestos y las bases sociales del peronismo deberán tal vez aceptar que la mejoría en su calidad de vida y sus ingresos no será todo lo rápida que ellos se imaginan hoy.

Además, ambos bloques deberán maniobrar en una situación en la cual las diferencias ideológicas entre los votantes –en las elecciones más polarizadas desde 1983– parecen haberse solidificado de manera abierta, al aire libre, en el reino de lo dicho y no de lo insinuado. Lo esperable no es la desaparición de los antagonismos políticos (no es esa la «cultura» argentina) pero sí, al menos, su canalización en los espacios del Congreso y la negociación sectorial institucionalizada. También es una incógnita cómo funcionará la encarnación actual del peronismo, de la cual el kirchnerismo es una parte fundamental pero no la conductora, y Fernández de Kirchner fungirá, de manera inédita, como vicepresidenta (tal vez valga la pena recordar que el peronismo en el poder hasta ahora se ha verticalizado siempre bajo la figura de la autoridad presidencial).

Por el momento, vale la pena señalar que, en una región que está en este momento sumida en serias turbulencias políticas, Argentina vivió una elección presidencial en la que dos visiones de país distintas –una de centroizquierda y otra de centroderecha– se enfrentaron pacíficamente. Esta elección libre no es poca cosa: al ejercerla, la sociedad argentina decidió que un gobierno que teóricamente venía a hegemonizar la política nacional por cien años durara solo cuatro.

Fuente: https://nuso.org/articulo/Argentina-Alberto-Fernandez-peronismo/?utm_sou…

República y democracia

Diego Conno

El debate electoral actual sobre el futuro de la Argentina vuelve a poner en escena la disputa por los nombres: ¿república o democracia? Quienes sostienen los valores republicanos hablan de instituciones y de división de poderes; quienes sostienen los valores democráticos, de derechos, inclusión social y participación popular. A decir verdad, la oposición no pareciera ser tanto entre república y democracia, como entre liberalismo y democracia; o mejor, entre una forma liberal u oligárquica de la república y otra democrática o popular. La república no sería aquello que está de uno de los dos polos de la confrontación política en la Argentina (y esto podría extenderse para toda América Latina); la república es, justamente, el objeto teórico y político de la disputa.

La tradición republicana es tan antigua como nuestra tradición de pensamiento político. En su sentido original la palabra res publicaalude al cuidado de la cosa pública, de lo que es de todos o lo común. En ella se aloja un largo linaje que va de Aristóteles a Marx, de Maquiavelo a Hannah Arendt, pasando por autores como Cicerón, Spinoza, Montesquieu, Rousseau, Mary Wollstonecraft, Hegel o Flora Tristán; y en el que también se inscriben grandes nombres de América Latina: Moreno, Artigas, Bolívar. Fue el viejo Aristóteles el primero que entendió que la res publica o politeia es el mejor régimen posible porque implica el gobierno de todos para el bien de todos. Aunque ésta, como bien se sabe, nunca se da bajo formas puras sino más bien mixtas. Es que en rigor de verdad, son dos los regímenes presentes y en pugna en toda sociedad (oligarquía y democracia) porque son dos las partes principales en que se compone toda ciudad: los ricos y los pobres o libres. Mientras la oligarquía es el régimen más cercano a la aristocracia ya que se funda en el principio de desigualdad que implica el gobierno de una parte -los ricos- para su propio beneficio, la democracia es el régimen más cercano a la república, fundada en el principio de igualdad que hace al gobierno de la mayoría (pobres y libres) para el bien de la mayoría, o de aquellos que luchan por la igualdad y la libertad. Oligarquía y democracia no son solamente dos regímenes políticos, son dos fuerzas sociales que antagonizan en toda sociedad: una que impulsa o asume la desigualdad y la dominación, otra que reclama igualdad y libertad. De ahí que la “gran tradición republicana” entendiera que la democracia es su forma más natural, o que toda república sea siempre república popular.

En los inicios de los tiempos modernos, el gran pensador y político Nicolás Maquiavelo también escribió y luchó a favor de una república popular. Como Aristóteles, entendió que toda sociedad está dividida en dos grandes clases o grupos antagónicos, pero concibió el conflicto económico como derivado de un conflicto político más originario que se enraíza en el orden del deseo: los grandes desean dominar, el pueblo desea no ser dominado y ser libre. No son muchas las páginas en la obra de Maquiavelo en las que se pueda encontrar algún principio de justicia a excepción de aquellas en las que se alude a la felicidad del pueblo.

En su entrelazamiento con el liberalismo moderno, el concepto de república se concentró en la idea de división de poderes, libertad individual y gobierno legal, olvidando entre otras cosas la relevancia del componente popular, constitutivo de la tradición republicana clásica. En Argentina, este concepto estrecho de república encontró su expresión más acabada en el siglo XIX en la fórmula de Alberdi de una “república posible” (restrictiva o de una elite de ilustrados o de propietarios) que luego diera lugar a una “república verdadera” de la que participaran todos los ciudadanos. La pregunta por ese “todos” aún late como uno de los grandes dramas de la república argentina. Falsa república aquella en la que aún con posterioridad a la Ley Saenz Peña la mitad del pueblo (las mujeres) continuaba excluida del campo político. Digamos que de aquí deriva toda una filosofía política que va más allá de la clásica definición schmittiana sobre el concepto de lo político: el problema fundamental no es quién decide sino ¿quiénes hablan?

Como toda tradición, el republicanismo no es un bloque compacto y homogéneo sino más bien una “corriente de pensamiento” en el sentido de movimiento de ideas, valores y lenguajes: gobierno de la ley, cuidado de la cosa pública, libertad como autonomía o no-dominación, participación activa de la ciudadanía, comunidad como pluralidad, reivindicación del espacio público como un escenario agonal, autogobierno o soberanía política, justicia social, economía pública al servicio de la sociedad en su conjunto y no sólo de una parte. Una verdadera teoría (y) política republicana y democrática no es mera aceptación de lo existente sino fuerza de pensamiento y acción que genera formas más libres e igualitarias de la vida en común. En el contexto actual este imaginario no puede no ser afectado por las luchas y demandas del movimiento feminista.

El republicanismo se encuentra entre lo mejor de nuestra tradición de pensamiento político, se sabe revolucionario, democrático, popular. El pensamiento y las fuerzas democráticas y populares (y por qué no, también liberales) no debieran abandonar la palabra república a su utilización superficial. Valga lo mismo para la palabra populismo, cuando se ignora -o se quiere ignorar- que el populismo o los movimientos nacional-populares han sido el modo que ha encontrado América Latina de generar un proceso de democratización, dando voz y otorgando derechos a las mayorías populares, excluidas durante largo tiempo de las instituciones liberales existentes.

Al igual que toda política, aquella que se refiere a las palabras pone en movimiento pensamientos, cuerpos, afectos. “República” y “democracia” son dos grandes conceptos de nuestros lenguajes y nuestras luchas políticas. El nuevo horizonte que la coyuntura actual abre exige mejorar nuestras formas de la conversación pública y pensar las políticas de las palabras y sus efectos en diversas coyunturas sin chicanas políticas ni pereza intelectual. Aquí se arraiga uno de los problemas más urgentes y uno de nuestros mayores desafíos.

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/226912-republica-y-democracia?fbclid=IwAR2SN…

Diego Conno es politólogo (UNAJ, UNPaz, UBA).

María Esperanza Casullo Es politóloga, doctora en Gobierno por la Universidad de Georgetown (Washington, DC) y profesora de la Universidad Nacional de Río Negro (Argentina). Publicó artículos y capítulos sobre teoría de la democracia, populismo latinoamericano y peronismo.

Fuente: Varias

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