Año 324: la reunificación del Imperio romano


Tapiz que muestra la batalla naval entre las flotas de Constantino y Licinio. Composición figurada diseñada en 1635 por Pietro da Cortona. Tejido en la fábrica de tapices Barberini, Roma. Taller de Jacomo della Riviera, flamenco.
Philadelphia Museum of Art / Wikimedia Commons

Esteban Moreno Resano, Universidad de Zaragoza

Constantino suele ser recordado en los libros de historia por haber sido el emperador que, de común acuerdo con su cuñado Licinio, concedió en 313 la libertad religiosa a todos los ciudadanos romanos.

Para sus contemporáneos, como ha señalado Alessandro Barbero, fue, ante todo, un eficaz estratega, que derrotó a todos los que se le enfrentaron, dentro y fuera de las fronteras romanas. Quizás el más sobresaliente de sus logros militares fue la reunificación del Imperio romano.

Origen del conflicto

Veamos los antecedentes. Desde 285, Diocleciano había decidido compartir el Imperio con un militar de su confianza, Maximiano. Pero en 293 había incorporado al colegio de los príncipes también a Galerio y Constancio Cloro (el padre de Constantino). Esta solución institucional (que hoy se conoce como Tetrarquía) estuvo en vigor hasta su abdicación, en 305.

La proclamación imperial de Constantino en 306 desencadenó el progresivo resquebrajamiento del orden político establecido por Diocleciano.

La sucesión de hechos muestra que, probablemente, Constantino nunca aceptó compartir el poder con nadie: en 312 declaró la guerra a su cuñado Majencio, a quien derrotó en la batalla de Puente Milvio, y en 316 se enfrentó a su también cuñado Licinio por el control de las provincias por las que pasaba el Danubio (Venecia e Istria, Panonia I, Savia, Panonia II, Moesia I, Dacia, Moesia II y Escitia Menor). Aunque habían acordado la paz en 317, Constantino le atacó nuevamente en 324.

El mejor relato conservado de este conflicto se encuentra dentro de un texto anónimo, redactado a finales del siglo IV, que se conoce como Anónimo Valesiano, en recuerdo de su primer editor moderno, Henri de Valois (1603-1676). A pesar de la narración, no se sabe cuáles fueron las causas concretas del comienzo de las hostilidades.

La anónima fuente sugiere que las extralimitaciones políticas de Licinio habían irritado a Constantino. En realidad, la escasa popularidad de Licinio entre los ciudadanos orientales, sumada a su aparente ineficacia militar para frenar los ataques de los godos en la frontera danubiana, pudieron provocar los enfrentamientos iniciales.

Hay que añadir que Licinio estaba incumpliendo los acuerdos de Milán al atacar a los cristianos. Él mismo había dirigido en el año 313 el llamado “Edicto de Milán” al gobernador de Bitinia. Este texto normativo, no era, en realidad, ni un edicto ni había sido suscrito en Milán. Era, por el contrario, un rescripto que concedía a todos los ciudadanos romanos el derecho a practicar libremente una religión. Pero Licinio limitó más tarde algunos derechos de los cristianos residentes dentro de su territorio. En concreto, prohibió que hombres y mujeres asistieran juntos a los oficios litúrgicos y que los obispos salieran de su provincia para asistir a concilios.

Eusebio, obispo de Cesarea de Palestina, nacido a finales del siglo III y fallecido en 339, describió la guerra civil de 324 como un enfrentamiento entre dos emperadores por razones religiosas. No obstante, no fue una “guerra de religión”, aunque los aspectos religiosos condicionaron su desarrollo: Constantino se había erigido en protector del cristianismo y Licinio se presentaba como el defensor del politeísmo romano. Ambos contendientes afirmaban contar con el favor divino para animar a sus tropas.

Desarrollo del conflicto

Los acontecimientos bélicos fueron bastante rápidos: Constantino encomendó a su primogénito, el césar Crispo, la preparación de una flota de guerra, reunida en el puerto de Tesalónica (según apunta el historiador Zósimo) con la intención de invadir la provincia de Asia. Sin embargo, tuvo que enfrentarse a las naves de Licinio en Gallípoli y poco después venció por tierra a sus tropas en Adrianópolis.

Viendo el desastroso desarrollo de la guerra en lo que le afectaba, Licinio se refugió en Bizancio, cuyo puerto defendían sus naves. De allí tuvo que huir después de que Crispo, con su armada, venciera a la liciniana. Varias acuñaciones monetarias, que representan en su reverso a la diosa Victoria sobre un barco, recordaban este episodio.

La última batalla sucedió en Crisópolis. Licinio tuvo que rendirse. Con la mediación de su esposa Constancia, hermana de Constantino, entregó sus insignias imperiales a su cuñado en señal de sometimiento, bajo el juramento de que respetaría su vida. Acabó confinado en Tesalónica, donde Constantino ordenó su ejecución en 325, quizás porque había recibido el aviso de que estaba intentando sublevarse contra él.

Conclusión del conflicto

La derrota de Licinio conllevó la reunificación de todas las provincias romanas bajo la autoridad de un solo emperador. Eusebio celebró el hecho como el restablecimiento de la paz lograda por Augusto y la inauguración de un nuevo período de prosperidad. Una vez lograda, Constantino declaró en una carta oficial dirigida a todos los ciudadanos romanos de Oriente que debía todas sus victorias al Dios de los cristianos, por lo que ordenaba la restitución de los bienes que les hubieran decomisado las autoridades a las órdenes de su cuñado.

El príncipe, convertido en monarca, acabó abrazando el cristianismo porque estaba convencido de que Dios le había garantizado el éxito militar. Eusebio de Cesarea le correspondió elaborando lo que Raffaele Farina describió como “la primera teología política del cristianismo”.

Constantino como vencedor de Licinio y protector de la Iglesia. Pintura de Giovanni Domenico Tiepolo Mainfr nkisches Museum W rzburg Germany DSC.
Mainfränkisches Museum

Pero no todo fueron celebraciones. Muchos soldados de Licinio fueron ejecutados en aplicación del ius belli (el “derecho de la guerra” romano). Los gobernadores que el príncipe vencido había puesto al mando de sus provincias fueron sustituidos por hombres de confianza de Constantino, como los senadores Valerio Próculo o Julio Aureliano.

Además, para recordar su victoria, transformó la antigua colonia megarea de Bizancio en una nueva urbe, a la que dio el nombre de Constantinopla (“la ciudad de Constantino”). Allí estableció a muchos de sus veteranos para premiar su lealtad. Con el fin de ornamentar la que sería considerada una Nueva Roma hizo requisar obras de arte clásico conservadas en otras ciudades orientales.

La estabilidad interna del Imperio reunificado llegó, sin embargo, de la mano de unos hechos trágicos. Constantino ordenó la ejecución de su cuñado Licinio –como ya mencionamos– y, después, en 326, las de su hijo Crispo, su esposa Fausta y su sobrino Liciniano. Se desconoce en estos casos el motivo de la condena, aunque el más probable es la traición. Fue decretado el silencio oficial sobre ellas, las sentencias no se aplicaron en público y no ha trascendido ningún detalle verosímil al respecto.

Constantino se consagraba así como un buen administrador, pero también como un príncipe muy autoritario.The Conversation

Esteban Moreno Resano, Profesor Titular de Historia Antigua, Universidad de Zaragoza

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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