Al lado de su laboratorio en el Hospital San Juan de Dios, tenía el Doctor Picado un pequeño serpentario para extraer venenos a los reptiles y preparar antídotos contra sus mortales mordeduras. Con muchos sacrificios económicos, aquel centro científico y humanitario iba pasando los días sin lograr engrandecerlo a pesar del beneficio que producía.
Cierta vez su ayudante y discípulo predilecto, el poeta Manuel Picado Chacón, leyó en el periódico una noticia fantástica, la que repitió en voz alta a través de una ventana para que Clorito la oyera:
-”Oiga Clorito, qué falta nos hace a nosotros un benefactor de esa clase. Aquí dice, que en España, un ricachón, dejó veinte millones de pesetas a un Convento de Carmelitas Descalzos… ¿Qué le parece?”.
Y el sabio Doctor, aquel hombre que dedicó su vida entera a la ciencia, en forma desinteresada y noble, sin dejar su peligrosa labor con un cascabel de pura raza, contestó rápido:
-”Pues que los Carmelitas Descalzos, ¡¡SE PUSIERON LAS BOTAS!!…
Tomado del Anecdotario Nacional de Carlos Fernández Mora. Dibujante: Noé Solano V.
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