Anecdotario Costarricense

Anecdotario

EL SMOKING DE DON PEPE

UNA actividad social que él disfrutó fue nuestra primera recepción en la Embajada Americana. La invitación oficial llegó en medio de un confuso flujo de correo, dentro de una de las primeras sacas, después de que Pepe asumió la Presidencia de la Junta. La tarjeta, con el Gran Sello de los Estados Unidos de América, era pesada, blanca e impresionante y en mi mano parecía gravitar con toda la fe y el crédito del gobierno estadounidense. En ella se solicitaba nuestra presencia en la recepción en honor del Presidente José Figueres y de la Junta Fundadora de la Segunda República, mientras que el texto en relieve nos informaba sobre la hora (siete p.m.), sobre el lugar (la Embajada) y sobre el hecho de que requería traje formal. Esto último se indicaba en inglés, con la expresión «black tie», que traducida literalmente al español significa «corbata negra».

Pepe leyó la invitación dos o tres veces y era obvio que le complacía. Recibirla tan poco tiempo después de instalada la Junta confería al nuevo gobierno una legitimidad que no habría alcanzado si hubiera sido reconocido por todos los demás gobiernos del mundo. Pero en cuanto comenzó a leerla nuevamente, me di cuenta de que algo lo confundía.

-¿Qué quiere decir eso? ¿Por qué corbata negra? Supongo que no se trata de una forma de duelo -indagó. En aquella época los hombres latinoamericanos acostumbraban usar corbata negra durante los seis meses siguientes a la muerte de un pariente cercano. -No, eso significa que tenés que usar smoking. Es el traje formal, negro u oscuro, que los hombres usan en ocasiones formales. Con camisa de fantasía y corbatín.

-¿Corbatín? ¿No basta con una simple corbata? -No te preocupes. Esta tarde voy a ir a ver si puedo comprar un smoking de tu talla. Si no, tendrás que pedirle prestado uno a alguien. No hay tiempo para mandar a hacer uno.

Salí enseguida de la casa y traté de mantenerme ocupada, pues ésta era mi primera recepción oficial y me ponía cada vez más nerviosa. Sabía que la gente odiaría mi cabello y que algunos se burlarían de cualquier cosa que yo usara. Sabía también que si alguien me hacía un cumplido, y ahora muchos se sentirían obligados ha hacerlo, me sonrojaría. O temería sonrojarme, lo cual no traería otro resultado que un enrojecimiento aún mayor.

Aunque había estado en la Embajada otras veces, siempre había aparecido en compañía de mi tío y mi tía y nadie me prestaba mucha atención. Pero ahora…

La noche siguiente yo estaba convencida de que ganar la guerra civil no había sido nada. Conducir seiscientos hombres a través de las líneas enemigas, cargando el equipo sobre sus espaldas o a lomo de caballo, era un juego de niños comparado con el empeño de organizar a Pepe dentro de un smoking prestado. Como nunca había usado uno antes, se hallaba sumamente incómodo y no cesaba de quejarse y gimotear. Todo lo que se ponía le proporcionaba incomodidad o le quedaba demasiado grande o demasiado pequeño. Al principio, los botones de la camisa lo confundieron totalmente y dejó caer uno que, por supuesto, rodó bajo la cama. Las mancuernillas eran demasiado grandes y pesadas y lo tiraban los puños de la camisa demasiado fuera de las mangas del saco. Entonces tomó las zapatillas de charol, las observó por un momento y luego las colocó despreciativamente sobre el piso del guardarropa.

-Yo no me pongo esos zapatos. -¿Por qué no? -pregunté sin que realmente me preocupara, ya que todo el lío me tenía tan agotada que había comenzado a odiarlo.

Dado que yo me sentía cada vez más asustada ante la perspectiva de estirarse los puños de la camisa demasiado fuera de las mangas del saco.

Entonces tomó las zapatillas de charol, las observó por un momento y luego las colocó despreciativamente sobre el piso del guardarropa. -Yo no me pongo esos zapatos. -¿Por qué no? -pregunté sin que realmente me preocupara, ya que todo el lío me tenía tan agotada que había comenzado a odiarlo.

Dado que yo me sentía cada vez más asustada ante la perspectiva de enfrentarme a los demás invitados, lo que él estaba haciendo parecía no importarme más.

Son de mujer. Son afeminados -dijo- y, tras hurgar en el guardarropa sacó algo, se sentó a la orilla de la cama y comenzó a ponérselo.

-Pero esos son tus zapatos de montar.

-Nadie se dará cuenta.

¡Todos se darán cuenta! Esta es una recepción formal.

Sin embargo, había dejado de escuchar y se concentraba ahora en su corbata de lazo, que nunca antes había usado.

-Pasar por todo esto es idiota. ¿Por qué no puedo usar un vestido común y corriente?

-Traje, lo corregí, pues hablábamos en inglés y el había empleado la palabra «dress»-, en inglés es lo que usa la mujer y lo que usa el hombre es «suit».

-Bueno, lo que sea, éste me hace parecer un mesero. En la Embajada, todo el mundo me pedirá que le sirva un whisky con soda.

A esas alturas teníamos veinte minutos de retraso. Pero cuanto estuvo listo, lo hice volverse hacia el espejo.

-Vamos, mírate. Eso es todo.

Se miró en el espejo y cesó de quejarse. Me di cuenta de que estaba embelesado. Como un estudiante de secundaria dentro de su smoking alquilado en día de graduación, el Presidente de la Junta se examinaba frente al espejo, giraba lentamente hacia un lado, luego hacia el otro, se estiraba el saco un poco aquí y se arreglaba un poco el cuello allá. Aún la corbata de lazo se había vuelto cooperadora y se mantenía recta en su lugar. El efecto total era impresionante y el Presidente comenzó a sonreír.

-Bueno -salió con renuencia de su ensimismamiento-, si ellos creen que soy un mesero, espero que me den buenas propinas».

Extractos del libro «Casada con una leyenda» de doña Henrietta Boggs, primera esposa de don Pepe.

Tomado del Anecdotario del elespiritudel48.org

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