Alemania al borde de un gobierno verdaderamente progresista

Enrique Gomáriz Moraga

Enrique Gomariz

Aunque varíen en décimas, los resultados finales de las elecciones en Alemania van a cambiar poco respecto de los que se conocen esta noche de domingo electoral: gana el SPD, que capta en torno al 26% de los votantes, frente al 24% del CDU/CSU, con un 14% para los Verdes, cerca de un 12% para los liberales, algo más de un 10% para la derecha extrema y un desesperante 5% para la Izquierda no socialdemócrata (el 5% es el mínimo para entrar en el Bundestag).

En estas condiciones, ninguno de los grandes partidos está en condiciones de formar gobierno junto a socios menores como en ocasiones anteriores, así que necesitarán de verdaderas alianzas políticas para conseguir formar gobierno. Y parece que tanto los socialdemócratas como la centroderecha no están dispuestos a prolongar por más tiempo la gran coalición que gobernó bajo la batuta bien templada de Angela Merkel. La disyuntiva, pues, parece clara; como ha dicho el líder de la alianza CDU/CSU, Armin Laschet, “si nosotros no logramos formar gobierno tendremos en Alemania un gobierno de izquierdas”.

En efecto, la posibilidad de un gobierno formado por los socialdemócratas, junto a los verdes y los liberales, esta próxima en Alemania. Ha quedado por fuera Die Linke, que aspiraba a un gobierno con socialdemócratas y verdes y ahora todavía no tiene segura su entrada en el Parlamento Federal.

Ciertamente, la frase de Laschet no es exacta. No se trata estrictamente de un gobierno de izquierda, sino más bien de lo que puede reconocerse como un gobierno progresista. Es decir, de un gobierno liderado por el SPD, con la participación de unos verdes fortalecidos y un partido liberal que resiste el paso del tiempo. Un gobierno que refleja el verdadero progresismo, más inscrito en la Alianza Progresista Global, formada por partidos socialdemócratas, socialistas y progresistas a nivel mundial, muy diferente del nuevo progresismo de la Internacional Progresista, impulsada por la izquierda radical europea, de Yanis Varufakis o sectores de Podemos en España y el Instituto Sanders en Estados Unidos.

Parece necesario medir la distancia que separa a estas instancias organizativas que usan él término “progresista” en su denominación, también para captar la diferente acepción que tiene el concepto en cada una de ellas.

La Alianza Progresista surgió como una necesidad de ampliar la acción global de los partidos socialdemócratas y se estableció en 2012 en Roma, con el apoyo del Partido Democrático (exPC) italiano y otros 42 partidos, que cubren un abanico amplio de fuerzas políticas, donde se inscriben partidos liberales y progresistas que no se consideran propiamente de izquierdas. Es decir, la denominación progresista sigue el uso que se hace de ese término en la tradición europea: la alianza entre los partidos de la izquierda democrática con partidos favorables a la apertura y el cambio pero que no se consideran de izquierda.

Muy diferente es el caso de la recientemente formada Internacional Progresista, que, según su fundador europeo, el exministro del gobierno Syriza (Coalición de Izquierda Radical) de Grecia, “busca dar una batalla ideológica desde la izquierda radical a nivel global”. Esta entidad fue formalmente presentada en mayo de 2020 y reúne a los sectores que compiten con la socialdemocracia y su Alianza Progresista. Formada por partidos de la izquierda radical y grupos de activistas, especialmente en el campo de la comunicación, en América Latina esa diversidad alcanza hasta las corrientes populistas, como representan el dirigente boliviano Álvaro García Linera o el exmandatario Rafael Correa. Así, como expuse en otra oportunidad, ese nuevo progresismo latinoamericano es un conglomerado ideológico diverso, que el presidente argentino Alberto Fernández suele acoger, en términos de gobiernos, con la amplia categoría de “gobiernos populares”, donde cabe desde los de Lula o Bachelet hasta los de Madura u Ortega. Es decir, caben en esa categoría tanto gobiernos de centroizquierda como populistas. No opera pues la clara línea divisoria que refiere a la defensa de la democracia. En este caso, el uso del término nuevo progresismo tiene otro contenido: evoca la nueva izquierda radical latinoamericana y se conecta con el populismo de izquierdas en la región.

En Alemania, ese nuevo progresismo refiere ideológicamente más a una formación como Die Linke, el partido a la izquierda del SPD, que surgió como un refrescamiento de una socialdemocracia comprometida con la gran coalición, pero que no ha logrado formar un sólido polo de referencia y ahora corre el peligro de quedar fuera del Bundestag y seguir la misma suerte que los partidos eurocomunistas europeos: mantenerse como un partido marginal.

Es posible que el probable gobierno de Olaf Scholz, que lidera el SPD, no constituya un poder ejecutivo federal propiamente de izquierdas, pero caben pocas dudas de que, si logra una alianza con los verdes y los liberales, conformará un gobierno progresista, en su verdadero sentido. También en Alemania el nuevo progresismo de Varufakis está lejos de poder sustituir a la socialdemocracia.

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