¡Al ladrón..!

Por Gastón Miralta

La gente suele percatarse de los robos, por los gritos y lamentos de las personas que han sido despojadas de algo.

Sin embargo en el mundo de lo político, el robo, las quejas y las persecuciones, pueden tener efectos totalmente diferentes. Cuando un personaje político desgarra sus vestiduras y pone el grito al cielo por el hurto en su casa, de una reliquia de poco valor material y fácilmente reemplazable, cobra la deseada notoriedad, pero sin darse cuenta construye, y al mismo tiempo da importancia a la imagen del desconocido delincuente.

El gesto insólito del ladrón, solo comprensible como elemento de una abigarrada trama psicológica, hubiera pasado inadvertido, si no fuera por los estridentes alaridos del perjudicado, transmitidos en vivo y a todo color. Todos se sorprenden de que un suceso indigno de crónica en periódico de pueblo, sea objeto de atención obligada; ahora quieren saber hasta el mínimo detalle de esa ofensa que produjo gozo íntimo al ladrón y llenó de intenso dolor a la víctima.

Tal ha sido el barullo que el ladrón se ha creído elevado al santoral de los sacrílegos y a los altares de quién sabe qué causas, por su hazaña íntima. Mientras el robado se ha quedado solo en medio de la oscuridad, buscando al ladrón para exorcizarlo con un conjuro ancestral, ¡hijo de Lenin!.

Muy aplicado, el denunciante se ha encargado de equipararse, él mismo, al delincuente. Ahora son del mismo tamaño y se revuelcan en las miasmas de la política politiquera, la que se escribe con minúscula.

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