A propósito del memorandum de la corrupción

Guido Mora

Guido Mora

El día en que Ottón Solís entregó la carta de renuncia al Partido Liberación Nacional en manos de la Lic. Sonia Picado Sotela, entonces diputada y Presidenta de esta agrupación, me correspondió ser testigo de excepción. Trabajaba como asesor de doña Sonia en la Asamblea Legislativa y ella me pidió que la acompañara en el encuentro que Ottón le había solicitado.

La reunión se realizó en el apartamento de doña Sonia.

Cuando íbamos subiendo en el ascensor, le dije a Ottón: No renuncie a Liberación Nacional, vale la pena dar la pelea dentro del Partido y muchos estamos dispuestos a apoyarlo y contribuir para que en Liberación se persiga y luche contra la corrupción. Ottón me respondió: Vea Guido, con fulanito, sutanito y menganito, no se puede dar una lucha contra la corrupción. Lamentablemente la corrupción en Liberación Nacional está profundamente entronizada. A lo que inmediatamente le respondí: el problema de la corrupción es consustancial al poder. En la medida que usted tenga la expectativa del poder, tenga certeza que tendrá cerca gente que estará deseosa de ver como se le aproxima, para beneficiarse de su posición.

La famosa minuta, levantada en la reunión de los jóvenes del PAC y que a la postre les costó su posición en el Gobierno, me recordó este pasaje y quise retrotraerlo a consideración en estas reflexiones. Desde luego esta situación está muy lejos de ser similar a los casos de corrupción suscitados en las Administraciones de otros partidos políticos.

Sean o no ciertas las expresiones recogidas por la minuta de esa reunión, parafraseando a Cayo Julio Cesar, “la familia de César y César deben de estar por encima de toda duda”. Para los efectos, si el Gobierno de Luis Guillermo Solís desea hacer una diferencia en el tratamiento y atención del tema de la corrupción, no puede permitirse ni la menor sospecha. No puede ser complaciente con la intención de abusos o malversación de los recursos públicos. Desde esta perspectiva, el Presidente actuó en tiempo y de manera correcta.

Y es que definitivamente el problema de la corrupción está expresamente vinculado al fenómeno del poder. No hay partido político exento de haber caído en problemas de malversación de fondos públicos en la historia reciente de Costa Rica. Ninguno puede, desde una posición impoluta, señalar a otro como culpable de ser corrupto o de promover la corrupción. Todos, de una manera u otra, lo han sido.

Las Administraciones de Luis Alberto Monge, Rafael Angel Calderón, José María Figueres, Oscar Arias Sánchez –las dos-, Miguel Angel Rodríguez, Abel Pacheco –en menor medida- o Laura Chinchilla sufrieron problemas y escándalos vinculados a defraudación de dinero y uso indebido de fondos públicos.

Durante los últimos 32 años, Liberación Nacional y la Unidad Social Cristiana, quienes protagonizaron le época dorada del bipartidismo costarricense, han sido salpicados por acusaciones de corrupción en la función pública.
El riesgo de que existan personas con deseo de enriquecerse ilícitamente prevalece, indistintamente del partido de que se trate. Siempre hay gente dispuesta a beneficiarse de los recursos del Estado. Esta es una realidad que se encuentra a lo largo de la historia de la humanidad: no es un problema exclusivo de las sociedades contemporáneas.

Amén de lo anterior, como siempre digo, por más dinero que tenga uno u otro grupo político, siempre subsiste el deseo de obtener más: en temas de dinero, lo que se tiene nunca es suficiente, en este particular, la ambición humana es ilimitada, entre más se tiene, más se quiere.

En problema en el fondo es otro y se relaciona con el enfoque y la actitud que asuman políticos, gobernantes y gobernados, con el tema de la corrupción.

La permisibilidad de la corrupción carcome a las sociedades. Múltiples estudios así lo comprueban y la realidad lo demuestra. En los Estados donde la “mordida” es el motor de la vida política y económica, campean los delitos y la impunidad a todo nivel de la sociedad.

La actitud sana y lógica consiste en la absoluta intolerancia a éste problema, para que no se generalice cual plaga mortífera, por todas las instituciones de Gobierno.

Posiciones timoratas y blandengues solo posibilitan el incremento de la corrupción. Actitudes inquisitorias y poco inteligentes, conducen a perder objetividad y capacidad de análisis y de acción.

La lucha contra la corrupción debe ser una constante, enmarcada en acciones inteligentes que permitan adelantar las acciones de vivillos, aprovechados y sinvergüenzas.

Es una prédica con el ejemplo que debe liderar el Presidente del país, del partido o de la agrupación social de que se trate. El jerarca institucional o el jefe del departamento. Es un compromiso consigo mismo y con Costa Rica.

Solo las actitudes honestas, consecuentes y transparentes, no los ladridos de algunos o los señalamientos inútiles de otros nos librarán de esta plaga histórica.

Este es un campo de trabajo en el en Costa Rica que queda mucho por hacer, sobre todo en organizaciones políticas y sociales, donde muchos están acostumbrados a servirse, so pretexto de que los recursos públicos no son de nadie, cuando, al contrario, tenemos que hacer conciencia, que los recursos públicos nos pertenecen a todos y que todos tenemos el deber de velar por su adecuado uso y disposición.

Particularmente en el caso costarricense y en lo que a los partidos políticos se refiere, como en el de Cayo Julio César: los líderes de esas organizaciones y de las innumerables instancias del Estado tienen la obligación de estar “por encima de cualquier duda”.

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