Joe Buckley
Con más de 95 millones de habitantes, Vietnam solo contabilizó algo más de 2.000 casos y 35 muertes con covid-19. ¿Qué nos dice la experiencia de este país del sudeste asiático donde la pandemia no es el principal factor político y que viene enfrentando diversos cambios y tensiones en su modelo político-social controlado aún por el Partido Comunista?
Corea del Sur y Taiwán han sido constantemente elogiados como modelos de combate contra el covid-19. Pero Vietnam, una nación mucho más pobre y con 97 millones de habitantes, lo ha hecho por lo menos igual de bien, a pesar de atraer mucha menos atención. Esto se debe, en parte, a que el estricto control del Partido Comunista sobre los datos oficiales genera dudas –comprensibles– sobre las cifras. Sin embargo, aunque no pueden hacerse predicciones sobre una tercera o una cuarta ola, Vietnam parece haber logrado hasta ahora un grado real de éxito.
Mientras que en marzo pasado los gobernantes de Estados Unidos y del Reino Unido restaban importancia al virus, Vietnam destacó sus riesgos mediante una efectiva estrategia de comunicación, que incluía un video musical viral que obtuvo 67 millones de visitas. Se impusieron de inmediato restricciones a los viajes, rastreo de contactos y medidas de cuarentena. Las fronteras se cerraron a todos, excepto a los ciudadanos vietnamitas y a algunos expertos invitados el 24 de marzo, y siguen estando cerradas, mientras que las escuelas y las universidades cerraron de enero a mayo. ¿El efecto? Solo se necesitó un breve confinamiento, que duró dos semanas a escala nacional y tres en áreas de alto riesgo. La primera ola había sido eliminada a mediados de julio, y los brotes más pequeños desde entonces han sido aplastados rápida y eficazmente. En total, ha habido 35 muertos.
Algunos han argumentado que el autoritarismo de Vietnam le permitió erradicar el virus, y algo de ello seguramente hubo. Pero especialistas como Guy Thwaites, director de la Unidad de Investigación Clínica de la Universidad de Oxford en Vietnam, desestimaron esta sencilla explicación del éxito del país. De hecho, la respuesta ante el covid-19 se ha caracterizado por un inusual nivel de transparencia estatal, con lo que se ganó la confianza de una población que, contrariamente a lo que suele creerse, no confía mucho en las autoridades. Otros han afirmado que, mientras las naciones europeas pasaron décadas tercerizando funciones estatales, Vietnam mantuvo un aparato estatal unificado que ha apuntalado su exitoso programa de salud pública. Sin embargo, el Estado vietnamita no está tan cohesionado como podría suponerse. Entre 2006 y 2016, años entre los que gobernó Nguyễn Tấn Dũng –cuyo yerno es dueño de la franquicia McDonald’s en el país–, Vietnam experimentó lo que se ha descrito como un «giro hiperliberal». Aumentó la dependencia del capital extranjero, se extendió la privatización de empresas estatales y se alentó a las provincias a competir entre sí para crear el entorno más propicio para los negocios. El resultado fue una rápida fragmentación de su capacidad, lo cual despertó la preocupación nada menos que del Banco Mundial. A pesar de los crecientes niveles de inversión pública, el sistema nacional de salud de Vietnam ha sido remodelado por la mercantilización, y los particulares tienen que pagar cada vez más por la atención médica.
Cuando Dũng renunció en 2016, el secretario general Nguyễn Phú Trọng y sus aliados se impusieron en medio de una lucha entre facciones dentro del Partido Comunista. Trọng era percibido como un conservador de la vieja guardia, escéptico de la agenda de reformas de Dũng. Pero ya en el cargo, ha continuado en gran medida el legado de su predecesor: abandonó ciertas políticas industriales, monitorió una agresiva campaña contra la corrupción y reprimió a la disidencia para proteger a los principales conglomerados privados, cuya influencia ha crecido constantemente.
Por tanto, el éxito de Vietnam en la lucha contra el virus no puede atribuirse a la represión estatal o la centralización económica. Su rápida respuesta estuvo a la altura de lo que habrían podido hacer naciones democráticas liberales más ricas, si hubiesen tenido voluntad política. De hecho, en una entrevista reciente, Mai Tiến Dũng, jefe de la Oficina de Gobierno de Vietnam, no atribuyó el éxito del país a ninguna característica política ni económica, sino al hecho de que en enero de 2020 fueron mucho más allá de las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y armaron desde el principio una estrategia de contención completa. Tal como ha señalado Thwaites, el ingrediente clave de su éxito fue, lisa y llanamente, un «buen uso de la epidemiología».
Esto también fue acompañado por un plan económico, cuya nave insignia fue un paquete de ayuda de 62 billones de dongs (más de 2.600 millones de dólares) que brinda exenciones de impuestos y préstamos a baja tasa de interés para las empresas, junto con apoyo financiero a los hogares en aprietos. Los pagos fueron modestos, entre 250.000 y un millón de dongs por mes (11 y 43 dólares, respectivamente), y su distribución se vio obstaculizada por una serie de rígidas condiciones burocráticas. Se pedía a los trabajadores y trabajadoras migrantes informales que presentaran licencias comerciales inexistentes si querían calificar para el plan, mientras que otros grupos –como trabajadoras y trabajadores sexuales– fueron excluidos casi por completo. Aun así, las ayudas siguieron siendo un salvavidas crucial para gran parte de la población.
Las transferencias de efectivo se complementaron con la asistencia de grupos de la sociedad civil dirigidos por el Estado: las organizaciones de masas del Frente Patriótico de Vietnam, alineado con el Partido Comunista. Si bien fueron bastante ineficaces en la campaña por el cambio social y político, estas instituciones paraestatales estaban bien equipadas para distribuir provisiones materiales al inicio de la crisis. La federación de sindicatos, por ejemplo, proporcionó equipamiento de protección personal, información y apoyo financiero a los trabajadores, mientras que el Sindicato de Mujeres ayudó a las pequeñas y medianas empresas dirigidas por mujeres a acceder a préstamos y apoyó a las sobrevivientes de violencia doméstica en medio de un aumento en las agresiones.
Los mayores gastos relacionados con el coronavirus se financiaron principalmente con las reservas en efectivo y bonos del Tesoro, ahorrándose tener que pedir préstamos en el mercado internacional o solicitar asistencia presupuestaria. Combinado con la supresión del virus, esto convirtió a Vietnam en la economía de más rápido crecimiento del mundo en 2020 y en el único país del Sudeste asiático que registró tasas de crecimiento positivas. Sin embargo, los sectores más pobres de la población aún enfrentaban serias dificultades. El cierre de las fronteras internacionales asestó un duro golpe a la industria del turismo y el sector perdió aproximadamente 23.000 millones de dólares en 2020. Un impulso al turismo interno bajo el lema «Los vietnamitas viajan en Vietnam» logró amortiguar el golpe, pero no pudo compensar los ingresos que generalmente aportan los arribos internacionales. Tanto las aerolíneas públicas como las privadas han solicitado rescates, mientras que las exportaciones de manufacturas disminuyeron –particularmente en los sectores claves del vestido, teléfonos inteligentes, y pescados y mariscos–, lo que provocó un aumento del desempleo. Otros que dependen de estas industrias, como quienes se dedican a la venta ambulante dirigida a los turistas o al personal de las fábricas, también sufrieron pérdidas sustanciales. Además, hubo una gran caída en la exportación de mano de obra; una fuente vital de ingresos para las comunidades que dependen de las remesas de los trabajadores expatriados.
A fines de 2020, 32,1 millones de vietnamitas se habían visto afectados por el impacto económico de la pandemia sufriendo desempleo, despidos o ingresos reducidos: 71,6% de los trabajadores del sector de servicios, 64,7% de la industria y la construcción y 26,4% de la agricultura, la silvicultura y la pesca. Las «huelgas salvajes» se incrementaron por primera vez en años, ya que los trabajadores y las trabajadoras reclamaron por condiciones seguras en los primeros días de la pandemia, así como por salarios justos y una consecuente compensación. En una medida sin precedentes, el Consejo Nacional del Salario, que negocia incrementos anuales del salario mínimo, decidió no aumentarlo este año. La caída de los ingresos, a su vez, benefició a los usureros ilegales, que cobran tasas de interés exorbitantes y dejan a sus clientes sometidos a un sometimiento permanente por sus deudas. Como resultado, algunos vietnamitas se han suicidado.
Mientras tanto, una grave crisis de deuda ha afectado al fondo de seguridad social del país, responsable del seguro médico, las pensiones y las prestaciones por desempleo. En tiempos normales, la configuración de la seguridad social de Vietnam facilita el robo por parte de los empleadores. Las cuotas de los trabajadores son deducidas automáticamente de sus salarios, y se confía a los empleadores que las transfieran al fondo junto con sus propios pagos. Por lo tanto, los estos pueden retener sus contribuciones y quedarse con las de sus empleados, muchas veces sin consecuencias. Esta práctica se hizo aún más frecuente en 2020, ya que se aprovecharon las exenciones para las empresas afectadas por covid-19 para reducir los pagos de los empleadores. Como resultado, los niveles de deuda del fondo se dispararon a aproximadamente 20 billones de dongs (más de 800 millones de dólares). El déficit se agravó porque los trabajadores retiraron la totalidad de sus cotizaciones para su jubilación futura o empeñaron sus libretas de la seguridad social para conseguir dinero en efectivo y mantenerse a flote.
Sin embargo, hacia fines de 2020 había indicios de que la economía vietnamita se había estabilizado relativamente. El mercado laboral comenzó a recuperarse; el VN-Index, índice bursátil de Vietnam, alcanzó sus niveles más altos desde noviembre de 2019; y algunas corporaciones multinacionales comenzaron a trasladar la producción al país. Su balance económico es ahora, en términos generales, la envidia de sus vecinos. De hecho, que la pandemia no haya sido de ninguna manera el hecho dominante de la política nacional el año pasado es una clara señal del logro de Vietnam. En octubre y noviembre, las tormentas azotaron las regiones centrales del país, causando daños materiales generalizados y muchas más muertes que el coronavirus. Al mismo tiempo, Estados Unidos inició una investigación sobre las exportaciones de madera vietnamita y la presunta manipulación de su moneda, poniendo en peligro una de las relaciones bilaterales más importantes del país. El gobierno tendrá que negociar estos asuntos con la administración entrante de Joe Biden, además de animarlo a mantener la postura de línea dura de Donald Trump frente a China, que ha sido muy popular entre los vietnamitas.
Otros acontecimientos de este mes pueden eclipsar aún más al covid-19. El 1º de enero comenzó a regir un nuevo Código Laboral, que permite por primera vez la existencia de organizaciones representativas de los trabajadores independientes, no afiliadas a la Confederación General del Trabajo, controlada por el Estado. Esto podría marcar un cambio significativo en las relaciones laborales, liberando potencialmente a los trabajadores organizados del dominio del Partido Comunista. Pero esta victoria aún puede ser contrarrestada por la Asociación Económica Integral Regional, un acuerdo de libre comercio negociado en secreto durante los últimos siete años, que ha sido ampliamente condenado como un intento de erosionar los derechos de las trabajadoras y los trabajadores. Por lo tanto, está por verse si la tradición de décadas de militancia laboral autoorganizada de Vietnam subsistirá en 2021, o si las libertades consagradas en el Código Laboral se enfrentarán a mayores obstáculos.
Quizás lo más significativo sea que, entre el 25 de enero y el 2 de febrero, más de 1.500 delegados se reunirán en Hanoi para que el XIII Congreso del Partido decida sobre un nuevo liderazgo. Por lo general, la decisión se toma antes del Congreso y luego los delegados dan su acuerdo, pero esta vez no hay ninguna certeza. Se suponía que Trọng no volvería a postularse como secretario general. Según las reglas, no se le debería permitir un tercer mandato consecutivo. Además, ya tiene una edad muy avanzada y está bastante enfermo. Se esperaba que el nuevo Secretario General fuera el primer ministro Nguyễn Xuân Phúc, un habitué del Foro Económico Mundial, descrito por un analista como un «pragmático conocedor de políticas», o Trần Quầc Vượng, que ha sido un actor importante en la reciente campaña anticorrupción del gobierno. Los procedimientos son poco transparentes, pero los últimos rumores sugieren que Trọng podría tener éxito en forzar al congreso –y el reglamento– para permanecer como secretario general [Esto, en efecto, es lo que ocurrió, ante la falta de consenso para encontrar un sucesor, pese a que las normas vigentes no le permitían un tercer mandato, N. del E.]. Si bien el lanzamiento de la vacuna puede dar los toques finales a la respuesta vietnamita ante el covid-19 –un caso de éxito que avergüenza a los países occidentales–, no determinará la manera en que estos cambios entrelazados reformularán la política y la economía del país.
Este artículo fue publicado originalmente en New Left Review, el 22 de enero de 2021, con el título «Vietnam’s Pandemic». Puede leer el artículo original aquí. Traducción: Carlos Díaz Rocca para nuso.org