Luis Casado
Debe ser una deformación profesional. La abundancia de cifras con las que nos abruman cada día –a cada cual más trucha– me la suda. Expertos y economistas usan y abusan en razón directamente proporcional a su desconocimiento de las herramientas matemáticas que, en materia de estadísticas, suelen ser pasablemente sencillas.
Más allá de los porcentajes –cuchillo suizo de los economistas– ya puedes meterte con el coeficiente de correlación de Pearson –medida de dependencia lineal entre dos variables aleatorias cuantitativas– que no hace falta haber ganado la medalla Fields para saber de qué va el tema.
Expertos y economistas hacen como si sus calculitos al pedo permitiesen descubrir la verdad desnuda, la realidad incontrovertible o –si me permites la digresión– incluso hasta la última tortuga (1). Lo suyo es la verdad revelada, sin contar con que unos y otros usan bases de datos cuya coherencia les importa tanto como el primer pañal en el que se cagaron.
Matemáticos y físicos, por el contrario, saben que nuestro conocimiento es imperfecto: por eso exploran otras estructuras matemáticas y físicas, por improbables que aparezcan, gracias a las cuales hacen avanzar la ciencia.
En el año 1913 un matemático indio genial, Srinivasa Ramanujan, les envió algunas reflexiones matemáticas a sus pares europeos. Ramanujan había demostrado que la suma de los enteros naturales positivos (1+2+3+4+5+… ∞) es igual a -1/12 con lo cual pasaba por loco.
No obstante, en el año 1943 Hendrik Casimir, físico danés que estudiaba un problema de física cuántica, dedujo una fórmula en la que figuraba la citada suma. A punto de abandonar temiendo haber llegado a una ‘singularidad’, decidió utilizar el resultado de Ramanujan. Remplazó pues
por -1/12 y obtuvo una solución. Lo extraordinario es que las medidas realizadas más tarde en laboratorio coincidieron con las cifras previstas por los cálculos de Casimir.
Si calculas la suma de los cuadrados de los enteros naturales positivos, o sea
encuentras que el resultado es igual a cero.
Bernhard Riemann, matemático alemán, planteó la cuestión de manera general para saber si existen otros exponentes para los cuales la suma de los enteros naturales positivos elevados a ellos también da cero. Se trata pues de encontrar qué exponentes “x” satisfacen el resultado:
Para quien encuentre la solución hay un premio de un millón de dólares. ¡Apúrate!
Del mismo modo sabemos que la geometría euclidiana no es la única. En 1902 el matemático galo Henri Poincaré propuso otra geometría que anula el 5º postulado de Euclides y mostró que por un punto exterior a una recta pasa una infinidad de paralelas. Otra consecuencia: en geometrías no euclidianas resulta que el teorema de Pitágoras simplemente no es verdad.
A riesgo de aburrirte, otro ejemplo: Galileo –gracias a su tripería cerebral– dedujo que todos los cuerpos caen a la misma velocidad en el vacío. Desde Aristóteles y hasta ese momento todo el mundo aceptaba que los cuerpos pesados caen más rápido que los cuerpos ligeros. Galileo razonó contra la ‘evidencia’ y encontró un resultado fundamental. Mejor aún, Galileo enunció su principio de relatividad que afirma que “el movimiento es como nada”, principio que más tarde Einstein extendería a todas las leyes de la física (2).
Expertos y economistas –bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos (Mateo 5:3)– no se hacen tantas preguntas ni tienen la sombra de una duda. La ley de la oferta y la demanda les sirve de explicancia universal.
Saturados de certidumbres, excretan verdades trascendentales y se sientan a esperar las consecuencias. Tal vez por eso Michel Audiard aseguró: “Un intelectual sentado no va tan lejos como un weón que camina…” En todo caso esa actitud explica que en economía no hayan hecho ningún descubrimiento durante dos siglos.
Este largo preámbulo, necesario, tiene por objeto comentar… una cifra. La tasa de fecundidad en Chile, o la tasa de natalidad si prefieres. En enero del 2016 cometí un breve ensayo, Chile: De la dificultad de nacer: La previsible evolución del jaguar sudamericano. En ese trabajo expuse un par de ideas. La primera sugiere que gran parte del “crecimiento” experimentado por Chile en las últimas décadas tiene que ver con la incorporación de la mujer al trabajo.
La conclusión cae de cajón: una vez agotada esta fuente de ‘crecimiento’ (cuando la mayor parte de las mujeres forma parte de la población activa) la curva de crecimiento del PIB tiende a aplanarse, antes de irse a las pailas. En la actualidad (antes de la crisis sanitaria) Chile sigue atrasado en cuanto a la incorporación de la mujer al trabajo, pero se hace cada vez más difícil lograr una mayor incorporación.
De ahí en adelante la obsesión de los obtusos, el ‘crecimiento’, solo puede apoyarse en el aumento de la productividad, cuyas cifras, o índices, también son extremadamente negativos.
La otra idea tiene que ver con la persistente baja del índice de fecundidad. Las almas pías intentan explicar el fenómeno arguyendo que Chile se encuentra –gracias a su excelente nivel de vida– en plena “transición demográfica”, lo que quiere decir que somos tan felices que follamos menos, o bien lo hacemos con condón y mascarilla –virus obliga–, hay que joderse. Uno comprende la popularidad de los ecologistas que propician un regreso a lo natural, en plan Adán y Eva, en un paraíso al cual aún no llegaban ni las vides ni las hojas de parra.
Mi femenina intuición no me engañó. El Instituto Nacional de Estadísticas aseguró un par de años más tarde que la tasa de fecundidad del 2017 había sido la más baja de la historia. Y la cosa va de mal en peor: los datos entregados por el INE (…) muestran que el promedio de hijos de las mujeres a lo largo de su vida fértil (15 a 49 años) muestra una notable caída, sin señales de recuperarse.
Estimaciones y Proyecciones de Población en Chile 1992-2050 del INE establecen que hacia el 2029 se alcance el nivel más bajo de fecundidad con un promedio de 1,57 hijos por mujer en edad fértil (INE 18 de noviembre de 2019).
El Movilh y las feministas pueden pensar lo que quieran, los escuincles se hacen en parejas de a dos (a veces de a tres e incluso cuatro…), y la simple renovación de la población exige que el índice de fecundidad sea al menos igual a 2. Por debajo de esa cifra la población disminuye progresivamente y al cabo de unos años la economía se sofoca y hay que conectarla a un ventilador. O bien debes importar mano de obra de otros países como hace Alemania (y -dicho sea de paso- Chile).
Ya ves porqué, en el año 2016, osé anunciar La previsible evolución del jaguar sudamericano, no como una pre-visión del futuro sino como el resultado inevitable del pinche modelo, tan alabado urbi et orbi.
Ahora bien, la explicación de la “transición demográfica” –que avanza entre otros Ricardo Lagos– no tiene ningún asidero. En mi texto del año 2016 propuse otra, a mi juicio mucho más justa si se trata de explicar la renuencia de las familias chilenas a tener hijos: la terrible incertidumbre que genera un sistema económico en el cual la solidaridad nacional fue abolida. La incertidumbre que surge de la ausencia de una política de Salud que ponga a la familia en el centro de la acción pública. A lo que conviene agregar un nivel de salarios propiamente miserable, una Educación centrada en el lucro y la venta de diplomas depreciados, viviendas caras asociadas a créditos usureros y a la progresiva guetoización de las ciudades, a la creación de verdaderos bantustanes de mano de obra ‘calificada’ encerrada en condominios, o sin calificación ninguna encerrada en villas miseria.
La percepción por parte de la población de una creciente dificultad para llegar a fin de mes, la sensación de un nivel de vida que se degrada y que cuesta cada día más mantener, la fragilidad del status social que cada cual tiene o cree tener, el endeudamiento a niveles nunca vistos de los hogares, en otras palabras el fracaso estrepitoso para las grandes mayorías de la política neoliberal puesta en obra por la dictadura, y consolidada y extendida con entusiasmo de 1990 en adelante por todos los gobiernos sin excepción.
Si bien las cifras relativas a la natalidad son difíciles de manipular, también es cierto que servidor no es un demógrafo. De ahí que llamase mi atención una reflexión de Emmanuel Todd, uno de los más reputados demógrafos del mundo. En su reciente libro Las luchas de clases en Francia en el siglo XXI Todd analiza la caída de la tasa de fecundidad en Francia en el curso de los últimos años, y precisa lo siguiente:
“La baja reciente toca a todo el mundo –las clases populares como las clases adineradas– y todas las edades. No conozco otra forma de interpretarlo sino ver en ello la señal de grandes dificultades económicas.”
Según Todd, “Esta evolución parece validar la hipótesis de una baja del nivel de vida”, baja que se hizo más evidente a partir de la crisis iniciada en 2007-2008 (subprimes).
Todd asocia a la baja de la natalidad la subida de la mortalidad infantil en Francia (estos dos datos, referidos a la URSS, le permitieron en 1976 –en su tesis de grado La Caída Final– vaticinar la caída del coloso del este).
En el caso de Chile hay una dificultad que proviene de la forma en la que el INE expone los datos disponibles. Para la mortalidad infantil exhibe –orgullosamente– una sostenida baja del número de decesos infantiles… en cifras absolutas. Cifras que referidas a un número cada vez menor de niños nacidos vivos podría mostrar, por el contrario, un aumento de la mortalidad infantil.
Cuando te digo que las cifras –como el lenguaje– pueden servir para arrojar una cortina de humo sobre la realidad…
Como sea, la crisis sanitaria desatada por el coronavirus ha servido de revelador: el muy alabado modelo económico chileno no ha sido capaz ni siquiera de alimentar a una población que, hambreada, recurre masivamente a las ollas comunes. El Estado, reducido a servir de correa de transmisión de los recursos públicos al sector privado, es incapaz de definir y de aplicar una estrategia de lucha contra una epidemia. Más allá de la evidente mediocridad del personal político parasitario, es el sistema el que revela sus límites al ser incapaz de generar su propia reproducción ampliada.
El ocultamiento de las cifras y/o su desvergonzada manipulación, la cháchara irresponsable de la TV y la prensa convertidas en una suerte de Propaganda-Abteilung de un régimen acorralado y agonizante, sirven de púdico biombo para ocultar que el rey esta empelotas.
Ridículamente baja, la credibilidad del gobierno y del modelo se acerca peligrosamente al valor de la constante de Planck, cuya dimensión es del orden de la micropendejésima de suspiro de ameba.
Para no esconderle la pelota a los expertos, facilitarles la comprensiva y ahorrarles la búsqueda en Internet, les doy el valor de la mencionada constante, denominada “h”, en sistema MKS:
Como te decía, no hace falta haber ganado la medalla Fields para saber de qué va el tema.
Notas
(1) Hubert Reeves, astrofísico canadiense, cuenta la historia: Un astrofísico ofreció una conferencia sobre el Big Bang y la historia del universo en la India. Un anciano sabio se le acercó y le dijo: ‘No es así como ocurrió todo. Según nuestros santos libros el universo reposa sobre la caparazón de una tortuga’. El científico objetó: ‘Ya… ¿y esa tortuga reposa en qué?’ El viejo sabio retrucó: ‘Sobre la caparazón de otra tortuga y esa, sobre otra tortuga, y así hasta abajo’.
(2) El célebre Casanova cuenta en su “Historia de mi vida” que a la edad de 9 años (1734) le llevaron navegando en un burchiello de Venecia a Pádova por el río Brente. Al despertar vio por las ventanas que los árboles se movían en la ribera. ‘¡Ah, madre –exclamó– los árboles caminan!’ Al darse cuenta de su error, viendo que era la góndola la que se movía, reflexionó y dijo: ‘Puede que el sol tampoco se mueva, y seamos nosotros los que rodamos de occidente a oriente’. Su madre le reprendió su tontera y el abad Grimani lo trató de imbécil. Afortunadamente, el Sr. Baffo estaba allí y lo tranquilizó: ‘Tienes razón mi niño. El sol no se mueve, debes ser valiente. Razona siempre así y deja reír a los ignorantes.’ Los ignorantes habían quemado vivo a Giordano Bruno y reprimido duramente a Galileo…
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