Por una socialdemocracia pospandémica

Cuando el coronavirus puso en crisis nuestras vidas, la socialdemocracia ya estaba en crisis. Paradójicamente, esta situación global reclama un pacto basado en las ideas socialistas democráticas. ¿Podrá hacer algo la socialdemocracia ahora que se la necesita?

Ania Skrzypek

Por una socialdemocracia pospandémica

La crisis del coronavirus es una experiencia enormemente transformadora. Casi nadie (fuera de los epidemiólogos) había predicho que la catástrofe se produciría de la forma en que lo hizo.

Se habían escrito miles de páginas sobre la globalización y la modernidad. Muchas de ellas describían escenarios aterradores y catastróficos. Pero lo que ha ocurrido va más allá de lo que alguna vez se haya imaginado. Hoy no hay forma de saber cuánto tiempo va a durar todo esto, ni cuántas vidas se van a perder o qué tipo de mundo surgirá.

Por lo tanto, recurrir a modelos intelectuales confortables como forma de explicación podría resultar peligroso. Es momento de admitir con humildad no solo que el mundo será diferente –y que será sencillamente imposible retomar las cosas donde las dejamos–, sino que tampoco es una alternativa releer ensayos sobre crisis pasadas y reemplazar la palabra «economía» por «coronavirus». Nunca ha sido más cierta la expresión «el futuro es una incógnita».

A prueba

Si entonces es necesario dar vuelta la página, también lo es entender qué ha hecho este confinamiento con nuestras vidas normales. Ha puesto a prueba a los individuos. Ellos han tenido que reconsiderar lo que consideran esencial y no esencial, tanto en sentido material como no material.

También ha puesto a prueba a los hogares, haciendo que los individuos adquieran una nueva cercanía por defecto. Quienes permanecen juntos en el confinamiento han tenido que aprender mucho el uno sobre el otro, mientras que quienes están alejados han comenzado a comunicarse con mayor frecuencia. Quizás algunos nunca hayan llamado a sus padres y abuelos con tanta asiduidad como durante estos días.

Por otra parte, ha ido surgiendo una nueva clase de responsabilidad en las comunidades, por la cual los jóvenes se ofrecen a llevar comestibles o a ir a la farmacia para los adultos mayores, que fueron los primeros en ser advertidos de quedarse en casa. Y el coraje y la devoción de muchos ha hecho que otros se den cuenta de que entre ellos viven superhéroes. Y no es solo el personal médico y de enfermería, sino también quien atiende en el almacén de la esquina, la maestra del jardín maternal que no ha cerrado para cuidar a quienes necesitan asegurarse la continuidad de servicios esenciales, el recolector de basura, los empleados de correo, los camioneros…

Con banderas blancas flameando en tantos edificios y tanta gente que abre sus ventanas a las ocho de la noche para vitorear y aplaudir, ha nacido un sentido de gratitud, solidaridad y nueva admiración hacia los otros. Es paradójico, entonces, que la gente se pueda sentir más cerca de lo que se había sentido en décadas como resultado del encierro, más conectada y respetuosa de los otros. Esto sería, si se sostuviera, una marcha atrás en relación con años de atomización de las sociedades contemporáneas.

Temas que pasan a primer plano

Por otra parte, el confinamiento trajo a un primer plano temas que eran bien conocidos y que se habían discutido largamente al menos por dos décadas, pero a los que no se les había dado la prioridad que correspondía. El cuidado apropiado de los mayores está evidentemente al tope de la lista, junto con la necesidad de invertir más y equipar en forma adecuada las instituciones sanitarias. Pero también se incluyen otros temas, aunque menos evidentes.

El encierro dejó a muchos aprisionados, solos, dentro de sus propias casas, preguntándose por lo adecuado de los mecanismos de apoyo existentes. Para los empobrecidos, volvió a plantear la cuestión de los estándares mínimos, en especial cuando los comercios tuvieron que limitar su oferta a artículos de primera necesidad. La tragedia también expuso la absoluta necesidad de hacer más para luchar contra la pobreza infantil, ya que durante la cuarentena nadie pudo garantizar que todos y cada uno de los niños y las niñas tuvieran al menos una comida caliente al día.

La salud mental y el cuidado de los pacientes que sufren enfermedades crónicas –para quienes el contacto humano tiene relevancia terapéutica y que de un día para el otro quedaron a merced de un deterioro potencial– también fueron tema de consideración. Como lo fue el combate contra la violencia doméstica: duele de solo pensar cuánto más sufrimiento ha existido a causa de las condiciones de confinamiento. Por último, en muchos lugares, la falta de previsiones respecto al matrimonio entre personas del mismo sexo representó un obstáculo increíblemente cruel para que las parejas permanecieran juntas en hospitales y otros ámbitos en momentos difíciles.

Arreglárselas para adaptarse

La nueva vida trajo aparejados muchos desafíos. Y aunque todo ocurrió bajo una inmensa presión, ha sido bastante extraordinario ver lo rápido y con cuánta inteligencia la gente se las arregló para adaptarse. Una pregunta que ya se planteó con frecuencia, «¿cómo se las arreglará la gente en la era de la digitalización?», recibió respuestas particularmente rápidas.

Algunas, como las teleconferencias y el intercambio de datos, simplemente se intensificaron, pero junto a ellas llegaron otras nuevas. El teletrabajo llevó a muchos empleadores a negociar reglas y establecer directivas. Aulas virtuales y clases electrónicas hicieron que maestros y estudiantes adquirieran nuevas habilidades, así como, también por necesidad, muchos padres y tutores tomaron mayor conciencia del contenido de la educación de sus hijos. Hasta los gimnasios y otras instituciones sociales encontraron soluciones electrónicas, lo que demostró una vez más que, sin importar lo virtual que sea, la necesidad de conectarse con el otro sigue siendo vital.

Al tiempo que reconocemos esta creatividad y perseverancia, no todos los sectores pudieron encontrar soluciones sustentables. Mucha gente ha caído en la precariedad de un desempleo cuando menos temporario, en algunos casos sin ningún tipo de ingreso. En el reverso de eso, retornaron algunos debates controversiales, por ejemplo, en relación con un ingreso básico universal, aunque esto representaba la omisión de una garantía de ingreso mínimo. Al abstenerse de apoyarlo o rechazarlo, es claro, una vez más, que el sistema económico tal como es no es en modo alguno a prueba de golpes.

El futuro de la socialdemocracia

¿Cómo se traduce esto en un debate sobre el futuro de la socialdemocracia? Aunque la crisis del coronavirus es una dura prueba de liderazgo, como secuela los ciudadanos tendrán un nuevo conjunto de expectativas que los progresistas deberían ser capaces de entender.

En primer lugar, la catástrofe fue experimentada por todos de manera directa. No era algo sobre lo que solo se lee en las noticias, algo de lo que uno podía distanciarse. Las conexiones interpersonales que se forjaron y fortalecieron durante el aislamiento naturalmente se debilitarán una vez que este haya finalizado, pero no desaparecerán. Es probable que la sensación de «estar en esto juntos», la conciencia de las necesidades de cada uno, el respeto mutuo y la admiración por quienes ayudaron a que sobrelleváramos estos tiempos hayan llegado para quedarse.

La perspectiva del surgimiento de comunidades nuevas y solidarias es, en consecuencia, bastante real y puede ofrecer una contracorriente frente a la marea de atomización neoliberal. Especialmente porque lo que hizo posible mantenerse en contacto fueron las mismas herramientas y aplicaciones de internet que habían sido consideradas con anterioridad diluyentes de las relaciones humanas cara a cara.

Entonces, aunque por supuesto los progresistas habrían preferido que no se dieran tales circunstancias desastrosas, estos nuevos colectivos pueden llegar a ser lo que siempre desearon ver. Sin embargo, el discurso del «actor político fuerte» no los va a conectar con ellos. Tampoco lo hará la articulación de una lista de quejas sobre las deficiencias de diferentes instituciones. Lo que podría resultar, por otro lado, es que la socialdemocracia se autodescubriese como el movimiento más humano y empático, del modo en que está intentando hacerlo Jacinda Ardern en Nueva Zelanda (donde el virus ha sido contenido con éxito). A largo plazo, esto también puede ser un escudo contra el negativismo de la derecha.

En segundo lugar, la crisis ha mostrado que la gente puede de hecho empezar a pensar de una forma totalmente diferente con bastante rapidez. Antes, «patriotismo» era un término que evocaba una asociación con el orgullo nacional. Hoy, se ha comenzado a identificar con asumir responsabilidad por los otros y reconocer las demandas de la sociedad. En consecuencia, si bien los puntos de conexión y los bloques de construcción de una agenda política nueva, poscatástrofe y capaz de ganar un apoyo mayoritario no pueden definirse aún por completo, sin duda lo que la impulsará serán temas sociales.

Un nuevo discurso

Sí, todavía girará en torno de la lucha contra las desigualdades. Pero no será un modelo reciclado ni nada que pudiera ni remotamente afirmar «esto es lo que hemos estado diciendo todo el tiempo». El siguiente desafío será muy probablemente un derrumbe económico y una recesión sin precedentes, que demandará un nuevo discurso que refleje un cambio en el pensamiento.

Antes de la crisis era legítimo hablar de la ambición de una nueva ilustración. Ahora la misión sería más bien un nuevo renacimiento, uno que en sus anhelos, su edificante historia de progreso, su apertura y atractivo, y con un núcleo de valores humanistas, pudiera superar estos tiempos oscuros, poblados de figuras inquisitoriales de extrema derecha que todavía buscan esparcir el miedo. El día de mañana es probable que la gente no se mueva por el enojo o la ansiedad, sino por la búsqueda de algo positivo. Podría estar motivada más bien por un deseo de hacer todo lo posible para asegurarse contra cualquier situación como la presente, en forma colectiva o individual.

En tercer lugar y para finalizar, aunque la pandemia ha sido quizás la experiencia más dura en Europa desde el colapso de la ex-Yugoeslavia, también ha sido la prueba máxima para el liderazgo político de todo el mundo. Y los criterios de evaluación han cambiado. En la actualidad, lo que parece definir a un verdadero líder es su capacidad de proveer estabilidad, cuidado y verdad.

Este es un punto de inflexión notable: la gente encerrada en su casa, dependiente de internet, quiere algo más que desinformación. Quiere saber la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad: saber que, mientras ella respeta reglas de emergencia, mantiene su derecho a la autodeterminación, y que lo que se está haciendo es en su vital interés.

Esta es también la razón por la que el comportamiento de populistas como Viktor Orbán, Jarosław Kaczyński o Boris Johnson debe finalmente encontrar como respuesta el desprecio. Hay una oportunidad real de que, en cambio, los ciudadanos confíen en aquellos que, como los líderes socialdemócratas Pedro Sánchez en España, Jan Hamáček en República Checa y Mette Frederiksen en Dinamarca, emergen como responsables, solidarios y orientados a la búsqueda de soluciones.

Traducción: María Alejandra Cucchi

Fuente: Social Europe/nuso.org

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