Un cuento neoliberal

De José Calvo

José Calvo

José Calvo

En mi ya lejana niñez (parece que fue ayer) no teníamos cuentos europeos, y nuestra fantasía se alimentaba con el cadejos, la llorona, el padre sin cabeza o la carreta sin bueyes; todos los cuales nos metían mucho miedo, sin que ninguno fuera cruel o sanguinario. Un tiempo después tuvimos los Cuentos de la Tía Panchita, y especialmente los de Tío Conejo, que tampoco metían miedo, ni eran sanguinarios o crueles, pero si muy divertidos. Hace unos 20 años se habló mucho de que los cuentos de niños representaban un arquetipo del alma humana, pero se referían a los de carácter cruel y sanguinario, y ya sabemos que no todos son así, y que esos reflejan más bien la naturaleza del alma europea -la cuna de la «civilización comercial» al decir de Bemard Shaw en «Androcles y el León», 1916-, pero no de la nuestra. Si acaso representan un arquetipo, éste sería en el sentido berneano del Análisis Transaccional, donde nuestras conductas son maneras de estructurar nuestro tiempo, y donde muchas de ellas son de carácter patológico, pero curable; antes que en el sentido junguiano de un componente inevitable del alma humana.

El otro día, una niñita de cuatro años me pidió que le leyera su nuevo libro de cuentos. Este gato con botas (aún no sé que papel juegan las botas, como no sean también un símbolo de dominación) se presenta ante el rey y le dice que su amo es el marqués de Carabaj, el hombre más rico de la tierra. La hija del rey (de tal palo…) está oyendo la interesante historia detrás de la puerta, sin que a ella tampoco se le ocurra pensar que de repente es una mentira. Luego, cuando viene por el campo la carroza real, el gato ordena a su amo que se quite los harapos y se meta en el río, después de lo cual empieza a gritar -¡Han robado todo a mi amo, el marqués de Carabaj! El rey detiene la carroza, cubre con su manto al supuesto acaudalado marqués, y lo invita a comer en el palacio. Después, el gato se presenta ante el ogro, que es muy rico, y lo engaña con igual facilidad que al rey y a la princesa: -Mi amo se puede convertir en un león- -Yo también- dice el ogro. Y lo hace. -Ah, pero mi amo se puede convertir en un ratón- -Yo también- dice el ogro, que no se quiere quedar atrás en la carrera de la competencia, y lo hace. Entonces el gato lo coge y… lo tira por la ventana. Esta niña no ha visto todavía ejemplos de angurria, mentira y engaño, pero ha visto en cambio a la gata de su casa devorando ratones; lo que sí es un hecho inevitable de la vida -pero no de la evolución, o de la sobrevivencia del más apto, según sostiene su extrapolación a la ciencia de la economía neoliberal-. Como el ogro tenía tanta plata, el marqués de Carabaj «lo heredó», y entonces el rey le dio la mano de su hija, y desde ahí vivieron muy felices; contando la plata robada.

La historia no cuenta qué pasó con el gato, pero no es muy probable que este animal tan eficiente y emprendedor hubiera terminado sus días ronroneando debajo del fogón. Ha de haber previsto la posibilidad de que apareciera otro gato igual, o todavía más eficiente, productivo y emprendedor; y de que lo «arrollara la locomotora de la competencia»; aunque en aquella época no podría haber oído todavía la retórica metropolitana del mercado libre del actual paradigma hiperbólico: «meeee-pun, no deje que lo mate la competencia»; «devore o sea devorado»; «competir o salirse»; y todas las otras necedades que enseñan nuestras escuelas de administración de negocios, sucursales del MIT, en vez de enseñar cómo evitar que nos pateen la escalera. Lo más probable es que ese gato terminó de chief excecutive officeren alguna gran empresa, donde ejecutó maniobras monopolísticas de fusión amigable u hostil, provocó mucha «redundancia» de empleados, y patentó muchos inventos ajenos. O de ministro, fomentando el interés simbiótico de la empresa, y el establecimiento político que ahora llamamos el estado: de repente propuso una «reforma fiscal» (neoparla) para rebajarle los impuestos a las grandes empresas y a los bancos, aumentándoselo a las personas. Estos gatos son muy «sabidos».

Cuando terminé el cuento le dije a la madre de la niña -¡Pero este es un cuento muy subversivo!- Y ella me contestó -De qué está usted hablando, está en la pura macolla del paradigma-. Y cuando le conté del cadejos, y el cipitillo, me respondió que eso sí era subversivo: pura superstición y subdesarrollo.

Superstición es seguir creyendo en el goteo, y en que hay que tener mucho dinero, y en el consumo ¡¡imitado, y en que «vamos a ser el primer país de América Latina en salir del subdesarrollo», si ponemos al mero mero. Subdesarrollo es como cuando después de varios años de intentos por parte de los importadores de carros nuevos, se dicta un úkase quitándole los impuestos a los nuevos y poniéndoselos a los usados, que son los que podemos comprar el 80% de los costarricenses; los que tenemos que comprar; en un país con un sistema terrible de transporte público, que podría haber invertido en eso los enormes impuestos que hemos pagado por los carros viejos. Subdesarrollo es como cuando nos metemos en un mercado común centroamericano sin ningún equiparamiento en materia laboral y ambiental. Subdesarrollo es como cuando nos metemos en un TLC con los Estados Unidos que rebaja nuestros aranceles a sus alimentos sin exigir ninguna merma en sus subsidios. Subdesarrollo es como cuando aceptamos 20 años para las patentes de otros en la OMC (todas); y cuando aceptamos una extensión a 25 años para las medicinas americanas (y por extensión a todas), y una a 30 años para sus agroquímicos; además de 25 años cuando patentan nuestras plantas de cultivo (nos quemaron la escalera, y habrá que recurrir al contrabando). Subdesarrollo es como cuando hablamos de que hay que quitarle la protección a nuestros alimentos para que compitan con los americanos subsidiados, pero mantenemos y aumentamos la de nuestras exportaciones que no tienen que «competir» así. Subdesarrollo es como cuando pedimos a una parte de nuestro aparato productivo que compita a calzón quitao sin infraestructura y sin reducción de las regulaciones. Subdesarrollo es como cuando vivimos nadando en la delincuencia-corrupción y el cinismo; cuando no podemos tener un «Quién es Quién» porque están escondidos en subterfugios legales; cuando desmantelamos solapadamente la seguridad social para hacer negocios. Subdesarrollo es como cuando los estudiantes se tienen que sentar en el suelo. Competencia en cambio es como cuando pedimos que la OMC no implemente el compromiso multifibras para no tener que contender con China. Delusión es como cuando creemos que podemos salvar nuestra maquila textilera convirtiéndonos en otro París de la moda; o que estamos solos produciendo software. Neoparla es como cuando sostenemos que la mentira es la verdad. Y «el hermano mayor» es ese que nos miente cínicamente exponiendo todas las maravillas del TLC; de repente con la plata del «socio comercial», porque aquí ¿de dónde?

Bueno, pido disculpas por desviarme del tema. Yo sólo quería contar un cuento, lo que encuentro en estos días mucho más interesante que leer hoy la exégesis adulona de un rebuzno, y mañana la de un graznido. Sugiero otras historias: «El Patito Feo» es un cuento europeo que no rebaja al héroe; rebaja a los patos. Nosotros podríamos rebajar al héroe aristocrático cambiando de pájaro. ¿Se imagina Ud. lo interesante de «El Águila Negra» cuando descubriera sus inclinaciones, o de «El Gavilán Pollero» cuando se diera cuenta de que no iba a crecer más?

EVALUE ESTA COLUMNA
1 Estrella2 Estrellas3 Estrellas4 Estrellas5 Estrellas (1 votos, promedio: 5,00 de 5)
Cargando...

Revise también

Rodrigo Facio

26 de marzo: Cumpleaños de Rodrigo Facio

26 de marzo de 1917 nace Rodrigo Facio. Un año menor que José Joaquín Trejos, …

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Cambio Político
Este sitio usa cookies. Leer las políticas de privacidad.