Socialdemocracia sin apellidos, de nuevo

Luis Fernando Díaz

Luis Fernando Díaz

He leído el artículo de Saúl Weisleder publicado en La Nación el sábado 27 de marzo bajo el título Socialdemocracia remozada. Y me he quedado esperando las respuestas de pensadores políticos actuales, tal vez de los mismos que, ya antes, han rechazado los conceptos que Saúl elabora.

Es por esta razón, por la necesidad de levantar una voz desde la conciencia social que reclame un concepto de democracia y de social democracia más rico y más racional (orientado por finalidades y valores) frente a la visión recortada que resulta de la exposición de Saúl, que me he decidido a exponer una posición diferente.

Debe anotarse, primero, que Saúl no intenta una definición de la social democracia. Enumera características utilizando un modelo cronológico (o del descubrimiento personal) y las presenta sucintamente. La crítica a esta manera de pensar y escribir, la que justamente cabe, debe atenerse a ese itinerario. Es decir, en este comentario no pretendemos brindar una definición alternativa de la social democracia. Ese será trabajo para otro momento.

En primer lugar el arranque. Saúl dice “El ejercicio del poder en democracia es, necesariamente, un ejercicio de realismo”. Casi sin duda esta posición es valedera. No se refiere a la ideología denominada social democracia, se refiere al gobierno y, especulamos, la posibilidad es mayor de que se refiera al buen gobierno, a un gobierno que entienda el significado de hacerlo democráticamente y que lea, de la realidad de sus gobernados, sus aspiraciones y sus necesidades.

Y sigue, citando “la política es el arte de lo posible”, expresión a la que atribuye toda la certeza y afirma que la ideología y el programa liberacionista, lo que él llama “Socialdemocracia Remozada”, es una respuesta pragmática, parcial, de política pública frente a los avatares de esa realidad.

Pues no es así. Y por una razón muy sencilla. Porque esa relación, que depende de la naturaleza de la realidad, renuncia, desde lo esencial, a lo que es propio y característico de las ideologías políticas. Una ideología política –y no necesariamente una buena ideología– es, por definición, la expresión de aspiraciones y deseos, el diseño de una realidad a futuro la que quisiéramos alcanzar y la elaboración consciente de una ruta, un conjunto de pasos (políticas, a veces programas) que marcan la trayectoria para llegar a aquella realidad alternativa.

Una ideología es la arquitectura de un modo de vida deseable. En la social democracia: para todos. Una ideología no es una respuesta coyuntural, pragmática, una ideología es una anticipación (tal vez una predicción e incluso una utopía) y la construcción o el plan para realizar la aspiración.

Saúl empieza su descripción de las característicasde su social democracia centrándose en algunas: “el fomento de la producción interna”y apenas un esbozo de “garantías individuales universales”. Reconozco que es posible que desde la lectura interesada (o contingencial) de este autor, esta sea una posibilidad. Pero es notoria la falta de referencia a los aportes de los primigenios ideólogos liberacionistas: las obras claves de don Pepe, Cartas a un Ciudadano y La Pobreza de las Naciones, los discursos de Facio en la Asamblea Constituyente y las Raíces del Partido Liberación Nacional de Daniel Oduber, entre las fundamentales.

Por supuesto que el pensamiento de ellos era amplio, integrador, y que iba mucho más allá de las menciones accidentales que hace Saúl. No solo en cuanto contenido, sino en cuanto a metodología y racionalidad. Don Pepe decía, por ejemplo, que mediante el trabajo coordinado de todos, con base en las tecnologías que hacen posible la producción de suficientes bienes y servicios para todos los miembros de la comunidad, es razonable, desde el partido político, una reforma social caracterizada por la adopción de planes de desarrollo y medidas de justicia, por la desaparición de las mayorías pobres e ineducadas propias de los países sub-desarrollados, por la construcción de una sociedad donde todos sus miembros disfruten… de las comodidades materiales y de las facilidades de salud y cultura que nuestra época permite. Una transformación del país.

Oduber, sobre la dicotomía entre la producción y la política de justicia social, sostenía “hemos creído siempre que deben ir paralelos y simultáneos el mejoramiento de la producción y el mejoramiento del nivel de vida”.

La evolución de Liberación Nacional en las décadas de los años 60 y 70, sigue ese itinerario ideológico. Y, a la par, el diseño y el fortalecimiento de un modelo de democracia representativa exitoso y ejemplar, que solo muestra un deterioro cuando la revolución en las comunicaciones y la burocratización de las funciones electorales lo alcanzan.

Desde la Constitución (1949) la visión socialdemócrata de los derechos humanos se centraba en los que hoy reconocemos como derechos de primera generación (y algunos de la segunda). Y en esto el panorama ideológico si ha venido cambiando, porque la SD se ha enriquecido, primero con visiones más ambiciosas de las libertades y los derechos y las garantías individuales. Luego, porque a consecuencia de esas, el abanico se ha abierto y ha incluido un horizonte que se expande para abarcar la diversidad, al mismo tiempo que una visión ética centrada en la responsabilidad (correlativa de los derechos), por ejemplo en el campo ambiental y de la supervivencia de la especie.

A partir de los años 80, las políticas eficientistas (economicistas) como nos comenta Saúl, se centraron en el corto plazo: el simbolismo de las crisis. Es decir, “la presión para obtener resultados en el corto plazo… la preocupación por la crisis financiera o económica del momento, que distrae la atención de las tendencias de más largo plazo y de los factores estructurales que podrían explicar… la tendencia duradera de deterioro” (Crowther y Díaz, Empresas Públicas, 1990). Y, por supuesto, el resultado es un pragmatismo resultadista, no muy lejano de las medidas adoptadas por los neoliberales.

En el campo macroeconómico la lista elaborada por Saúl corresponde a la construcción programática que prueba ser funcional para administrar un crecimiento económico modesto con un déficit fiscal considerable; con poca y pobre inversión nacional. Desde la perspectiva de la social democracia, la vieja y tradicional, a esa receta le hacen falta diversos componentes, a saber: mayor disciplina fiscal en varios campos (por ejemplo, gastos suntuarios en las universidades públicas); una política y una administración impositivas que tasen y cobren las rentas reales, que los impuestos sean progresivos y, por ende, más equitativos; banca de desarrollo y banca nacional que sea “nacional”; una política monetaria que entienda y actúe sobre la emisión en dinero plástico; una política de cooperación financiera internacional –y también la cooperación técnica–; inversión nacional – estatal– en proyectos de riqueza nacional.

Saúl no escatima en la crítica al papel y el tamaño del Estado. Crítica infundada en tanto no se profundice en el compromiso de la social democracia con las finalidades superiores (en términos de derechos humanos o no): la vida, y como parte de ella, la salud, la alimentación, los servicios sanitarios. La mejor vida, incluyendo la educación y el goce del tiempo libre, el ocio y mucho más. Solo un Estado grande, ambicioso, rico, puede entender este universo de la inversión pública y la noción de valor agregado como criterio de evaluación).

En relación con nuevos actores (otra de las características de la SD que enumera Saúl), una vez más la lista es incompleta. Para la vieja social democracia, los que menciona el autor (“Estado, sus instituciones, partidos políticos, sindicatos, ONG, cámaras empresariales”) son importantes. Sin embargo, los que deja de mencionar son tan importantes como los primeros: las organizaciones comunales, las organizaciones religiosas y, hoy, las “no-organizaciones”, como las redes sociales en internet. Y a todas ellas aplican las mismas premisas que enumera Saúl. Pero también a los sindicatos, cuyo valor Saúl disminuye.

Esto último es lógico, dada la competencia en los ámbitos de las pugnas partidistas de los años recientes. Pero eso no explica y no justifica, para nada, la exclusión de las organizaciones que han sido y son parte esencial del diseño social demócrata: las cooperativas y las asociaciones solidaristas.

En el balance que hace Saúl al final, aunque recoge algunas expectativas y deseos que son parte de la ideología liberacionista, cuando plantea como un hito “recuperar y profundizar la cohesión social”, lo que evidencia es que eso, que es valioso e importante, carece de un marco de valores, un sistema de pensamiento integral, una orientación y un procedimiento: la solidaridad, la ética ciudadana y la ética partidaria, la honestidad, el trabajo, la familia. Todos esos son los más relevantes elementos ausentes. Todos esos forman parte de la vieja, la tradicional social democracia.

En el trasfondo, su crítica al rol del Estado, lleva a Saúl a perder de vista valores no negociables de la ideología social demócrata. Cuando al bosquejar la sociedad del futuro, se intenta completar la enumeración de las aspiraciones es inevitable reconocer que solo un Estado grande, sólido, comprometido, eficiente, en fin ideológico, es capaz de procurar, sistemáticamente, el logro. No se trata de un Estado testigo, que interviene solo para corregir las desviaciones; se trata de un Estado actor, gestor y distribuidor de riqueza, generador de empleo, de educación, de justicia, de seguridad, en suma de un verdadero esquema actual de los derechos humanos.

Politólogo, educador

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Un comentario

  1. Es muy pertinente el artículo del señor Luis Fernando Diaz sobre el remozamiento de los social demócratas. Don Saul es una buena persona, pero es un social demócrata moderno, o remozado. El señor Varoufakis, ministro de economía de Syriza, acusa a los social demócratas europeos (lo que queda) de colaboracionismo con los neoliberales, por abandonar sus reclamos a los industriales para una mejor distribución del producto, a cambio de las migajas del banquete de la burbuja financiera cuyo salvataje tuvieron que pagar los trabajadores por la austeridad, Esos eran los social demócratas modernos. El periódico La Nación, que le puso una trampa al embajador en Venezuela, está muy feliz de poder publicar cualquier cosa de la social democracia moderna. Me recuerda a Marshal Mac Luhan, cuando dice que el medio es el mensaje; Mac Luhan dice en su libro «el masaje», que es tal vez mas apropiado Yo lo que creo es que las viejas ideologías están superadas por la crisis, (las modernas mas) y que tendremos que adoptar otra.

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