Nadar en contra de la historia

Manuel Damián Arias

Manuel Damián Arias Monge

El reciente proceso electoral en Catalunya, del domingo 27 de septiembre, que los independentistas plantearon como un referéndum sobre la separación de esa región del resto de España, es un contrasentido histórico de dimensiones absurdas y épicas.

Si bien es cierto, como Socialdemócrata no avalo proyectos de integración sustentados en ideologías caducas (“socialismo del siglo XXI”), no deja de ser una paradoja que, mientras en América Latina hacemos lo posible por lograr una mayor confluencia, de modo que se haga realidad aquel sueño de Bolívar, de San Martín, de Martí o de Figueres de un subcontinente unido, en Cataluña los independentistas quieren salirse de la aspiración común que ha representado España por más de cinco siglos y, a su vez, aunque no lo acepten, también de la Unión Europea (UE), el proyecto de construcción supranacional, que con todos sus múltiples defectos, es el más importante de la historia humana y que es la mayor garantía de paz para el Viejo Continente.

Jamás podría justificar la barbarie que, durante la dictadura franquista, se cometió contra las nacionalidades periféricas del Estado español: vascos, gallegos y catalanes. No obstante, desde el proceso de transición a la Democracia, entre 1976 y 1978, el consenso hizo posible que las nacionalidades históricas de España contasen con el mayor nivel de autogobierno de su historia. Ahora, amparándose, por un lado en el inmovilismo del gobierno central del derechista Partido Popular, — que se resiste a cualquier cambio del status quo, lo que es un error enorme –, y en un etnocentrismo, sustentado en la lengua y en unas supuestas señas de identidad que son producto de una visión de la sociedad catalana, — en realidad plural y diversa –, que casi alcanza la dimensión de excluyente y xenófoba, los soberanistas quieren tirar todo por la borda y fundar una nación que, si bien es cierto tiene particularidades históricas que le confieren una serie de derechos que deberían de ser recogidos en una reforma de la Constitución española, forma parte, ineludiblemente, de un entorno que en Europa y en el mundo se conoce como España.

Las aventuras rupturistas siempre conducen a callejones sin salida que generan frustración y parece que éste es el caso, a menos que se escuche a quienes, desde la moderación, la vocación de diálogo, de concordia y de respeto, formulan ideas para convocar a un proceso constituyente que convierta al actual Estado autonómico en un régimen federal, en el que se garanticen los derechos históricos de las nacionalidades periféricas, sin tener que desgarrar el proyecto común español.

Aunque si las elecciones hubiesen sido un referéndum, el independentismo del President de la Generalitat, Artur Mas, y sus aliados, habría perdido en votos, la situación es que esas fuerzas soberanistas ganaron en escaños ante el Parlament y nadie sabe cuál será la senda que seguirá la nación catalana.

Como Socialista Democrático, para empezar, no creo en los nacionalismos y, mucho menos aún, en aquellos excluyentes, como el que, hoy en día, ha causado la ruptura de la sociedad catalana en dos polos opuestos, por el momento incapaces de entablar canales de diálogo para buscar una solución concertada. La izquierda, por vocación, es cosmopolita y busca el bienestar del ser humano, incluso al margen de banderas, etnias, religiones, culturas o lenguas. Así que es incoherente promover visiones nacionalistas excluyentes y, al mismo tiempo, decirse de izquierda, como lo hacen algunos de los partidos que en Cataluña apoyan sin dudarlo la aventura secesionista.

Sinceramente, espero que un cambio de gobierno en España, a finales del presente año, sirva como catalizador de un gran proceso de reformulación del Estado, que conduzca a una España plurinacional y federal, que entienda que su diversidad cultural, étnica, lingüística y humana, es una de sus mayores riquezas, que debe ser elevada a rango constitucional por quienes creen en la Democracia, la libertad y la justicia social.

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