La Patrulla de Bares: Uno para la lista negra (Moe’s Pub Rock)

Especial para Cambio Político

SEMPER COMPOTATIUM

Y LLEGÓ… LA PATRULLA DE BARES

Al rescate de la más noble de las tradiciones culinarias costarricenses: la boca

Enemigo mortal del karaoke y los bares de pipicillos

Patrulla de Bares Misión: Moe’s Pub Rock)
Dónde: Cartago, calle 11 entre avenidas central y 1º (ver mapa)

Moe’s Pub Rock

A veces un nombre es suficiente para llamar la atención. Dado que todo patrullero tiene en Homero Simpson a un héroe mitológico, el sólo imaginarse que haya una taberna como la de Moe en donde se pudiera tomar una Duff, hace que de inmediato se deba acudir al lugar.

Pues bien, en el centro de Cartago, en la calle 11 entre avenidas central y 1 (o a la tica, 50 varas doblando a mano izquierda en la calle que está una cuadra antes de llegar a la plaza de la basílica de Los Angeles) abrió un lugar que en la fachada tiene el nombre de “La taberna de Moe’s” (por cierto, triste gazapo lingüístico) pero que en la red se anuncia como “Moe’s Pub Rock”. Como corresponde al rigor científico de la actividad patrullera, este Cronista fue con entusiasmo a prepatrullar el lugar.

 
No más llegar se observa un signo que ya de por sí solo advertía que era mejor no entrar, había un rollizo personaje con una camiseta que decía “Seguridad”. Cuando en un bar ponen a un personaje que ejerza esa función es por dos razones: el dueño es un juegaevivo o la clase de clientela amerita que los revisen (con la única y honrosa excepción del minucioso cacheo que hacían en Pelufos), cualquiera de las dos razones indica que es mejor seguir de largo y buscar otro lugar. Pero pudo más la atracción homérica y se cometió la imperdonable imprudencia de entrar. Y es que el aprendiz de gorila ni siquiera tuvo la cortesía de contestar el saludo de buenas noches que se le dirigió.

El ambiente del lugar era otra señal inequívoca para no haber entrado. Obviamente, en nada se parecía a la mítica cantina del dibujo animado y no había ningún esfuerzo para ambientarla. Hay un corredor en la fachada con alguna reminiscencia de decoración hípster, pero el interior tiene más la intención de parecerse a un sports bar agringado, cosa que tampoco logra. Y de rock, nada, acharita nombre.

El otro gancho que atrajo al Cronista al lugar cual insecto a la luz fue un anuncio de que había una abundante oferta de cervezas artesanales. Así que una vez instalados y al ver que como sucede en la mayoría de los lugares que dicen ofrecer cervezas artesanales, faltaba un menú de bebidas, luego de ser ignorados bastante tiempo, apareció un salonero al que se le pidió si había un menú de este tipo. El mozo ni siquiera respondió, como que les tenían prohibido hablar y al rato volvió con un menú, que era un menú de cocteles y además se perdió de vista para no volver nunca más.

La sed estaba comenzando al alcanzar umbrales dolorosos y luego de un buen rato venturosamente se divisó a una salonera, que ante la pregunta acerca de las cervezas artesanales puso cara de como si le hubieran preguntado la lista de los ganadores del premio Nobel de química de la década de 1910, pero por lo menos en una alarde de ingenio, se trajo las botellas de las cuatro variedades de Cervecería Treinta y Cinco que estaban disponibles para que las examináramos. Obviamente, pretender preguntarle cuáles eran las características de cada uno de los brebajes se salía de toda posibilidad técnica, pues era evidente que el propietario del lugar ni siquiera se había molestado de explicarle a su personal lo que les tocaba vender. Y claro, luego de inspeccionar el lugar se pudo constatar que había más variedades de cervezas artesanales y extranjeras, pero tal parece que había cierto placer morboso en no ofrecerlas.

La misión prepatrullera escogió una Pelona y una Maldita Vida, que por sus méritos bien se merecen una reseña. La primera es una cerveza tipo Indian Pale Ale, la favorita de las variedades de cerveza artesanal, que debe su nombre a las cervezas que se enviaban para el consumo de las tropas inglesas en India, pero en este caso la cerveza tiene un fuerte toque personal, muy afrutado. La otra birrita es una estrella del firmamento de las artesanales ticas, es estilo American Barleywine, en realidad no es vino de cebada es una cerveza en el sentido estricto, cuyo origen se remonta a la antigua Grecia, la particularidad es que tiene mucho más alcohol que una cerveza corriente, en el caso de la Maldita Vida, llega la 10%, pero está tan bien elaborada que el guarito no se le siente, apenas para embarcar a algún incauto.

Pero luego de saborear las exquisitas cervezas, se volvió a la tortura, en este caso el menú de bocas. Como era de imaginarse, la variedad era lo mismo de siempre en este tipo de lugares, con nachos, alitas de pollo, papas a la francesa y fritangas similares. Lo único vernáculo que había era un casado y un chifrijo. A sabiendas de que sería lo único que se iba a consumir pues no habría repetición, para efectos de tener una mejor visión de la cocina se pidió un “surtido friends”, que no sabemos si tenía alguna intención de relacionarse con la serie de televisión o era simplemente otro despiste idiomático. El surtido traía “onion rings”, qué horror como si la lengua extranjera los hiciera más sabrosos, los aros eran más bien pequeñones y estaban muy dorados, pasables; “mozzarella sticks”, otra barbaridad lingüística, o les dicen bastoncini, que es la palabra que corresponde en tútile a la receta original, o mejor de una vez les decimos barritas o croquetas, en fin el queso no estaba muy allá; también había una alotas de pollo, buenísimas, muy carnosas y jugosas; unas papas a la francesa que no tenían nada de especial y finalmente una fuentecita con salsa de tomate y queso derretido en el centro, demasiado aguada para el paladar patrullero.

Pero faltaba lo peor. El pésimo servicio recibido había llegado al extremo porque el lugar se había llenado y la única salonera ni se volvió a ver, hubo que ir a llamarla y pagarle de inmediato, pues de lo contrario el proceso de salida se habría hecho eterno. El único detalle positivo del lugar es que las cervezas artesanales las cobran a un precio razonable, 2.600 colones, nada que ver con algunos bandoleros que se dejan cobrar hasta 4.000 colones por una cerveza de este tipo.

Obviamente, no habrá visita de la Patrulla en pleno, entre la mala cara del tipo de seguridad, el ambiente pipis, la ignorancia del personal, la comida mediocre y la más que pésima atención, no solamente corresponde no volver a poner un pie allí, sino que en defensa de la humanidad se advierte a los cultos lectores de la afrenta que se exponen a recibir. Lo añadimos a nuestra oprobiosa lista de lugares que nunca se deben visitar.

Moe’s Pub Rock

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