El aumento de la brecha social en nuestro país

Ágora*

De como en 40 años deterioramos la sociedad costarricense

Guido Mora
guidomoracr@gmail.com

Guido Mora

Si usted amigo lector tiene 40 o más años, sabrá en su experiencia personal de que estoy hablando. Si pertenece a las nuevas generaciones, no es sino el producto de un sistema perverso que ha debilitado la estructura social costarricense, que nos hacía diferentes, como país, de muchas otras Naciones en vías de desarrollo de todo el mundo.

El pasado lunes, una vez más, el Diario La Nación, publicó los datos vergonzosos y lamentables que indican que, mientras la desigualdad o brecha social disminuye en toda América Latina, en Costa Rica, la diferencia entre ricos y pobres se incrementa.

Como aspecto colateral a lo anterior, hace unos días, leía algunos textos en que se afirmaba contundentemente que, en la sociedad actual, la única posibilidad de salir de la pobreza, la brinda la educación. En la sociedad posmoderna, la sociedad del conocimiento, la formación y el estudio, es una de las únicas actividades que pueden producir riqueza para lograr posteriormente, redistribuirla.

En esta línea de exposición, tengo que afirmar contundentemente que la Costa Rica en que vivimos en los años 60 y 70 del Siglo XX, era muy diferente a la que conocemos hoy.

En “nuestro tiempo”, había prácticamente sólo escuelas públicas. Los niños más pobres, los que tenían padres que habían podido estudiar y superarse, y los hijos de quienes conformaban parte de la élite económica y política de Costa Rica, compartíamos las mismas aulas en todo el país.

En aquel entonces, se servía un plato de comida a quienes tenían hambre y a quienes no. Sopas, atoles, pastillas de bacalao, arroz y frijoles: todos compartíamos la escuela, la mesa y la comida.
Muchos íbamos a la casa de los niños más afortunados, al hogar de los los hijos de los “ricos”, a jugar con ellos, a compartir sus espacios y hasta sus familias.

Con el tiempo, y so pretexto de una crisis económica en donde se prefirió recortar los recursos destinados a atender los programas sociales, por sobre otros gastos o inversiones, -incluso manteniendo privilegios y gollerías-, se fue disminuyendo paulatinamente, la inversión en los programas que hacían diferente a nuestro país: la educación y la salud.

La educación pública se fue deteriorando y, quienes podían exigir que no se recortara el gasto en salud y educación, por los recursos con que contaban o sus vínculos sociales y políticos, prefirieron resolver enviando a sus hijos a escuelas y colegios privados, que de un momento a otro proliferaron y se convirtieron en negocios prósperos, en que participaron incluso ex ministros de educación y otros políticos.

Esta acción condenó a los más necesitados al deterioro cada vez mayor de los programas de educación y de salud pública.

La realidad social, en la que todos compartíamos una sociedad solidaria, se perdió. La brecha social comenzó a crecer, su génesis se ubicaba en el jardín de niños, la preparatoria o la escuela. Ni que decir de las grandes diferencias prevalecientes en los colegios.

Desde los años 80 y 90, los pobres han recibido una educación de pésima calidad. Yo, que soy egresado de un colegio público, lamento profundamente como, desde la escuela, el colegio y luego la universidad, se profundizan las diferencias sociales, condenando a los más pobres a centros de educación, programas, recursos e infraestructura de la peor clase y, privilegiando, porque pueden pagar, a los hijos de los más adinerados, que reproducen e incrementan la brecha social.

¿Qué una mayoría de estudiantes de los centros privados van a las universidades públicas?, desde luego. Vienen de colegios donde les exigen, donde los educadores deben rendir cuentas de cuantos estudiantes aprueban los años y cuál es la promoción de cada año.

Usted y yo somos responsables de esto. No exigimos en su momento, que se realizara el esfuerzo para mantener el tejido social solidario.

Callamos ante el delito fiscal de profesionales, qué graduados en las universidades públicas, han perdido totalmente el sentido de la solidaridad. Ocultan sus ingresos, no pagan impuestos, se han diseñado, en contubernio con políticos de todos los partidos, mecanismos para cobrar pensiones vergonzosas, no para vivir bien en su tercera edad o para ayudar a hijos de quienes perdieron a sus padres, sino para enriquecerse vilmente de los recursos públicos, sin importar realmente si lo que necesitan para vivir es sólo una ínfima parte de la jugosa pensión millonaria que reciben.

Sus hijos, al fin y al cabo, nuestros hijos, perdieron todo el sentido de solidaridad.

Hoy, enfrentamos una triste realidad: si un niño va a un centro educativo público, tiene menos posibilidades de crecer profesional y económicamente.

En este esquema, y si seguimos aplicando las políticas neoliberales o como les llaman ahora, del “socialismo liberal” o “socioliberalismo”, Costa Rica está condenada a convertirse en uno de los países más desiguales del Continente. Esa es la tendencia que reflejan las estadísticas.

Debemos entender, que entre más desempleados hayan, entre más “ninis” existan, que entre menos posibilidades se encuentren de vincularse al mercado laboral, más se incrementará la violencia en las calles y el deseo de muchos de insertarse en estructuras delictivas que ofrecen ingresos, sin grandes esfuerzos, aunque se jueguen la vida en el intento.

Es momento de hacer un alto en el camino y entender, que la ruta trazada por los neoliberales, por el Consenso Washington, por quienes procuran todos los días un Estado más pequeño e ineficiente; por quienes no asumen la responsabilidad de evaluar y transformar la acción gubernamental; de quienes impulsan al mercado como orientador del desarrollo social, nos están conduciendo por la ruta al despeñadero.

Bastaron 40 o 50 años para deteriorar Costa Rica, hasta llegar a los índices actuales. Entre más rápido cambiemos y recuperemos los valores solidarios que caracterizaron a la sociedad costarricense, más pronto reiniciaremos la vuelta a la ruta que hizo de este país, hace ya bastantes años, un paraíso para vivir, paraíso que hemos ido perdiendo.

La tarea nos llevará 30 o 40 años, entre más rápido comencemos, más pronto tendremos los resultados que necesitamos. No perdamos la perspectiva, esta es la mejor herencia, qué como sociedad, podemos dejar a los ciudadanos costarricenses del Siglo XXI.

Es importante reconocer qué como generación, la nuestra ha fracasado. Nos dieron un país más solidario y con el tiempo hemos permitido que se deterioren las condiciones sociales.

Es el momento de rectificar y comenzar a recuperar la sociedad solidaria que nos caracterizó en el pasado.

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* El Ágora era el centro de la actividad política, administrativa, comercial y social de la antigua Atenas.

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