Biografía: Luis Alberto Monge Álvarez

Cuando Luis Alberto Monge, a los treinta y dos años, fue electo diputado, ya se decía en el Partido Liberación Nacional que llegaría a ser candidato a la Presidencia de la República. Entonces, don Francisco Orlich y don Daniel Oduber estaban haciendo fila todavía. En aquella época, comenzaba a variar el sistema de escoger candidatos. Un partido político constituido alrededor de una ideología, anunciaba su determinación de permanencia y pedía que a los candidatos los eligieran los partidos en sus bases populares y no en los clubes sociales por pequeños grupos interesados.

Así comenzó a funcionar el Partido Liberación Nacional y una nueva etapa de la democracia costarricense, entendida ésta en lo político, ahora, como un sistema de partidos. La asociación política ideológica y permanente genera su propia energía creadora de dirigentes naturales internos. Esta es una de sus particularidades y, al mismo tiempo, su sello de garantía. La propia naturaleza del partido da origen a sus líderes. Cuando los sectores de base actúan inteligentemente y escogen a su candidato natural, el partido se fortalece y confirma su propia identidad, cuando sucede lo contrario, se precipita la agrupación en serias y graves confrontaciones, a veces, irreparables.

Desde el momento en que se afirmó que don Luis Alberto era Liberación, se estaba confirmando una verdad. Sus dos candidaturas a la Presidencia lo fueron de manera natural, sin forzar las grandes voluntades populares. Claro que los partidos policlasistas son, por definición, fuente de corrientes e intereses diversos. Lo importante es saber dónde está el sentir de las mayorías.

De no haber existido un Partido como Liberación Nacional, nunca un campesino como Luis Alberto Monge hubiera llegado a ser Presidente de este país. Variada oposición tuvo cuando luchaba por su candidatura porque, dentro y fuera del partido, no se le perdonaban dos pecados capitales: su origen campesino y el haber cambiado su condición de peón de los tabacales por la de dirigente sindical. Durante la consolidación de nuestra democracia política – período comprendido entre 1950 y 1980 – fue serio delito político la condición de sindicalista.

Después de cuarenta años de lucha, Luis Alberto llega a la Presidencia de la República con un gran interrogante sobre su cabeza. Por un Lado, las clases acomodadas se preguntaban cuáles serían los peligros que corría la institucionalidad del país con aquel conchito de bandera sindical que llegó a la Casa Presidencial; por otro, los obreros y campesinos dudaban si tenía fortaleza espiritual para ser consecuente con su origen, su sensibilidad social y su convicción ideológica.

Con el transcurso de los meses, algo fue quedando claro: Luis Alberto era un hombre sereno, sin grandes pasiones, profundamente convencido de nuestro tradicional republicanismo, que sabía mantener el patriotismo y las auténticas corrientes históricas de nuestra nación en momentos de crisis o de confrontaciones que amenazaran violencia.

En un momento determinado, todos entendimos que el Presidente había encontrado el eje central, el necesario punto de equilibrio, desde el cual debía partir para mantener la democracia sin desatender el apoyo a la producción y a la justicia. Todo esto, en medio de una convulsión violenta en América Central que amenaza con invadirnos a nosotros también.

Luis Alberto logró evitar que entráramos en la guerra centroamericana, levantando con vigor la causa de la paz y la neutralidad. De la misma manera mantuvo la conveniente equidad social, sin promesas demagógicas, con una deseable tranquilidad que hoy todos reconocemos.

Al finalizar su labor, se marchó del poder tranquilo, apacible, sonriente, seguro de la buena labor cumplida, convencido de que a este país lo puede gobernar un campesino o un obrero, en el tanto en que continúen funcionando los partidos democráticos de base popular, y siempre que todos entendamos que gobernar es el arte de la sencillez y del mantenimiento de la fe en la institucionalidad democrática.

Esta es la herencia que nos dejó un campesino costarricense, a quien el voto popular llevó a la Casa de Gobierno con una blanca bandera sindical entre sus manos.

– Artículo publicado en la prensa cuando terminó el Gobierno de Luis Alberto Monge (1982-1986).